Page 39 - RC_1965_05_N56

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"Dijo que había que llevarlo a la clínica del pueblo", respondió la m.adre, agachando la cabeza.

"Y vam.os a ir cuando ±engam.os ±iempo; ahora estamos cosechando el café en la fin–

ca".

"1Jévelo lo más pronto posible", indicó Eggie.

"Hay que cuidarlo".

"Muchos chicos tienen los ojos llorosos", dijo la madre.

"Y los que son cuidados tienen la ma– yor probabilidad de curarse", replicó Eggie dulcemenie.

Cuando trepábamos la barranca, al vol– ver, Miss Egges±ein hablaba mientras yo ja– deaba. "Es±a es la com.unidad más cerca– na a la casa del asislen±e", explicó "Hay otras que están a doce o quince kilóm.e±ros. A las más lejanas las visita a caballo; ahora está en una gira. Has±a una pequeña ca– m.ina±a corno la que es±am.os haciendo se ha– ce pesada, así que puede im.aginarse qué ca– lurosos y sucios llegan a ser los viajes m.ás largos".

En cada com.unidad, la asistente visiia a todas las mujeres em.barazadas y controla el progreso del em.barazo; trabaja con las parleras locales, dándoles demostraciones de cuidado prena±al: cómo efectuar ún control físico ±om.ando la temperatura y la presión arterial y analizando la orina, y urge a la parlera para que se ocupe de que las pacien– fes concurran a la clínica más cercana para que les hagan un control prenatal completo, ±am.bién las apremian para que, en caso de complicacÍ(:mes, lleven la paciente al m.édico. Habitualmen±e las futuras m.adres van caminando hasta la clínica, pero hay ocasio– nes en las que las asis±en±éS de enferm.erá. deben realizar arreglos especiales; él veces llevan a la mujer a caballo y en otros casos la madre en perspectiva es ±ransporlada por hombres de la aldea en una hamaca colga– da dé un palo.

En la visita de rutina a las aldeas, la. asistente toma muestras de sangre de iodos los caSOS febriles, y luego las envía a la ofi–

cina central para que las analicen en busca de signos de paludism.o. Aconseja a los po– bladores sobre la necesidad de tener agua fresca, y los eslimula para que form.en comi· siones dedicadas a cavar pozos de agua, construir casas de baños y a veces instalar cañerías; hace la propaganda de la dieta equilibrada y trata de persuadir a los aldea– nos que coman huevos y cultiven legum.– bres, si el propietario de la finca les penrtite utilizar la tierra para un huerlo. Se supone que las asistentes deben criar gallinas y cul– tivar horlalizas en torno a su puesto, com.o ejemplo para la comunidad, pero no todas lo hacen¡ sus días están totalmente ocupa– dos sin necesidad de arrancar malezas y re– gar.

Una asistente de un puesto rural, mu-

chacha de veinticinco años, de la capifal, me inform.ó que hacía diez meses que trabajaba. Encontraba que era en su mayor parle "un irabajo pesado", y no estaba segura del todo de que seguiría con la tarea, aunque pensa– ba que probablemente sí. El sueldo de cin– cuenta dólares por mes era más de 10 que podía ganar en la mayor parle de los otros empleos disponibles para una chica de su instrucción, que sólo llegaba al sexto grado, además del aprendizaje que había recibido COlno asistente de enferm.era de salud públi– ca. Lo mejor del trabajo era el sueldo y "la sensación de ser pa±rióticamente útil". Lo peor era la soledad; en algunos de los pues– tos rurales, explicó, las m.uchachas se con– fundían con la comunidad, pero en otros, co– mo el suyo, cuando se acababa la tarea del día, las asistentes quedaban aisladas. Gene– ralmente estaba tan cansada que no le im– porlaba y se iba simplem.en±e a dorm.ir. "Pe– ro algunas noches", dijo, "la soledad llena la habi±ación".

La asistente vivía en una casa de tres cuarlos, uno de los cuales se utilizaba co– mo clínica, uno como dormitorio y el otro co– mo cocina. Estaba construida sólidam.ente de adobe y era bastante conforfable. La pintaban una vez al año, y a lo largo del sendero de entrada había flores y árboles fru– iales al lado de la puerta de la cocina. Las codinas de las venlanas estaban limpias y eran bonitas; una linda casa, pero solitaria.

Le gustaban los viajes a caballo a las comunidades más distantes que atendía; siempre esperaba con placer anticipado el amanecer en la montaña, y parficularm.en1:e el panoram.a del cono oscuro de un volcán delineado contra el cielo verde pálido. No ienía ninguna sensación de peligrq mieniras hacía sus rondas solitarias; jamás había ca:" balgado antes de ser enferm.era, pero le cos– ió poco trabajo aprender¡ doS veces había sido despedida por el caballo: üna cuando el caballo resbaló, al cruzar ';1n río, y .1.a. otra cuando Se espanto de una vlbora, y en nin– guna de las dos ocasiones se había las±ima– do. Gustaba especialmente de los viajes a las aldeas lejanas, porque la gente en ellas era m.uy agradecida. "Hasta que yo llegué" me dijo "nadie se ocupó jamás de ellos".

IV

En nuestro cam.ino de vuelta por la la– dera de la montaña, le pregunté a Eggie si alguna vez efectuó sus giras de inspección de los puestos auxiliares a caballo.

"Solo una vez", me contestó. "Eso fue cuando era nueva en la zona. Durante la estación lluviosa tuve que visitar a una co– munidad m.etida en la montaña. Tenía la intención de caminar, pero la gente que me había m.andado a buscar dijo que el sendero que subía por la ladera era un perfecto río, y que posiblemente no llegaría a pie. De

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