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Por su parte, los españoles y los caci–

ques aliados dispusiéronse á hacerse aún más fuertes, y antes que dar tiempo al enemigo

á hacel· otro tanto, forrnaron el intento de se– guirle, acosarle y diezmarle.

Los preparativos bélicos por los dos ene–

migos irreconciliables comenzaron con el

mismo ardimiento por ambos lados.

Aunque sí es cierto que con harta difi–

cu1±ad para Nicaroguáu, porque cuairo ó cin–

co días después de su primera batalla fué de nuevo alcanzado por veinticinco jinetes que, llevando mosqueteros á la grupa en nú– mero de treinta, habían sido mandados en

su seguimiento.

Hubo, sí, una buena inspiración por par– te del español, que le mandó á Nicaroguán

un emisario, diciéndole que "viese lo duro que había sido el escannien±o por su gran–

dísim.a terquedad en oponérsele á sus desig– nios, combatiendo la santa idea que habían tenido los caciques aliados de ponerse de parte de los cristianos. Que Dios nuestro Se– ñor era quien le castigaba por la rebeldía que había intentado contra su divnidad; pe–

ro oua si volviéndose de su error ±on"laba á arnEi:r su santo nombre, uniéndose á fodos en

la común obra de evangelizaci6n, d"pondría las armas y le hada grandes regalos y aga–

sajos; que le haría duarlo y señor de cuantos reinos conquistara en la vasta región que

partía de ahí hacia el remolo mar del Sur".

Pero Nicaroguán, encendido de rencor

y odio y coraje conira aquellos agresores bar–

budos, á quienes ya detestaba tanto por ver en ello los sojuzgadores y los que le habían

vencido en singular y reiíido cOluba±e, no

quiso ninguna clase de fraternidad con ellos. Contest6 de modo más insolente y arrogante

que nunCR:

"-Decid á esos infames criminales y

traidores que les odio y les exterm.inaré; que

yo bien podría recurrir al engaño, á la hai– ci6n y á la mentira, como ellos y sus aliados los traidores Nicaragua y Nicoya, fingiéndo– 1ne sometido y escarmentado y sumiso á su poder, para sorprenderlos desapercibidos y

diezmarlos y acabarlos; pero que mi arro– gancia no necesita de fan bajos modos, bas–

tándose con su valor y su brazo Decidle

asimislTIo que los aborn:.~zco más que nunca

y que me estaré por todo el reslo de mi vida empeñado en acabar con ellos".

Esla áspera respuesia indic6 á los espa– ñoles y á los caciques aliados que debían permanecer más que nunca prestos á las ar–

rnas

r

puesto que aquella amenaza era tre–

menda, dada la mucha impetuosidad y va– lentía del indio.

En aquellas montañas espesísirnas y eri c

zadas de escarpas y breñales y desfiladeros!

Las fuerzas españolas, basiante apoya–

das por nu¡rnerosos cuerpos de indios, con– ±inuaron su avance hacia la región ocupada

por las tribus de que era rey Nicaroguán.

Aquellas tribus abandonaban en masa

sus pueblas, que cuidaban de dejar incen– diadas corno para que los invasores no se sirvieran de ellas.

Asimismo destruían sus sembrados 6 se llevaban consigo cuanta cosa ó bastimento

iuviesen.

Se retiraban á lo espeso de las selvas, y muchos de ellos se fugaban con tal malicia y sagacidad, que el enemigo que iba en su seguimiento se encontraba confundido, por no encontrar rastro ni indicio alguno de ruta que pudiese conducirlo al tra~és de los abruptos macizos de bosque.

Cuando el ejército español pudo ponerse en el pleno coraz6n de las tribus de Nicaro– guán, ya ésle tenía sobre las armas más de cien mil indios flecheros.

Fué aquélla una acci6n tmnbién reñidí– sima, en que pereci6 el propio Nicoya con más de treinta mil de los suyos. Otro tanio fué el estrago en los ejércilos de Nicaroguán, quien milagrosamente pudo escapar de una trampa.

La arlillería y los jinetes al cabo repelie– ron ásperamente á sus huestes. Aquellos pe–

lo±ones de guerreros morían en gran número.

Al cabo tuvieron que huir en la más re– vueHa confusión.

Con esta batalla sí qued6 realmente aba– lido el ánimo del indomable cacique.

En la huída de aquella feroz derrota, le

vieron que iba llorando COlTIO un niño.

-Me moriré -decía -sin haber visto casilgados los traidores.

Después de es la memorable batalla, en que gran parte del territorio de Nicaroguán fué conquistado, huyendo su rey abatido y desesperado á lo más profundo de los bos– ques, hubo una paz de algo más de dos años.

Ya se creía que Nicaroguán, con los dos terribles escarmientos, no volvería por sus

reales.

Pero fué una nueva calamidad; a los

dos años y medio jus±os volvió la a:menaza

india más agresora y temible que nunca;

arraSaron dos de las más henuosas enco–

miendas que se habían fundado, y pusieron

en fuga un numeroso cuerpo de arcabuceros.

Después de otra batalla, en que Se de–

rramó copiosamente la sangre, fué vencido

de nuevo el intrépido y iemerario cacique

m.on±añés.

Mas de ahí en adelante ya no fué posi– ble desligarse de la zozobra: cada cuatro, ca– da seis ú ocho meses, tornaba la chusma in–

dia á atacar las encomiendas.

Sucedi6 una ferocísima brega que duró nueve años, y dispuso el Gobierno de Su Ma– jestad acabar de una vez con tan dura mo– lesiia.

Una grande escuadra que salió de la Coruña para el año de 1678, desembarc6 en las costas de Castilla de Oro un cuerpo de 1.200 hombres de todas armas.

Mas antes de aderezar el largo historial de esta postrera y crudelisima guerra, haré

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