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ques, se habían aterrado con la amenaza de sus hordas.

Detuvo, en consecuencia, la fonnación

de los numerosos aprestos de guerra.

Consideró ¡iluso! que con las tropas que hasta entonces tenía puestas en tercio le bas– taría para formar gobiernos y dominaciones en las "uevas provincias fan fácilmente con– quistadas, no ya por el esfuerzo de su brazo,

sino que sólo con su anlenaza y poderío.

Púsose al frente de unos diez mil indios y marchó hacia las tribus nicaraguas.

Como el trayecio era más de ochenla leguas castellanas, se estuvo más de diez

días en atravesar la espesa región, IllUY in·

trincadísirna de espesos bosques, ríos, pan–

tanos, ntacizos de cordillera y llanuras don– de la mucha fuerza de las vegetaciones di–

ficultaban grandentente el paso.

Cerrada la noche, se puso á unas once leguas de distancia de las primeras comar– cas que iba á conquistar, y como los natura– les tuviesen ntandato de avisar la proxinli– dad del enen,igo en el campamento español, los naturales abandonaron la primera pue bla asaltada y corrieron á dar la nueva de la llegada de las tropas.

Del real de González Dávila salieron

veinticinco jineies con ánimos de causar la

primera sorpresa á las tropas que avanza-ban. ,

Grandísima 'fué en realidad la sorpresa que experimentó Nicaroguán.

El choque en demasía sangriento: fué tal el ímpeiu de las hordas salvajes y el brío

y ardin1iento que les comunicó su caudillo, que el grupo de caballería estuvo á punto de ser dispersado por las chusmas indias.

No sólo una lluvia de dardos cayó sobre los soldados españoles, sino que también piedras, árboles derribados sobre ellos des– de lo alto de las laderas.

Un grupo de doscientos indios guiado por Nicaroguán en persona se precipitó so– bre un cuerpo de jinetes compuesto de diez soldados, que se alejaba buscando el resío de sus compañeros; los indios daban salios y caían, ya sobre el cuello, ya sobre la gru– pa, y derribaban los jin,f"tes.

De este grupo de soldados sólo pudieron salvarse tres, por haber ~omado veníaja á todo correr.

Los otros fueron muertos y despedaza– dos y comidos después, junto con las bestias. En vista de esíe desastre, González Dá– vila redobló sus ntedidas, y abandonando el real que tenía establecido en las pueblas, fuése en busca del enemigo, que avanzaba

muy aína, creyéndose vicforioso, y al mis–

mo tiempo, ensoberdecidísimo por el engaño de que había sido objeto, impidiéndole de aquel modo ali;3tar ntayor núrnero de tropa.

Después de aquel encuen!ro, y convencido

de que tenía que entablar batallas forma– les, envió uno de sus caudillos á que regre– sase al punto de partida y pusiese en movi-

n1Íento toda la chusma guerrera de las nton– tañas que él había dejado de alistar.

Por su parte los grupos que llevaba Gon– zález Dávila al con1bate eran un si es no es respetables:

Doscientos soldados arcabuceros.

Cincuenta atendiendo á cuatro piezas de artillería.

y 52 jinetes.

En tropas naturales de lbs dos caciques aliados llevaba 25.000, fuera de otros ejérci– tos que enviaba Nicoya y que estaban al llegar.

A pesar de la mucha superoridad de los españoles resistió con denuedo ardidísimo el

cacique lTIontañés.

Los primeros grupos de sus tropas, al

encontrarse con los "Nicaraguas", arremetie–

ron con tal furia que en pocos instantes los pusieron en desordenada huída.

Tuvo que acudir el propio Dávila con 60

arcabuceros á 8IUpararlosl que si no, es casi

seguro que fueran sacrificados todos.

Pero las dos primeras descargas de la arcabucería sembraron el espanl0 y la des–

irucción en las iIUpe±uosas hordas: tuvieron

que cejar en su delirante ataque y tomar la revuelta aceleradamente.

Entretanto la ar±lllería barría grupos nu–

merosos de los ejércitos znoníañeses.

La batalla duró todo el día.

Errtpezando á cerrar la noche, comenza–

ron á retirarse los tercios de Nicaroguán, en

rnedio de una infernal gri:lería.

De los 10.000 guerreros que llevó al corn– bate sólo quedaron escasos dos mil al caci– que Nicaroguán.

Aquella misma noche, arnparado por la espesa tiniebla, entprendió la rnarcha hacia

su región.

Lejos de ir abatido por la derrota, iba ardiendo de coraje y con el propósito más fijo aún de tontar todos sus súbditos en ar– mas, aderezar un ejército que !nese tan gran– de y de tal manera poderoso que no pudie–

sen resistirlo los españoles, aun con las nu–

rnerosísiznas chusmas de BUS aliados.

Como se supo después por sus n1Ísrnos

compañeros de guerra, Nicaroguán iba voci– ferando, maldiciendo, blasfemando, enseñan–

do los puños cerrados á los asiros. Entre lo espeso del bosque, envuelto por las densas sornbras de la noche, brillaban sus ojos co– mo dos tizones encendidos, castañeteaba los dientes y le brillaban los incisivos COmo los de una bestia espantable.

"-JA ese Nicoya, á ese Nicaragua! ¡Traidores, desgraciados I les sacaré los ojos, y la lengua, y la piel, y les haré arrastrar por sobre leños erizados de llarnas! ¡Des– graciados, cómo se ponen de pade de los ex–

±ranjeros y vienen á diezmar á los de su

raza!" .

Aquellas palabras en lo siniesiro de los montes, en plena rtoche, eran corno alaridos de un condenado.

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