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« Previous Page Table of Contents Next Page »elegante prestancia. Hay entre esa y la otl'a actitud un \'Uro contraste que no podrá resolverse con palabras.
Lo único ql,le a este respecto podemos afirmar eS
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que tenemos imaginación, sentimientos y emociones que nos impulsan hacia esos dos diferentes senderos: el del traba;o y el de la revolución; y cada uno se afilia a su bando político.
Asimismo, cuando se trata de escribir como lo hace Amador en estas páginas que revistamos, los nicaragüenses toman de su paleta los arreboles luminosos del cielo azul, el negro de la violencia de los huracanes tempestuosos y el verde ·o~cul'o de los bosques, para dar colorido a sus cuadros, con la sensación de lo real como ellos lo contemplan.
Eso es, en resumen, el contenido del alma de estos pueblos, nioviéndose dentro de un ambiente preñado de incertidumbres y de dramas sangrientos; y cuall~o la calma lIe– ga, y se nos amontonan los años, nos volvemos a encontrar después de mucho tiempo, con este ameno y divertido escritor, el viejo segoviano como lo lIarrto cariñosamente, vi– viendo en San José con toda tranquilidad. Al cabo de ambular de un lado para otro, en alas de} ideal político de antaño, en busca de descanso, se encuentl'a con que su querida compañera se queda paralítica y, él mismo, atormentado por perti,naz dolencia. Pero estas desgracias no han ensombrecido el temperamento de su carácter chispeante; siempre tiene a tlol' de labio una frase burlona, como la tuvo hace cincuenta años, cuan– do escribía sus crónicas en El Siglo XX de Managua o dejaba escapar en ellas un fino alfilerazo para algún tipo cal'icaturesco. Y hoy 111 ismo se mantiel'1e con espíritu para recordar las inquietas y pasadas hazañas de otrol'a y aún pal'a conientar y disertar los sucesos históricos que forman este libro.
Mucho quizá me he extendido en este desvaído comentario; pero la materia lo requería y, todavía píenso, no se ha agotado esta mina en donde se revela con talento e inteligencia, ese pasado histórico que encontramos en los artículos de Amador.
f\lo dudo que las generaciones del futuro cuando lean los artículos y las memorias de José Amador Uriza se formarán idea cabal de la vida de aquella juventud de Nicar~gua y
Hon~uras que empezó a vivir a mediados del sigla XIX y alcanzó casi la mitad del siguiente. Verán, en esas páginas cómo se luchaba en la montaña bruta, en los pe– lados llanos, y en las ciudades en busca de un ore/en y de una paz qUé tQdavía se ven muy lejos.
"-a obra de Amador -no me cansaré de repetirlo-, sale de la mente de un revo– luciQnario, de un emigrado político, de un maestro, y de un profesional y que también fue útil a la sociedad en que vive, y es hónra de las letras centroam~ricanas.
labol'ó en varias tareas; fundó su hogar que le otorgó tres hijos, y hoy, ese perso– naje que parece salir de las páginas de una novela de Alejandro Dtimas, contempla go– zoso y con orgullo, a sus tres retoños educados como él, contento y satisfecho además de haberlo conseguido. '
y al final de la larga jornada? no obstante los duros golpes que la inestabilidad de esta vida endereza a veces a unos y otros, se siente todavía con su ¡nente ágil y pro– ductora.
Qué más podría esperar este quijote nacido en las inmensas y frondosas montañas segovianas? Después de enfrentarse a los peligros, de expel'imentar desilusiones y de– sengaños, trabajando como un esforzado, llega a verse rodeado del cariño de los suyos que le alegran las noches primaverales de los postreros años de su inquietante y movida existencia.
y yo, pongo punto final a este especie de proemio, pidiendo perdón a mis lectores si los tengo, por haberlos entretenido en elogiar y comentar la obra de este selecto inte– lectual nicaragüense.
San José de Costa Rica, año de 1946.
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