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sul general escribió a su gobierno, advir–
J:iéI:\c;I01e que no era probable que la ola de fiebre an"larilla se interrumpiera antes de lle– gar a Costa Rica. No había nada en Pana·
ITIá que la defuviera; la selva,fropical se ex–
tendía airayente cosia arriba y los análisis de sangre demosJ:raban que los monos eran muy susceptibles a la enfermedad. Todo lo que podían hacer las autoridades sanitarias era verificar que la gente fuera vacunada y
que no quedaran "aegypJ:i" en las ciudades para iniciar una epiden"lia urbana y pedirle a los que trabajaban en la selva que avisa– ran cuando los aulladores dejaran de aullar La ola, decía el cónsul general, llegaría a Costa Rica probablemente entre Junio y No– viembre de 1951.
En Nicaragua
Este resuHó ser un buen cálculo, pero ligeramente optimista. En Abril, un emplea– do de una sucursal de la United Fruil Com– pany en Almiran±e, cerca de la frontera cos– ±arricens<;l, murió de fiebre amarilla La ola había alcanzado la froniera un poco antes del tiempo previsto, y conJ:inuó desplazándo– se hacia el Norte, en proporción constante, a través de las selvas bajas de Coula Rica y hacia Nicaragua.
Las florestas de la costa ailántica de Cos–
±a Rica, como las de Nicaragua, son bastante
unifoYrI:\es I la velocidad del avance del virus era tan cli>nstante -de dieciséis a dieciocho kilómetros por mes- que los epidemiólogos podían moverse como los deslizadores sobre planchas haw\iiélnas: con la cresta de la ola. Tenían tan bien medido su avance, que pre– dijeron con un margen de una semana la época en que la fiebre amarilla eniraría en Nicaragua: en Julio de 1952
En Nicaragua el virus continuó compor– tándose en fonTla predecible, una ola secun– daria se desprendió del frente principal y lan"lió los arrabales de la ciudad capital, Ma– nagua. Las autoridades despacharon caza– dores a la selva para !ratar de matar todos los monos antes de que el virus los alcanza– ra, pero la ola se exJ:inguió anles de llegar a la zon.. así despoblada. La cresta de la ola princi!;Jal se acercó a la frontera con Hon– duras en el verano de 1953 y la cruzó en Di– ciembre, exactamente corno se había predi– cho. Los peritos ienían cieda razón para presumir ante la exacJ:Hud de sus prediccio nes; pero en Honduras iodo cambió No so– lo no pudieron predecir el curso del virus a medida que se disen"linaba enlre los monos, sino que después no eslaban seguros de lo que había sucedido.
En Honduras
En Honduras las montañas costeras Son más quebradas, la selva más irregular y ha. bía sequía. Los tTlonos cebús desaparecie. ron, aunque todavía quedaban monos ara. ñas y aulladores. Los insectos trasn"lisores
también cambiaron; los spegazzinii se extin_
guieron en la selva de Lancetilla, de manera que cuando el avance de la fiebre amarilla se detuvo en el Nade de Honduras por más de un año, la mayoría de los peritos tuvo la sensación de que la ola se había acabado sola. Luego, después de un período de die_ ciocho meses durante el cual no fue ubicado
el virus, eIll.pezaron a morir los monos en
la misma zona donde anierionnen±e el viros
se había hecho inacíivo.
"Eso era algo casi inaudito", dijo mucho
después el Dr. Boshell.' "La fiebre amarilla epidén"lica entre los monos, generalmente desarrolla inmunidad en los que no mata, pero ello es debido a que el spegazzinii es tan eficaz corno trasmisor. Nuestros estu_ dios nos indicaron que no habíamos pensa– do lo suficiente acerca del papel del "haerna· gogus equinus" corno vector. Es bastante ineficiente, y más peligroso desde nuestro punto de vista, dado que no barre a toda
la población simiesca, sino que estimula una
diseminación lenia, esporádica e inhallable de la enfermedad que, C01TlO un tronco he– cho brasas, puede estallar luego en un in–
cendio".
No solmTlente los mosquitos se compor· taban misteriosamente en Honduras; tamo
bié:q. luvo un poco de misterio el único caso
de fiebre amarilla humana. Un hospiJ:al cero cano a la frontera nicaragüense noiificó a las autoridades que allí había muedo un hombre bajo circunstancias que indicaban fiebre alTlarilla: su hígado daba reacción po· siJ:iva. El Dr. Boshell se apresuró a ir al lu· gar del hecho para descubrir dónde había estado el hombre y cómo se había puesto en contado con el virus, pero ello resultó ser ex· iremadamén±e difícil. La víctima había in– gresado bajo un no.cnbre supuesto; siguien–
do sus huellas hacia a±rás, durante los días
anteriores a su llegada al hospital, Boshell se enteró que el hombre había usado otros dos alias. Su aspecío físico era el de un
campesin.o, una persona Inuy pobre, acDS–
tUlTlbrada al trabajo manual, no del J:ipo que usualmenie adopta alias.
Incerfidumbre
Después de mucho escarbar, Boshell ubio có a un pariente del muerJ:o que le dijo que la vícfima de la fiebre amarilla acababa de llegar de Guaiemala, donde había estado complicada en la revolución, lo que explic~'
ría el alias, pero no la fiebre. Si la histona era cieda, el virus debía de haber dado ;un salio súbiJ:o hacia adelante de más de ciepro
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