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En Washington, uno de los asesores de la oficina central regional de la OMS m.e ha– bía dicho: "Debe :tratar de ver a Adelia Eggestein en El Salvápor, si es que puede en– contrarla. Es una erifennera rural, y proba– blem.ente está de recorrida entre las breñas. En toda América es la única m.ujer que m.ás faC±iblernente Se la encuentre dunniendo en el suelo".

En la ciudad de¡ México, un hom.bre de la oficina central de la zona m.e manifestó: •'Cuando visite la zona de demosfración en El Salvador, no se,preocupe por los mosqui– fas, escol"piones o v.í:boras de cascabel, no se aflija por los volcanes y los terreIUotos, pero evite a toda costa salir a dar una caminata con Adelia Eggestein¡ le va a gasta~ las pier– nas hasta las cad~ras¡ ha dejado inutilizados a algunos de nuéstros perito, IUás resisten– tes".

En la ciudap. d,e Guatermila, una enfer– mera norteaIl\~nca%la de largas piernas, que pare4ía un corredor olímpico de vallas, agre– gó su contribuciá'n al retraía: "La más con– denada experíeIlcia que he tenido en mi ca– rrera, fue cuando Jne ~nviaron en una girá de orientación co~ Miss Eggestein, en un jeep. Este jeep se· descompuso y el conduc– tor dijo que le tOIUaría un par de horas arre– glarlo.,

"Oh, podémo$ llegar caminando en me– nos tiempo", exclamó Eggie, y sé fue por los matorrales, subiendo una colina, yo trope– zando detrás ¡de ella como un buey paralí– tico. Debía hacer corno treinta y siete gra– dos a la sombra, y la colina era más empi– nada que el Monumento a Washi.p.gton. Fi– nalIUenfe llegamos a un lamentaple racimo de cabañas, a mitad de camino hacia la ci– ma. Allí vivía una de las ayudaJ,'ltes de en– fennera; no estaba en su cabaña, pero yo en– tré y me desplomé en la cama, liqiJ.idada por ese día, por una semana, por un mes, por un año. Miss Eggestein me vio yaciendo ja– deante y dijo: "PerfeC±o, perfecto. Una en– fermera sieIUpre debería descansar cuando tiene ocasión de hacerlo. Dentro de diez mi– nutos iremos a buscar a la ayudante yenton– ces sí que treparemos".

En San Salvador, el Dr. Héctor con, uh encantador perito sanitario argentino, que era entonces el asesor de la zona de deIUos– tración me infonnó solícitamente: ' 'Lo voy a enviar a visitar algunos de los puestos sa-

ENFERMERAS

, APIE YACABALLO

I

MURRAY MORGAN

Crónista de la Organización

l\'I undial de la Salud

nitarios distantes con nuestra enfermera con– sultora, Miss Eggestein. He hecho revisar el jeep pero en caso de que se descomponga por cualquier causa, debo prevenirle que no se deje convencer por ella para que camine. ¡Hemos perdido ~ás consultores en esa for– ma!".: ,

Cuando llegué a la oficina central de demostración sanitaria, en Ouezaltepeque, una aldea desaliñada a una caria pero pol– vorienta distancia de San Salvador, la enfer– mera Eggestein estaba de pie en el patio. No parecía una caminadora tan temible, ni siquiera parecía atlética. Era alta y huesu– da, con un perfil delicado y ojos extraordi– nariamen±e azu1e.$¡ su cabello grisáceo es±a– ba recogido detrás de la cabeza en un rodete flojo; a través del cual había pasado un lá– piz rojo. Llevaba un vestido descolorido de algodón, un collar de alubia.s de color casta– ño, aros de mosaico y un par de zapatos cas– :tañas de facón bajo, muy gi¡l.stados. Hacía rec<;>rdar al pan Íl,orneándose en el horno, a la pinfura de una abuelª por Nonnan Rock– well, a la rnaesfra favorita que tuvimos una

ve~i al récordarla años despu~s. Se parecía a SU Minnesota nativo; pero",no parecía una mujer cuyas caminatas la han ~levado por to– do el medio oeste norteamericano, por bue– na parte de China y por IZada uno de los ca– forCe departamentos de El S¡;rlvador.

"Esta es Eggie" dijo el Qr. Coll. y a 1!j1.

enfermer€¡.' Eggesít;!in: "Me vqy a enojar mu– cho si lo lleva a álguna parte désde dOllde tenga que traerlo a babuchas".

"Oh, parece éomo si pudiera caminar"

I replicó ella. "Iremos prim.ero a San Fran-' cisco" .

San Francisco resuHó ser una pequeña aldea alIado de un volcán extinguido, adon– de llegamos en jeep. En OuezaHepeque la superficie del camino era de adoquines, "el

pavim.en~o del pobre" com.o se le llamó a ve– ces, pero en el caIUpo la superficie era de una arena volcánica negra; se suponía que impedía que se l~vantara el polvo, pero de– trás de nosotros dejábamos un túnel de are– na y de tierra al subir 1<:1, ladera de la IUon– taña. Las mujeres se apartaban aprisa del camino al acercarnos, y cubrían s~ boca y

nariz con pañuelQS; pennanecían al borde delcamíno, con los pies enterrados en el pol– vo hasta el :tobillo, pequeñas y erguidas, a veces con canastas de frutas o de ropa de la– vado en equilibrio sobre aros de :trapos alre– dedor de sus cabezas, y con la mi:tad inferior

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