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« Previous Page Table of Contents Next Page »de sus rostros cubierta por los pañuelos, sus ojos oscuroS graves por encima del planco paño. Mientras pasábamos, desapa~ecían
en la nube de polvQ y nosotros segulamos con el jeep inclinado de costado, a través de pálidas murallas de caña de azúcar, hacia arriba, hasta, las sombreadas fincas de los amos del cafe.
La voz monótona del medio oeste de Miss Eggesíein sonaba exótica contra ese !ras– fondo. Hablaba de sus primeros días de en– fermera, cuando había asistido a los sioux en lo más remoto de Minnesota; me contó sobre su época como enfennera y maestra de en– fermeras en China, y cómo, después de dos años de deiención (que no interfirieron con sus giras a pie), fue expulsada finalmente por los comunistas chinos. Habló de la mu– chacha china y del chico salvadoreño que había adoptado; habló de los problemas de las enfermeras y los médicos en la zona rural de Centroamérica, que son muchos y serios.
II
En la mayor parte de los países lafino– americanos existe una escasez intrínseca de enfermeras. La instrucción profesional de este tipo sólo se imparte a las muchachas que poseen una cierta educación básica, y dado que la mayoría de las chicas 11.0 van más allá de la escuela primaria, exisle un grupo rel a– fivanlente pequeño de donde extraer apren– dizas ,y aun este grupo parece mayor" de lo que eS en realidad. La mayor parte de las muchachas que iermi~"lan la escuela secnn– daria, o su equivalente, son "de buena fami. lia", y en gran paríe de América lafina, esas chicas no piensan ingresar en. la profesión de enfermera: Eh verdad en algunos países, el ser enfermera no se conpidei-a de ninguna manera una profesión, sino un serviCioper– sonal, como el servicio domésfico. Como
c~nsecuencia, en algunos paíst;ls solo se gra: dua un punado de enfermeras cada año Lstá haciendo furor un gran debate· so– bre la mejor forma de terminar con la esca– sez de enfermeras; un grupo argumenta en P,r,o de la disminución de las reglas de admi–
s~on e:ll; las. ~scue]as de enfermería y de una slmphf1caclon de sus cursos de enseñanza.
oir~ reclama la creaciÓn de una clase secun~
dan6; de enfermeras, llamadas habitualmen– te aSlstentes o ayudantes de enfermera. otros aun, sostie~en q~e la mayor necesidad ~s que
s~ les ensene me±odos modernos de enferme– na a 16;s parteras sin instrucción médica, que SuperVIsan la ITlayor parte de los nacimien– tos en América latina. El núcleo existente te
enfermeras profesionales Hende a descon-l.ar .de programas que otorgarían un recono– c:muento legal en su gren,.1o a personas con 1"11.en.or preparación científica, temiendo una dechnación e~ el niv~l profesional y, fal ve"z, la competencla economica.
Cuando la Oficina Sanitaria Partamerl-
cana empezó a estimular a los gobiernos del hemisferio para que establecieran proyectos sanitarios integrales, El salvador fue el pri– mero en recoger el guante, y con la ayuda .técnica y financiera de varias agencias de las Naciones Unidas, estableció un área de demostración que abarcaba una décima par– ie del territorio nacional, y donde podían. efectuarse experimentos de integración de di– versos servicios sanitarios: programas de va– cunación, ingeniería sanilaria, asistencia sa– nilaria maternal e infantil y nutrición. Uno de los experimentos fue la creación de un cuerpo de enfermeras rurales, constituido tanto por profesionales toialmente adiestra– das como por auxiliares.
El Salvador es un país pequeño pero es– carpado, una tierra de junglas y montañas, en la cual las malas vías de cOlnunicaGÍón pl'oducen el efecto de alargar las distancias. La mayoría de las enfermeras hacen sus ron– das a pie o a caballo, y los puesfos se hallan separados como islas, aunque a veces disten solo unos pocos kilómetros de la oficina cen– tral.
III
El jeep se detuvo ante una casa cons– fruida en una pequeña parcela de fierra, li–
mitada por arbustos de café. "Este es el puesto sanitario", dijo Eggie, bajando del ve– hículo. "Se lo enseñaré luego, pero prime– ramente caminemos hasta la aldea próxima; no es más de un kilómetro".
Recogió una vara de bambú de un me– iro y m,edio, "contra las víboras", indicó omi– nosmnente, y marchó hacia adelante. El ca– mino desapareció tras ele nosotros enire los cafetos polvorientos, y luego nuestro sendero se desvaz:¡eció bajo una capa de hojas resba– ladizas. Eggie seguía caminando, subiendo
Un~ cuesta, bajando por una barranca sem– brada de rocas redondas y blanqueadas co– mo pelotas de basquetbol, que ates±i.guaban la fuerza de los aluviones de la estación llu– viosa, luego subió el ribazo y a través de ma– torrales espinosos llegamos a un conjunto de cabañas de troncos con techos de paja Ha– bía pollos que picoteaban en la lierra, un pavo flaco nos miraba indiferente, un en– jambre de chicos, vestidos solo con cor.l:as ca– lnisolas, jugaban sobre sillas rotas colocadas en el suelo entre las cabañas. Una mujer embarazada, con un vestido de algodón, sa– lió de la choza más próxima, seguida por un niño desnudo, con el cabello lacio y rojizo y
el vientre hinchado que indican el kwashior– kor; de sus ojos manaba el pus como si fue– ran lágrimas.
"aVio la asistente a este niño'?", pregun-tó Eggie.
"Sí" .
.. ¿Cuándo'?". "Ayer".
"¿Y qué es 10 que ~e recomendó~".
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