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« Previous Page Table of Contents Next Page »en baldes, latas, conchas, en cualquier de– presión que pudiera contenerla, y echaban
un chorro con veneno en la superficie. En casa tras casa no enconfraron ninguna señal
de aegyp±is¡ de 153 casas examinadas esa semana, sólo dos habían sido positivas.
"Lo que buscarnos en los equipos de pul– verización es seriedad" dijo Jesse Hobbs, mien±ras los muchachos exploraban un pa– fio del fondo lleno de cosas en desorden, dando vueUas las cáscaras de coco. "La ma– yor parte del ±íempo ±rabajan sin supervi– sión. Dado que la mayor parte de las casas no han de tener mosquitos o larvas, la ten–
tación de lTl8rCar como negativa a una casa sin Inirar a fondo, a veces vence a los chicos
que no son serios en su trabajo. Estos mu–
chachos son lllUY serios".
"¿Y cuando están solos? Después de to– do, ahora están ±rabajando con el patrón mi– rando por encima de sus hombros.
"Los lTlosquifos están desapareciendo;
esa es ~a prueba de que son serios".
Defour lanzó una exclamación¡ estaba arrodillado al lado de un cubo colocado a la vera de la puerta del excusado y en el fondo del cubo, diminutas larvas grises nadaban ac±ívamente en aproximadamente ires cerní– metro" de agua. Hobbs asinfió con la cabe– za,. "Aegyp±í" dijo. "Se los puede identifi–
car por su rnovilnienio sinuoso, vibor~ante".
Defotir extrajo una jeringilla de su bolsi– llo y aspiró a las larvas que fueron al infe– rior del tubo.
"Serán analizadas en el laboratorio" eX– plicó H;obbs, "pero podernos reconocerlas a simple visfa. Valía la pena venir".
VII
Segunda línea de defensa
La segunda línea de defensa contra la fiebre amarilla es la vacunación. Los ase– sores sanitarios internacionales están ayu– dando a los diversos gobiernos nacionales, en campañas coordinadas para vacunar a todos los que puedan estar expuestos a la enfermedad.
Janet Thompson, una joven enfermera
norfeamericana, me contó una historia que
indica cuán ansiosamente se busca la vacu– na. El día que ella llegó a Venezuela para ±rabajar corno insfruc±ora de enfermeras en el Valle de Tuyo, un área de demostración sanitaria, el diredor del proyec±o no estaba. La única persona que recibió a miss Tompson fue una enfermera venezolana que le dijo que hasta el día siguiente no habría gran cosa que hacer, pues todo el personal del
proyecfo iba a ir a un pueblo montañés Pa–
ra un programa de vacunación.
A la mañana siguiellÍe apareció un hom_ bre en un jeep epiléptico, le hizo seña a mis Thompson de que subiera, y emprendió la marcha por un caInino indescriptible, que Se :transformó pronio en una senda para bu– rros. Vadearon dos arroyos, con el agua pasando sobre las tablas del piso¡ treparon
un cerro, cruzaron un valle y empezaron a
subir otro cerro. Llegaron a una aldea, un poblado, corno se llanca en Venezuela a esos diminutos grupos de cabañas de barro. El lugar tenía una iglesia, un puñado de tien– das de una sola habiiación y un edificio vie– jo de origen incierto, utilizado ahora ocasio_ nalmente corno cinematógrafo. Frente al ci– nematógrafo estaban reunidos fados los re– sidentes de~ pueblo, todos ~os parientes y to– dos los amIgos de los habitantes que vivían a una distancia que pudiera cubrirse andan– do¡ lodos clamaban que se les vacunara. Se h"oDía informado que la fiebre selvática se estaba extendiendo en el país y conocían sus peligros y la eficacia de la vacunación.
La enfermera Thompson trabajó con el resto de la dotación del área de demostra_ ción, desde la mañana hasfa bien pasado el crepúsculo. La población de la aldea se cal– culaba en menos de quinientas personas, pe– ro aplicaron más de mil quinientas inyeccio– nes. El entusiasmo por la protección era tan grande que las enfermeras se encontraron con niños que aparecían en la cola con el brazo derecho descubierto, habiendo recibi– do ya la inyección en el izquierdo: "us ma– dres queríai~ lener una doble seguridad.
VIII
Instituto Carlos Finlay
Una melancólica mañana de abril yo iba en un antiguo faxímefro por las calles grises y desaliñadas de Bogotá, camino al Instituto Carlos Finlay que juntamente con el Instituto Oswaldo Cruz de Río de Janeiro, produce fo– da la vacuna con±ra la fiebre amarilla utili– zada en América Lafina.
Aunque Se halla cerca del ecuador, Bo– gotá está a 1880 metros sobre el nivel del mar y suele ser muy fría. Los hombres de negocios, en la calle, llevaban ponchon de lana gris sobre sus trajes oscuros y a veces sus alientos Se hacían visibles. Los peque– ños cafés estaban repletos. Unas viejas con solll.breros de hombre y chales negros sobre sus vestidos descoloridos, se arrodillaban sa– cando nuevas piedras de entre los agujeros. En las esquinas holgazaneaban soldados bien armados, con uniformes parduscos.
Me sentía helado y deprimido¡ me re-
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