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que ninguna otra fuerza superior, interviniese para lograr uno más equitativo regulación del régi– men del trabajo

Este desequilibrio económico y social, acentuado cada vez más a principios del siglo XIX, trajo como lógica consecuencia, la reacción de la masa obrera yeso reacción fué en muchos casos violenta

Entre los escritores de aquella época, hubo algunos -Ricardo y Malthus, como ejem– plo----- que se percataron de los sufrimientos que a la clase trabajadora había de ocasionar esta transformación radical de los medios de trabajo Pero la mayor parte de los economistas, arras– trados por la fuerte personalidad de Adam Smith, estaban firmemente convencidos que el hom–

bre l/en éste como en muchos casos, guiados por una mano inv:isible, se dirige a conseguir unas

finalidades superiores a sus propios intereses", porque sin que los busque reflexivamente "con sólo la persecusión de sus propios intereses labra el de la sociedad, con mucho mayor eficacia que si se tratase de promoverlo directamente".

Demostrado en su valor de humana dignidad que el trabajo no se podio equiparar a una simple mercancía, la evolución social advirtió que el Estado no podía limitarse sólo a funciones tutelares del orden jurídico y de garantia de la libertad humana, sino que estaba obligado a pre–

servar la felicidad del hombre en el ámbito de necesidades.

No fue este advenimiento materia de cordial acuerdo Por el contrario, ensombrecido el panorama por cruentas luchas sindicales, debieron los parlamentarios legislar, imponiendo la in– tervención estatal, por un justo homenaje a lo paz social y coto al panorama de incertidumbre creado por la cuestión social desatada en franca lucha

En uno de los aspectos en donde más se advierte la necesidad de esta protección, es en el estudio de la estabilidad del trabajo La libertad de contratar o rescindir al arbitrio, apareja una de las más grandes injusticias.

Frente a la voluntad del principal que provoca el distrato, está el drama del subordinado que pierde una posibilidad inmediata de subsistencia y como derivado, lo agudización social del problema de la desocupación

Evidentemente, éste desigual planteo del concepto de la libertad contractual, requiere el intervencionismo estatal como solución y freno, no realizable bajo la órbita de una legislación exclusivamente individualista, que valore en equilibrío la posición del patrono que prescinde de su obrero, con la del obrero que abandona al patrono.

Fundamentos de este tenor, plantearon como problema internacional, la necesidad de una reparación de estas situaciones Así, al amparo de doctrinas sociales y jurídicas progresistas, las naciones del mundo, desde fines del siglo pasado, podría decirse que sin excepción hasta hoy, intentaron su solución

La celebración de las primeras conferencias internacionales del trabajo, tuvo como prín– cipal consecuencia, el llamar la atención de los gobiernos, sobre la necesidad de intervenir en la protección de la clase asalariada

Cabe mencionar la conferencia de Leeds, verificada en 1916, Conferencia Internacional Obrera, cuya realización fue autorizada por el Consejo Supremo de los Aliados Uno de los re– sultados más importantes de esta reunión, fue /0 adopción de una declaración de principios, la cual decía entre otras cosas' "El Tratado de Paz que pondrá fin a la guerra actual que asegu– rará a los pueblos la libertad y la independencia política y económico, debe igualmente poner fuera del alcance capitalista internacional y asegurar a la clase Obrero de todos los países un mínimun de garantías de orden moral y material relativas al derecho al trabajo, 01 derecho sindi– cal, a las migraciones, a los seguros sociales, a la duración de la jornada, a la higiene yola se– guridad del trabajo"

Consecuentemente con lo expuesto, puede sostenerse que, las leyes del Trabajo, no se deben a determinado gobernante, sino que han sido impuestas por la fuerza de las circunstancias, y que a ese hombre de Estado le ha tocado vivir simplemente en la época en que correspondió sancionarlas

Finalmente, cabe advertir, que la formulación concreta de los objetivos de la clase tra– bajadora, no fue el fruto espontáneo de la conciencia colectiva de una clase y mucho menos de una clase tan poco evolucionada culturalmente como la obrera de la primera mitad del siglo XIX, sino de núcleos del mundo intelectual de aquella época, que por un sentimentalismo de tipo literario hizo las primeras críticas a la incondicionada libertad económica, junto con los gran-

des utopistas sociales. .

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