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« Previous Page Table of Contents Next Page »había pasado a la mancera del arado en las entonces solitarias llanuras de IlIinois¡ cuya temprana ma.. durez se arrastró fatigada a los remos tle una barca chata del río Mississippi, y el único reposo de
sus años más maduros eran los agitados trabajos elel fol'O; ese hombre fue llamado a ser el ál bitro del destino de su palria -el gran hombre de estado, cuyo destino fue manejar el timón durante la más
horrorosa tOlmenta de su época. En la hora crítica de la prueba y del peligro, todos descansaron en
él. Aun las Uneas de su fisonomía, medio seria, medio cómica, habían sido transfol madas por las agi. taciones de su vida. En las palabras de un distinguido pel'iodista de su tierra, "su suave y poderoso rostro estaba ligeramente marcado por las circulares huellas de sus pensamientos jocosos, y profunda. mente arado y surcado, señales visibles de sus profundas ansiedades". Hay en sus últimas palabras algo del fuego de los profetas bíblicos. "Tiernamente esperamos", dijo en su discurso inaugural del 4 de Marzo pasado, "Tiernamente esperamos, fervientemente rogamos, que este terrible flagelo de la guerra ,pueda pasar. Pero si Dios quiere que continúe hasfa que toda la riqueza amontonada durante los doscientos chlcuenta años de habajos no c:orlespondidos del esclavo, se haya hundido; y hasta que
cada gota de sangre brotada por el látigo sea pagada por otra brotada por la espada, como se dijo
ha,~e tres mil años, así se ha de decir: "Los juicios del Señor son siempre verdaderos y justos". Y pa·
rá que nada faltara para completar la verdadera grandeza de su vida, fa mano del crimen le arrancó de
en medio del triunfo de su causa, y rodeó sus sienes, -ya pálidas por las vigilias y angustias de
cuatro años-, con la resplandeciente corona del mártir.
La trágica muerte de Lincoln tiene su único término de comparación en la historia con aquella
de Enrique IV, cortado en la plenitud de su genio y de sus vastas empresas ,por el puñal de una fa–
nática. El pretexto de tiranicidio del miserable asesino es absurdo y ridículo aplicado ti un hombre que
había libertado a cuatro millones de esclavos, y preparado el camino de la libertad para los tres millo–
nes más en las Colonias Españolas y el Brasil, el que inauguró la era de la universal emancipación de
las razas, que, como los fellahs de Egipto, y los parias de la India, son todavía el objeto de explotación
de más poderosas razas. La regeneración aun de Africa misma, de ese gran continente que es la afrenta del siglo, será, quizás, otra de las consecuencias de la abolición de la esclavitud en Norte Amé· rica.
Si la emancipación de los negros pudiera dar el derecho, no a un fanático o ebrio, sino a UI:I
esclavista, de vengarse asesinando al libertador, qué derecho no le daría ~I individuo esclavizado, al esclavo contra su amo?
Si el asesinato de Lincoln pudiera encontrar una excusa en el partido de la esclavitud, con qué demostración de justicia ,podría lamentarse la venganza que, en nombre de toda una raza, invocando los recuerdos de dos siglos de opresión, pudieran 105 negros tomar contra sus antiguos explotadores?
Qué bien habría de resultar para una c.usa ya despreciada en la opinión y conciencia de los hombres,
con el ssesinato de un solo hombre, clue no fue el creador sino simplemente el instrumento de una
idea fija antes en el cerebro de todos y elueña de sus voluntades? Abraham Lincoln ha muerto, pero su obr. está terminada y sellada para siempre con la veneración que Dios le ha dado a la sangre de los ",ártires. El, que ayer era un hombl e, es hoy un apóstol; él que era el blanco al que se apun, taban los tiros de la malicia y el odio, está ahora consagrado con el sacramento de la muerte; él, que
ayer era un poder, es hoy un prestigio, sagrado, irresistible. Su voz es más fuerte y más potente de$~
de la mansión de Jos mártires que desde el Capitolio, y eJ grito que fue atrevidamente Janzado entre los vivos está ahora mudo ante la majestad de la tumba.
Abraham Lincoln ,pasa al lado ele Washington -el uno el padre y el otro el salvador de una
gran nación. las tradiciones, puras y sin mancha, de los primeros tiempos de la República, rotas III final de la i'ldministracián del segundo de los Adams, fueron restauradas en el martirio del Teatro Ford¡ y el predominio de los intereses materiDles que hasta ahora había obscurecido la patria de Fran~
klin, cederá el campo a la prelación de las ideas morales, de justicia, de igualdad y de reparación.
El látigo ha caído de manos del mayolal¡ los perros no perseguirán más al esdavo fugitivo en
los manglares del Mississippi; el martillo del subastador de negros ha caído por última vez en la pla–
taforma, y su odioso sonido ha muerto en el silencio eterno. Los sagrados lazos de amor que unen el corazón de los esclavos, no serán rotos de nuevo ,por la forzada separación de maridos y esposas,
de padres y de hijos. El antinatural e infame consorcio entre las palabras libertad y esclavitud ha sido disuelto para siempre; y Libertad! Libertad! será el grito que se oirá del Atlántico al Pacífico y de los grandes lagos al Golfo de México.
Esta gran obra hn tenido un gran precio. La humanidad tendrá que lamentar por muchos años los horrores de esa ~uerra civil; pero sobre la sangre de sus víctimas, sobre los huesos de sus muer· to, sobre las cenizas de los desolados hogares, se levantará la gran figura de Abraham Lineoln, como
el más aceptable sacrificio ofrecido por el siglo XIX en expiación del gran crimen del XVI. Sobre todas las angustias y lágrimas de aquella inmensa hecatombe aparecerá la sombra de Lincoln como el símbolo de la esperanza y el perdón.
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