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TEMPESTAD BAJO UN CRANEO
La frase hugoniana "tempestad bajo un cráneo", me parece la más adecuada para caracterizar el con– flicto, espiritual y ffsico, de Doña Damiana, Es algo formidable para cualquiera, y más para una mujer. Decía Shakespeare, hablando de la venganza los mo– linos de los dioses, muelen despacio, pero siempre muelen El molino de la justicia de doña Damiana trabajó con celeridad, pues apenas transcurrieron po– cos días para que el asesino de su marido ocupara el mismo patíbulo de sus víctimas
La ceguera de Edipo, de una grandeza trág!~a,
provocada pqr él mismo, en un acto de desesperaclon, infunde pavor, crispa los nervios; es casi un acto brutal En el caso de Doña Damiana el interés consiste en lo que contiene su pasado Sin nada de leyenda -como historia, y como materia interesante para un análisis de la tremenda lucha empeñada entre la psi– quis y la complicada máquina cerebral (l)
tuvo, ni ella lo supo, porque un pedazo de su alma que dejó en Nica~agua absorbía todas sus pensamientos. Quiero verla, decía continuamente hasta que un diO de tantos, resolvió regresar a Nicaragua
Navegando en el bravo Atlántico, durante sus noches solitarias, cómo pasarían en fantástico tropel por su atormentada imaginación, las trágicas visiones del fusilamiento de su esposo, el indio desnucado, la ejecución de Cerda y los gritos de desesperación dtl los mártires de la Pelona!
A medida que la barca avanza y se acerca a las playas nicaragüenses, su angustia crece y el corazón no palpita, sino que golpea todo su ser
Por fin tocan sus plantas la tierra donde ha su– frido y querido tanto, pero, Oh! crueldad del destino, súbitamente queda ciega!!
Un toldo de tinieblas le cierra la vista de la tierra que buscaba
Y, tendiendo las manos hacia la inmensidad del cielo, en muda imploración, cayó desplomada sobre el ardiente rescoldo de la arena
Se ha dicho que un individuo en un momento de pánico puede encanecer de pronto, pero en Doña Damiano, quizá la vista de las aguas del río y el traba– jo lento de su tortura, contribuyeron, quién sabe por qué fenómeno, a apagar la lumbre de sus ojos Tal vez el mismo río le trajera recuerdos del in– quieto lago que, azotado por sus propias olas, era la imagen viva de sus pensamientos, también azota~os
par un cúmulo de recuerdos dolorosos, de angustias, de penas y de remordimientos, lo que produjo aquella explosión de sombras que ya no le dejarían volver a contemplar los resplandores luminosos de los soles gra– nadinos
Inmediatamente doña Damiana ordenó el regreso a la tierra nativa
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CERDA, ARGüELLO y SUS CRIMENES
Argüe!lo se fue tamb~én a Rivas a, gozar de su triunfo y organizar el gobierno de la ciudad A su regreso a Granada su primera disposición ordenaba el
~obreseimiento en el proceso que el Coma~d~mte Flo-es había iniciado contra los presuntos crImmales de
ro Pelona Esto vino a conf!rm?r la sospecha de g~e
la orden del asesinato ema~.o dIrectamente d~ ~rgue
110 Se le atribuyen tamblen otros, act?s crImmasos, como el asesinato del Comandante InterI~o de Grana– da, don Antonio Sandoval '(oda, cuando Iba a su c0!1– finamiento, apuñaleado barbaramente Tal lo afir– man Pérez y el Doctor Emilio Alvarez que estudió con cuidado el Proceso de La Pelona y Vado
Sobre Cerda pasan los fusilamientos apuntados y otros que él lIama,ba pa~e~r:almente castig~s M,e h? llamado la atencion el JUICIO de un hIstorIador JesUi– ta (l)
Comentan en Granada que cuando don Juan Argüello estaba en trance de muerte, le dijo al sacer– dote que lo auxiliaba "Padre, me acosa en el momento de morir el crimen de Urías, me devora Pa– dre"- En Granada creen que se refería a los fusi– lamientos de Cerda y Casanova, pero yo no encuentro relación ninguna, pues el crimen de David, que había seducido a la mujer de Urías, consistió en mandar con Urías una carta a Joab, que dirigía el sitio de Rabbo, para que lo pusieran en el lugar más peligroso y lo desamparara y lo mataran como sucedió Es un mis– terio saber a lo que realmente se refería
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Después del fusilamiento de su marido, doña Damiana llorando' su desventura, pasó algún tiempo en Rivas' sin que la energía de su carácter pudiera hacer de~aparecer de su sem.!;¡lante la tristeza ni miti– gar la amargura de su corazón Por fin emprendió el viaje a su tierra nativa, no se sabe cuánto tiempo es-
Oréis pOl nos al Todopoderoso
Nombre etemo forme de nuestla historia Aquesta inscripción de gl'an memoria.
En las orillas del lago de Nicaragua a 28 de EnelO de 1829. "LOS ASESINADOS"
Después de muchas discusiones por la pI ensa, se da como absueltos de complicidad en el climen de La Pe– lona a AlelIano y al padle Vigilo
(1) Dice un jesuita autor de la Caltilla Histórica de Ni– calagua: "Manuel Antonio de la Cerda fue un hombre de costumbl es muy pUl as, de ideas profundamente Cl is– tianas, de glande energia de caráctel, muy amante de su patria y exento de ambición Los defectos que le atribuyen con justicia, fuelon una falta de tacto poli– tico y el no haber leplimido con todo empeño la cruel– dad de alguno de sus subalternos. La figUla en resu– men es de las más nobles de nuestra histotia" Nuestra implesión es, la de un hombre duro, telco y fanático, de la estirpe del Monsb uo de Ginebla en el aspeCto albitralio, aunque con menos pecados. Sus de– cretos del 26 de Mayo en León y el de Rivas, son mo– delos de balbarie
(1) Edipo Hijo de Layo y de Yocasta, ley de T~bas, vi– vió en el siglo XX a J. Mató a su padre sm saber que lo era; se casó con Yocasta sin saber que e!a su madle y llegó a sel ley de Tebas Al descubur los
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