Page 28 - RC_1965_04_N55

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M~dico investigador

"Era una región gobernada por el revól– ver, la posesión y el revólver: esa era la ley. Si uno traía ganado a Villavicencio podía venderlo, nadie le iba a preguntar dónde lo había conseguido o qué le había pasado al dueño anterior. El ganado era arreado por el paso hasta Bogotá, ganado salvaje en un sendero estrecho, y si sucedía que usted se enconiraba de frente con la manada, tenien– do a un costado la ladera y al otro el despeo ñadero, pues mala suerte".

ción, la medicina, coniribuye a su eficacia corno científico de la selva.

"A veces me asombra el conjunto de coincidencias que ha complicado mi vida con la fiebre amarilla", había observado el Dr. Boshell. "La fiebre casi terminó con mi vida antes de que ésta empezara, quince años an– tes de que yo naciera, mi padre casi perdió la vida por un ataque de fiebre amarilla, cer– ca de la frontera venezolana. Luego, cuan_ do estudiaba en el Instituto de Medicina Tro– pical de Bruselas. la pregunta que me hicie. ron en mi último examen oral fue: "Díganos lo que sepa acerca de la fiebre amarilla".

Después de recibirse, Boshell instaló su consuliorio en Villavicencio, un pueblecito situado detrás de las montañas, frente a Bo– gotá. Fue un médico rural, de a caballo y calesa, más a caballo que en calesa.

"Oh, Villavicencio en. esa época era Un lugar maravilloso", me contó. "Era el Abi– lene de Colombia, un pueblo ganadero; más allá de él se extendían los terrenos de pas– toreo, campo abierio, sabanas que llegaban hasta la selva, una tierra de pastos y gran– des espacios abiertos con manadas de gana– do salvaje que corrían en libertad y que uno podía apropiarse libremente, riqueza sobre pezuñas, suelta y peligrosa, tan indómita en todo aspecto corno los cuernos largos de Ta–

xas.

III

El Doctor Boshell

El Dr. Soper, en la conferencia de Bogo– iá en la que' lanzó el concepio de la fiebre amarilla selvática, mencionó el irabajo de un desconocido médico joven colombiano, el Dr. Jorge Boshell Manrique, que en eSa épo– ca esiaba viviendo en la zona ganadera de Colombia orienia!. El Dr. Boshell simboliza a la pequeña banda de científicos de la sel– va que resolvió el misierio de la fiebre ama– rilla selvática.

Jorge Boshell es un hombre macizo, de cabello y ojos castaños, parejamenie iosta– dos por el sol, su rosiro es notablemenie si– méirico, tiene una voz profunda y ronca, cu– yas palabras parecen formarse en lo más hondo de su pecho. Se mueve lentamente, excepio cuando la velocidad es realmente necesaria, parece iranquilo pero vigilante. Los norteamericanos que se han enconirado con él por primera vez, a menudo comentan que les hace recordar a un comisario de las películas del viejo Oeste.

Boshell es el nieto de un médico irlandés que emigró a Colombia allá por 1870. Cre– ció afic;;ionado a los caballos, a la caza y al arte; e$Cl'ibe poemas en tres idiomas, esculpe y pinia, se lo considera todavía corno uno dé los mejores jinetes y de los mejores tiradores de Colombia. CUando hay que atrapar un espécimen en la selva, habitualmente sus co, legas de equipo le piden a Boshell que sea;

él el qJ,1e dispare; uno de ellos me dijo: Era una tierra de oportunidades para un "Nunca echa a perder a un monó". médico; la vida no era exactamente regala-

La firmeza fantástica de sus nervios se da, pero se conservaban historias clínicas. demuesira por su afición a coleccionar dia- En el pueblo había un médico legista, puesto positivos en color de pinturas. Boshell, que correspondiente al de "coroner" en los paí– es un amante del arie, visita las galerías ar- ses de habla inglesa, que se suponía debía mado de una Leica y dado que en la mayor certificar las causas de muerie. Cuando es· parie de las galerías se pr"hiben los irípo- ialló una epidemia en una aldea cerca de des, torna sus fotografías apoyando la má- Villavicencio, cruzando el río, el gobernador quina en el pecho. Puede sostener la cáma- indic6 al médico legista que investigara, pe– ra inm6vil durante exposiciones que van de ro éste rehus6 y el gobernador entonces le dos a cuatro segundos. Las fotografías que pidi6 a Boshell que fuera.

obtiene de esta manera las guarda en una "Y así fue", relata Boshell, "que tomé cajita de metal que lleva c"p.sigo en sus ex- mi maletin negro y mi caballo, vadeé el río pediciones a la selva. Sus colegas lo en- y cabalgué hasta allí, encontrando paludis– cueniran a veces seniado bajo un árbol, ro- mo en el pueblo. Allí siempre había mala– deado de mosquitos en botellas y de irozos ria, pero me convencí pronto de que había de hígado de mono, estudiando los trofeos algo más. Me había llevado un microsco· de su caza artística: Picassos, Ticianos, Bot- pio y cuando hice froiis de algunOs de los ticellis, Rouaulis, Cézannes. Todo lo que pacienies, pude hallar el parásito del pel\!- hay en su vida: el arie, la: caza, la equita- dismo en su sangre. .

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La historia de las investigaciones sobre la fiebre amarilla durante los pocos años si– guientes, es primordialmenie la historia de los hombres de ciencia que eniraron en la selva y trajeron de vuelta la informaci6n de c6mo se mantiene la fiebre amarilla selvá– tica, en qué animales se aloja, qué insecios la trasmiten y c6mo, ocasionalmen+8, el hom– bre tropieza con la ruta de la eo.::.ermedad.

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