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en México, en Estados Unidos hubieran diag– nosticado fiebre amarilla? La mayoría no tiene experiencia en la materia. La última vez que la mayoría de ellos pensó en la fie– bre amarilla habrá sido mientras se prepa– raban para los exámenes en la facultad de medicina. Al ver un caso podían decir que era paludismo o ictericia o casi cualquier ca· sa antes de que aceriaran con la fiebre ama– rilla.

"Mientras tengamos Aedes aegypti, nues– tras ciudades están en peligro".

En Trinidad

En la segunda ocasión, en años recien–

tes, cuando la fiebre amarilla selvática llegó a una ciudad americana, las autoridades sa– nitarias tuvieron también una extraordina– ria buena suerie al descubrir la enfermedad antes de que la epidemia pudiera extender– se. Ello fue en Puerio España, Trinidad.

Cada día de Año Nuevo, un grupo de hindúes de Trinidad aprovecha el feriado pa– ra ir de caza. El 1 9 de Enero de 1945 de,-l–

dieron cazar en el pantano de Nariva, en

Trinidad oriental. A lUedida que se aFroxi– lUaban a una isla de la ciénaga, notaron un olor parficular que, al desembarcar, encon– traron que era abrumadoramente ofensivo; provenía de los restos de cientos de monos muertos. El hedor era tan grande que hizo perder el rastro a los perros y la caza hubo de ser abandonada. Los monoS ntuertos pro– porcionaron el primer indicio de que la fie– bre antarilla Se estaba desplazando a través de las florestas de Trinidad.

Más tarde, ese ITÚSmo año, la Fundación Rockefeller inició un control sobre los casos de fiebre en Trinidad. Los investigadores no estaban buscando fiebre antarilla, sino tratando de aislar virus no identificados an– t",riorntente. En Abril, a un ntédico joven adscripto al progranta, le lUostraron en el hospital de Arima, a un ntuchacho que tenía fiebre baja. El ntédico estaba indeciso so– bre si tomarle una ntuestra de sangre, pues el personal de investigación estaba obtenien– do ntás sangre que la necesaria para los ani– ntales que tenían para pruebas, pero final– ntente decidió extraer la sangre al joven.

El Doctor Downs

Ocho o nueve días después, ?l jefe .';le laboratorio que se ocupaba de la lnspeCClon de virus, le hizo notar al Dr. Wilbur Downs, director del equipo investigador de Rocke– feller en Trinidad: "Este hontbre de Arima tenía cierfamente algo que está ntatando a los ratones". Pruebas posteriores dentostra– ron que era fiebre antarilla.

El grupo Rockefeller se dedicó ensegui–

da a averiguar Jllás

1 se apresuraron a ir a

la selva con escopetas y equipos terntos, de ntanera que pudieran cazar ntonos y poner-

los en refrigeración tan pronto como se coa_ gúlara la sangre. Ofrecieron pagar recom_ pensas y el transporte en taxintetro a cual_ quiera que les llevara lUonos enfermos o ntuertos recientemente sin ntarcas de haber sido cazados a ±iros. (Recibieron diez mo– nos ntuerfos, cada uno de los cuales demos_ tró estar repleto de virus de 1" fiebre amari_ llal. El entontólogo del equipo capturó más de cien mil mosquitos y los examinó en bus– ca del virus, pero encontró muy poco.

Con el virus en la selva y con trabaja_ dores y cazadores que la visitaban, era segu_ ro que debía haber casos huntanos. Todos los hospitales de la isla y todos los médicos locales fueron adverfidos para que estuvie_ ran atentos a los casos que pudieran pre– sentarse.

A principios de Agosto, el Dr. Downs re– cibió una llamada telefónica del director del Servicio Médico, que le dijo: "Tengo una inforntación curiosa que tal vez pueda inte– resarle. Una enferntera que trabajaba an– tes en el departantento, pero que hace va–

rios años se casó con uno de una empresa

petrolera del Sur de Trinidad, estuvo a ver– me hace dos o tres días para pedirnte traba– jo Le preguntó por qué quería trabajar, pensando que estaba en buena posición, pe– ro nte contestó que su esposo había ntUerto la sentana anterior y que tenía que empezar a trabajar de nuevo. La interrogué sobre la causa de la ntuerfe de su ntarido, respon– diéndome que había sido fiebre tifoidea con

ictericia" .

Para alguien que estaba buscando a la fiebre amarilla, el diagnós±ico parecía sospe– choso. El Dr. Downs visitó el hospital don– de había muerfo el hombre y llegó a la con– clusión de qUe había presentado una histo– ria clínica tipica de fiebre antarilla y había fallecido alrededor del sépiínto día de la en– ferntedad, pero 10 habían enterrado sin po– sibilidad de obtener espécinten alguno.

Esta fue la printera de varias oportuni– dades perdidas. Un inglés supervisor de una plantación de caña de azúcar, fue de ca– za a una zona selvosa en Bank Holiday, y

cuatro días ntás tarde contertzó a sentirse en– ferntol falleció de 10 que el hospital diagnos– ticó canto "paludismo con ictericia". El Dr. Downs obtuvo un trozo de su hígado, que fue enviado al Dr. Gast-Galvis en Colombia, quien envió de vuelta un radiograma: "Es– to es fiebre amarilla".

Otro caso de fiebre amarilla

El siguiente caSo fatal fue diagnosticado en el hospital como "atrofia amarilla agu– da", pero las muestras extraídas del hígado probaron más tarde que había sido tantbién fiebre amarilla. Luego siguió otro caso fa– tal, que fue registrado como hepa±itis infec– ciosa con posibilidad de que fuera fiebre amarilla. Finalmente, murió un niñito y el

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