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« Previous Page Table of Contents Next Page »"Cuando más miraba, más parecía que
los demás casos eran de fiebre arnmilla, pe– ro nunca había habido información sobte fie– bre amarilla en Jos alrededores de Villavi– cenció. El c:i,ogma eta que no podía haber fiebre an,arilla sin Aedes aegypíi, y cierta– menle por allí no había Aedes aegyp1i; es– iab lleno de otros n,osquilos, pero ningún aegypti.
"Eso sucedía en mil novecientos treinta
'l cuatro, y Soper ya había efeciuado su ta– rea prelitninar sobre la liehre an<arilla se1–
váfica, pero yo eslaba a±rasado en. mis lec–
turas. Las revistas médicas n'e llegaban
hasia con dos años de atraso, y no había leÍ–
do a Sopero Poseía mermnente los hechos que había recopilado y conocía el dogrna
que decía que no podía exis:tir fiebre alTIari–
lla sin los aegypti. Toda mi vida he des–
confiado de las afirmaciones dogm.álicas, así
que decidí efechmr aulopsias para conseguir especímenes de los hígados de algunas ele las personas que habían n<uerto.
"Pedí penniso a los parientes para ex– traer n<uestras de hígado de los fallecidos. Ese era un pueblecillo muy diferente de lo que es una gran ciudad. La sola idea de la operación ofendía la sensibilidad y ulirajaba
las convicciones religiosas de los sobrevivien–
tes Dijeron que no.
"Pero yo no necesitaba su au1orización;
tenía instrucciones del gobernador para ha– cer lo que n'e pareciera mejor y decidí ±o– mar mis muestras de hígado de todas ma–
neras.
"No existía ningún lugar donde pudiera
realizar la opcraci6n excepto el cementerio,
con los cuerpos e:úendidos sob"e la hierba, al lado de las tumbas abiertas. Recuerdo
muy bien la escena: la hierba n<arróh, los dos hon<bres que había contratado para que encendieran un fuego de leña verde, para mantenel' alejadas a las moscas negras que de otra manera hubieran cubierto los cuer– pos, y a la entrada los policías, conteniendo revólver en mano a los parientes y a los aira–
dos pueblerinos. No es esa clase de cosas
que uno olvida fácilmente".
Odiaban verle llegar
Boshell envió especímenes de los híga–
dos a Bogotá, de donde fueron reenviados a
los lahoratorios de la Fundación Rockefeller en Nueva York y Río de Janeiro. Allí con– firmaron su diaQnóslico de fiebre amarilla. La gente de Ro¡'kefeller le envió equipo ele hematología y le pidió que sangrara a los
COn valecienies.
"De manera que volvió a cabalgar cru–
zando el río", créan'\e que la gente de ese
lugar odiaba verme llegar, "y los sangré, a
pesar de sus objeciones, y envié el suero.
Por supuesto había anticuerpos contra la fie– bre amarilla. La gente de Rockefeller vmo a toda velocidad y me sugirió que dedicara
todo mi tiempo a frabajar en la fiebre ama– rilla, y así fue corno sucedió que abandoné el ejercicio de la medicina".
BosheU se convirtió en un investigador
con dedicación exch,u:dva, del personal de la
Sección de Esludios Especiales del Departa– mento de Salud colOlTIbiano, conocido ahora corno el Instituto Carlos Finlay. A princi– pios de 1938, la Fundación Rockefeller y el gobierno colon<biano establecieron un labo– ratorio subsidialÍo en Villavicencio. El apues– to Boshell y el velludo James Austin Kerr,
enire oiros, se internaron en la selva duran–
le meses seguidos, para capturar y extraer
sangre a una exlraordinaria variedad de InO–
nos, marsupiales y roedores, que variaban
en tamaño desde el chanchilo de la India hasta monstruos que pesaban más de 60 ki– logramos. La información recogida en tor– no a Villavicencio, cuando se agregó a la de
otros laboratorios sudamericanos, indicó que
los monos araña, los aulladores y los mortos nocturnos eran particularn<en±e susceptibles a la fiebre amarilla. Pero acómo la con– traían'?
Los hombres de ciencia .tenían una can–
tidad de indicios; habían notado que la fie– bre amarilla selvática se presenlaba más a menudo en los hon<bres que en las tnujeres, y atacaba más frecuentetnente a individuos robustos cuya tm'ea tenía cierta relación con la selva, corno leñadores Y peones camine– ros. Dedujeron de ello que el inseclo vector era probabletnente uno que permanecía cer–
ca de la floresta; esio parecía' aún más pro–
bable, pues era raro que la enfermedad se diseminase en una familia, lo que indicaba que el insecto trasmisor no frecuentaba las
ct;lsas. La infección parecía adquirirse lL1.ás
bien de día que por la noche; lodo indicaba que el ciclo de la fiebre amarilla selvática implicaba a los tTIonos y mosquitos, pero aqué mosquitos'?
Haotnagogu5 spogtlzZitlii
El candidato con más probabilidades era
una especie resisiente, llamada "Haen1.ago– gus spegazzinii"
1 Jos invesfigadores de Rocke–
feller habían enconlrado en el Brasil al–
gunos "spegazzinii" infecl:ados con el virus;
pero los spegazzinii en el laboratorio decep– cionaban un poco: eran difíciles de criar en
cautiverio, difíciles para mantenerlos vivos
y solo intermitentemente tenían éxito en pa–
sar la fiebre amarilla a animales de labora–
torio. Además, los entoTIlólogos encontra– ron tan pocos spegazzinii en la selva, que dudaban de que la especie pudiera desem– peñar un papel importante infectando a los
monos.
Entonces, en 1940, se infonnó sobre un
brote de fiebre amarilla cerca de las fuentes del río Ocoa, en Colombia. Boshell y un co– laborador, el Dr. J. H. Bugher, habían mo– vilizado un laboratorio de campaña para es-
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