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voz de Cameron primero, y de Stanton después, reunió y olganizó más de 700,000 valientes, e hizo,

en talleres Americanos, más de 2,000,000 de armas de fuego, miles de cañones, montañas de muni~

ciones, y otros elementos de guerra difícil de calcular.

No habían generales. La penelrante sagacidad de Lincoln sacó de la ObSCUi idad a McClellan, Grant, 5herman, Sheridan, Thomas, y muchos otros.

El General Fremont, el ídolo de las masas norteñas, intentó plCsionnr al Piesidente en el cami~

no de la emancipación, tomando el aire de un dtttaclnr, saliendo en su magnifico carruaje, tirado por

cuatro caballos blancos, desplegando el séquito de un pi íncipe en el cOl'azón de la república. Lincoln le arrancó las plumas y las estrellas y lo removió del comando del Oeste.

El Genelal Hunter, con extempoláneo zelo, declaró la libertad de los esclavos a principios de

1862 Lincoln revocó su proclamación y lo retiró del Ilumdo.

En el victorioso campo de Antietam, el General McClellan se empeñó en imponer al Presidente una política favorable a la esclavitud. Lincoln rompió la espada del presuntuoso ¡efe, y lanzó la pro~

clama de emancipación.

Además de estos, podríamos referir innumel'ables otros ejemplos tle elevación y firmeza de carácter, indispensables pata guiar a un ;país en medio ele una guerra c,ivil. A su fÍlmeza se debe la ausencia de ¡efes peligrosos para el orden y la Iibel tatl¡ esa libertad de los esclavos no debía de haber producido una guerra abyecta; que el odio y la venfjanza no engendrara revanchas sangrientas, peli..

gros tan comunes, desgraciadamente, en las guen'as civiles de la América Española. Ni préstamos

forzosos, reclutamientos brutales, o de~orden;ada toma de propiedades, tan desmoralizadora para la solR dadesca¡ ninguna de esas salvajes demostraciones de energía tan comunes aquí. Nada de esto se ha visto en los Estados Unidos; las autoridades fedeulles t.:anpoco han fomentado ideas políticas o mora.. les, o intentado manufacturar la o,'inión "ública para sus ,propios fines -males que, entre nosotros, siguen las huellas de las revoluciones como el fétido e insalubl e sedimento sigue la creciente de nues~

tros ríos Con fado esto han tenido mucho que Val r por supuesto, las virtudes del pueblo¡ pero no en poco ha dependido del carácter eximio de los ¡efes que han señalado el camino y dado el siemplo a

los impulsos populares.

Se ha pensado, -en nuesfto punto de visUa, equivocadame.nte- que Lincoln estaba dofado de una invencible testarudez de propósito y de un ciego fanatismo en sus ideas. Hemos notado, por el contrario, al estudiar los actos de este hombre público, mucha moderación y una gran inclinación a la

conciliación Aunque abolicionista de muchos años atrás, su programa inaugural de 1861 ofrecía todas las garantías que la esclavitud podía desear, pidiendo solamente que no debería ser extendida a los nuevos territorios establecidos.

la emancipación de los esc1avos no fue deeretada hasta que la medida llegó a Ber, no sólo un sabio medio de asegurar su poderoso apoyo en la guerra, sino también una irresistible exigencia de

la opinión popular. Cuando en 1863, se habló de p.opuestas de paz de parle del Sur, Lincoln no vaciló en declarar su deseo de s.ometer la validez de la proclama de emancipación a la decisión de la Corte Suprema y a la aprobación o desaprobación del Congreso. Fue sólo después de que tanta sangre había sido derramada que ya clamaba al cielo por I ecompensa, que iuzgó que el único precio de esa sangre era el irrevocable, completo y absoluto exterminio de la esclavitud, y en sólo ese terreno no mostró disposición de ceder.

La última fase de su carácter público y el que atrae más vivamente nuestra simpatía, fue su magnanimidad. Abatida la formidable e irrazonable insurrección que había amenazado destruir la unidad y fuerza de su patria, su primer y único propósito fue reorganizar los territorios dominados, de.. volviéndoles su existencia y sus gobiernos propios, sin retener IpOl' un momento más que el necesario y justo, el poder discrecional con el que la rebelión le había armado. Nunca pensó desde el principio en humillar y castigar, o mostrar esa saludable energía que es siempre la fuente inevitable de la reae.. ción armada. El estúpido asesino, más estúpido que su bala criminal, sin duda no pensó que, en me– dio del peligroso fermento de pasiones que sigue al día de la victoria sobre hermanos, la más segura garantía de restauración y libertad pa.a el Sur era la noble vida de Lincoln.

En el sentido vulgar del lenguaie humano, Abraham Lincoln no fue ciertamente Ull gran hombre, No tenía el deslumbrante prestigio de victoliosos éxitos en la guerra; Ita era un conquistador de pue· blos y naciones; nunca envolvió sus planes en la lóbrega obscuridad del misterio, del disimulo¡ él nunca tomó para sí el crédito de los resultados que siguieron a los inescrutables designios de la Pro– videncia; su voz no tenía el encanto aimonioso de Demóstenes o Mirabeau y Clay; él estaba libre de ese orgu1l0 satánico, que, en otros, sup'e 'a falta de verdadera grandeza. Pero estaba poseído de algo Inás grande que todo eso, de ~190 que todos los esplendores de la gloria terrestre no pueden igualar El era el instrumento de Dios. El Divin.o Espíritu, que en otro día de regeneración, tomó la forma de un humilde artesano de Galilea, se había revestido de nuevo con la carne y los huesos de un hombre de humilde nacimiento y posición Ese hombre fue Abraham Lineoln, el libertador y salvador de la gran república de los tiempos modernos. Esa irresisHble fuerza, llamada una idea, tomó posesión de un hombre obscuro y común, lo fundió en su fuego santo, lo purificó en su crisol, y lo levantó al ápice de la humana grandeza -hasta para ser el redenlor de toda una raza de hombres. El, cuya juventud

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