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« Previous Page Table of Contents Next Page »Fernando Lados que estaba allí se levantó indig– nado y dijo Amador no le pertenece a uster:! sino a nosotros, yo lo saco esta n0che déjelo en paz Don Chico se fue molesto
La persecución era activísima Rodeada la man-zana del Almacén Chamorrb y Díaz, vigilados todos los caminos, registradas las casas de amigos !=omo la de Rostrán y de familia~ que yo visitaba . La empeñosa persecución consistía en que fue– ron a la casa de mi tía Francisca, madre de los Zela– vistas, a preguntar por mí
Mi tía les dijo "que hacía algunos días estuve en la casa, que dejé el equipaje y no había vuelto Inmediatamente la policía llegó por el equipaje Como encontraron en dos valijas 85 revólveres Colt, un rollo de mecha para cartuchos de dinamita, sin duda se juzgó como el hHo de una gran conspiración,
y por supuesto, yo na sé si hubiera aguantado los gol– pes de vara de Gámez
Muchos amigos censuraron a don Chico y yo Creo
que tenía razón En el caso de él, yo tal vez habría pensado lo mismo Puede ser doloroso el procedi–
miento, pero estanda de por medio grandes intereses y el temor colectivo como factor principal, yo creo que con Chico estaba en lo cruelmente práctico de esos casos
Años después cuando en Alajuela se estaba muriendo, fuí a vello y me dijo, a propósito del inci– dente "Si me lo dejan solo, lo despacho sin remedio" "Tenía usted mucha razón ll
¡ le contesté
En la pi isión provisional en que me tenían yo no sabía nada de lo que ocurría
Serían las 8 p m cuando se abrió la puerta de mi cuarto y entró Fernando Lados, con su pera a fa fran– cesa, <:lIto, espigado, con su color moreno de brigand
nopo}itain, y con acento autoritario me dice. quitate esa, ropa, esos zapatos, pónte este vestido azul de sol– dado, échate al hombro ese manojo de zacate, paró lo llaman, y sígueme Como a 200 varas de la Casa estaba un coé"he y me ordena Sube al pescante AIIF iba Adolfo Díaz Pasamos por enfrente de los poli– cías, sin que nos molestaran Como en la valija que estaba en casa de mi tía, encontraron un vestido y
unos retratos, precisamente con esa indumentaria, que eran unos levitines, cola de pato que llaman, se sacaron fotografías para disf ribuirlas a mis persegui– dores
Yo ví una en Belén de Rivas, una que nos enseñó a Marcial Guerra y a mí el agente de policía Flaco
r con un semibigote, de levita cola de pato, no era po– sible distinguir al que llevaba un cotón de jerga de don Manuel Calderón, que me llegaba hasta la rodilla, montado en una yegua, y con soga propia para lazar Miurds
El coche en que íbamos Adolfo Diaz, Fernando Larios y yo, nos llevó hasta el beneficio de la casa Cha– marra y Díaz, donde vivía la hermana de Adolfo, Amelía viuda de Pedro Ortega, sus hijos Adolfo y Lulú Apenas lIeQamos, me ordenó, el cuáquero, nombre de guerra de Fernando Larios, disfrazarme y como en una especie de embrujamiento, en un silencio o cuchicheo especial, me pusieron una indumentaria de mujer, con un rebocito maloliente de la cocinera, y el estirado
ingeniero Fernando Lados con voz de mando sigue ordenando Móntate por delante, corno mujer con ese chiquillo, toma este revólver mata si puedes, pero an– tes de dejarte coger, deja el' último para vos Si pue" des salvar el retén con el disfraz estás salvado, pOlque Salvador Calderon te espera m¿'s allá del puesto de vigilancia
Monté, por delante, como mujer y vestido de ídem El muchacho que me lIeVQba era hijo natural del doctor Ramírez, como de 1S años
La bestia que nos Hevaba fUe aperada así una albarda ordinaria, el rocín sin freno y la montura sin grupera El chiquillo indudablemente iba bien alec– cionado, parque cuando íbamos pasando por el retén, me dice Cante algo o me acompaña, yo voy a cantar "Crecido en años por ver la tierra, cifré en la guerra mi porvenir" y así lo hizo Hacía una espléndida luna, de modo que nos vieron los del letén claramente venir cantando y nos dejaron pasar sin ningún alto, ni quien vive Más bien estaban alegres, fumando y
cantando
A trescientas varas encontramos a Salvador Cal– derón, ansioso, en espera de algo trágico Llegué a una finca, que como a una legua del retén tenía don Manuel Calderón Me dió un chaquetón de jerga estilo guatemalteco y me interné en un potrero a dor– mir y comer un refrigerio que me proporcionaron en la finca En ésta, era algo peligroso estar, podrían ir a registrar en aquel momento
Vestido der chaquetón, en una bestia aperada a lo sabanero, con mi soga 01 rollada a un lado de ra albarda cruzamos llanuras hasta llegar a un aserradero de don Alejandro Chamarra, que manejaba un señor Sotomayor, en donde fuí atendido como a una persona enferma que no quiere que lo vean Cuánto he sen– tido no volver a ver a gente que fue conmigo tan hidal– ga Yo creo que las amistades de los calderones en esos lados ccmtribuyeron a mi seguridad y relativa co– modidad
. De allí pasé a otra finca, la de don Benicio Guerre– ro a orillas del estero que da al Lago de Granada, Li;l Estrella
Fuí tratado a cuerpo de rey, disfrazado con mi chaquetón y curando a la gente de vez en cuando, con bicarbonato, quinina y píldoras de almidón, pero el aburrimiento de mi incierta situación me tenía de– sespelado
Estaba recostado un día en el barandal del primer piso de la casa de Ja finca, contemplando la llanura sin fin, cuando divisé por el ancho camino que conduce a Granada la figura de una especie de don Quijote Era Fernando Larios Jamás he sentido impresión igual de alegría y esperanza Yd no tenía el aspecto de árabe feroz con que me había salvado en Mana– gua, sino que era el cordial compañero, que me traía (a noticia de que tenía que esperar en Nandaime algu– nos días para salir a Costa Rica Con don Diego Ma– nuel Chamorro y don Pedro Joaquín Chamarra, que estaban escondidos y salían pronto Me fuí con él a Granada
Luego estuve en una finca de cacao de don Vicente Cuadra, San Antonio, que manejaba su hijo natural Vicente Cuadra Figueroa, en Nandaime.
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