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:me "Para decir verdad, descubn que era
perl'encia desagradable; no esioy acos-una ex . " , brada a que algLue n ca:mne por m~.
~:-n±ras subíamos la montana es~ve ml-d 1 se ndero· ciertamente habla agua ran o e ' ± ' 1 ue lo tapaba en algunas par es, pero ,VI o q f" ±e para convencerme de que SI hu-su lClen . 11. b . .;. d biera caminado no me a. na e~p~n.ana",± o, Cuando llegarnos a ~a c~ma e 1 a bUll;:>
a, :mandé de vuelta a ml.gUll;1 coln e ±cad ~ o y 1 ensaJ'e de que camlnana e res o e sen-
eIT\. , . dero Y volvena a pIe. ,
"Puede ser que haya sIdo entonces cuan-do empezó esa ±onl:eria de que soy .una gran caminadora, y de que hago canunar a J<;
gente hasta que le da un colapso, Err:tpezo corno una bIoma, pero ahOl;a la gente lien~le
a ±omarlo en serio; en reahdad torno mucno cuidado en no cansar a la gen~e con la que salgo a carninar, y no me cO,nsldero una ca– :minadora excepcional: Es clerío que p1;1edo caminar cuarenta y clncc;> o sesenfa kilome– fros por día sin incorno~ldad, pero. r?ra vez lo hago. Me gusta camlnar unos kl1ome±ros después de comer, porque ~e ayuda.a pen– sar. Cuando estoy de vacaCIones c~mlno por lugares del país a los que no he VIsto antes, porque la mejor manera de conocer un lugar es caminar por él, pero no lo hago por atle– tismo".
Nos foparnos con una yunta de bueyes que luchaba barranca arriba arrastrando un carro en el que había un tanque de hierro. El boyero era un hombre delgado, de cara de halcón; sus pantalones remendados se pe– gaban húmedos a sus piernas,' y por la cami~
sa abiería se veía brillar su pecho corno me" tal mojado. Es±aba acarreandc>' agua hasta su cámpo, para mezclarla con tierra y hacer adobe pará ulia nueva casa. El agua 'prove" nía de una fuen!e, en un pueblo slluado a casi cuatro kilómetros de distancia, y Él! cal– culaba que el viaje de ida y vuelta le it)ma– ba cuatro horas (no tenía reloj), y a no ser que algún afro hiciera la mezcla para el ado– be, sólo podía hacer dos viajes por día El tanque contenía alrededor de 185 lUros y lle– narlo le costaba quince centavos.
"Pero el agua es pública. Nadie pue– de cobrarle por el agua", dijo Eggie.
"No pueden cobrarme el agua, de ma– nera que me alquilan la manguera que uso para llenar el tanque".
. El homb~e explicó que se podía conse–
~ulr agua mas cerca que el pueblo al que Iba, pero era agua potable, recogida de los techos de las casas más grandes durante la estación de las lluvias, y llevada por caños a ~a cisterna para utilizarla durante la es–
facl~n sec~. El sistema había sido planeado
po~ IngenIerOS sanitarios de la Oficina Sani– t;;na Panamericana y los habitantes lo ha–
b~an adoptado. A cada familia le correspon– d1a una ración de algo más de tres litros y
medid' de agua por día, y la cisterna estaba' administrada por una comisión designada de
~mire la población local. Era su primera ex– periencia de au±ogobierno, y ahora estaban planeando construir una escuela.
De vuelta en la oficina central de la zo– na de demostración, el director HéC±or Coll me habló del agua y la salud pública. "Una cosa que tiene el asunl:o del agua, es que uno no tiene que convencer a la gente de su necesldad", dijo, "Puede ser que no sepan nada de los peligros del agua contaminada, aunque es alentadora la forma en que ese concepto está circulando, pero por cierío sa– ben los beneficios que representa una provi– sión abundante de agua para lavar, cocinar y oiros fines domésticos.
"A una mujer que carnina quince kiló– l'ne!ros para lavar la ropa de la familia en un río fangoso, no es necesario decirle que le hace falta un abastecimiento continuo de agua al alcance de la mano; ya lo sabe. A la joven madre que frae desde el cerro toda el agua potable para la familia, en un cán– iaro equilibrado sobre su cabeza, no es ne– cesario decirle que sería más conveniente que el agua viniera por una cañería; ya lo sabe. Y a su esposo no necesita decirle lo que significa cuando el cuadro de fríjoles se seca y se lo lleva el viento; ya lo sabe. To– do lo que tenernos que hacer es mostrarle una forma práctica de llevar el agua hasta la aldea".
Luego me contó la historia de Loma de Ramas, un puebli±o d.e cerca de cuatrocien– tos habitantes, que no había ±eri.ido agua pro– pia hasta que los ingenieros sanitarios de la OMS, trabajando con el gobierno, planearon un sistema para traer el agua de una fuente distante en la ladera de la monfaña, me– diante una cañería. El gobierno podía des– tinar sólo una cantidad .limitada de dinero para lbs materiales del proyecto y, durante un tiempo, pareció que el proyecto se haría imposible, debido al costo de transporíar los caños y el cemento desde el depósito de abastecimiento en Guazapa, por sobre más de siete kilómetros de camino tortuoso y pe– dregoso, hasia la mitad de la montaña. La población de Loma se ofreció volun±ariarnen– te a llevar los materiales sobre sus hombros.
Todo el pueblo tornó parl:e; la gente se reunió freli±e a la iglesia de Guazapa, mien– tras el cura párroco los bendecía a ellos y a los caños y al cemenl:o; luego el cura en– cendió un cohel:e y, cuando éste ascendió y estalló, los hombres levantaron sobre sus hombros los tramos de caño de nueve me– iros de largo, las mujeres alzaron las seccio– nes m.ás pequeñas equilibrándolas sobre sus cabezas y empezaron la jornada. El sende– ro conducía a !ravés de los campos, por so– bre paredes rocosas, a través de malezas, cruzando el río Guazapa, montaña arriba hasta el pueblo.
El proyecto Loma fue la demostración
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