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brochas mecánicas pendienies de poleas y puesias en acción sobre la cabeza del sujeio sin que se vea el moior del aparaio! ¿Qué de grandes espejos con ",arcos dorados! ¡Qué de periódicos sobre las mesas y cuánia genie de la clase rica que pone el cuello o la cabe–

za en manos de un barbero italiano, francés, inglés o alemán, a quien no conoce más que

de visia! Porque algunos de los maesiros que tienen hoy esiablecimienios abierios en Guaiemala, si no han ido ial vez a Oaxaca o a Nicaragua, como Rapacara, han venido de allende el mar y no creen seguramenie que el sol salga por el Norie en ninguna parie,

aunque Dios sabe en qué oiras cosas creerán.

En una de esas eleganies y bien arregla– das barberías en uno de los punios más cen– ±rales de la ciudad, hube de entrar cierio día del corrienie mes, y como los dos sillones es– iaban ocupados y había airas dos sujeios

aguardando, me senté a esperar turno, en–

treteniéndome en recorrer un periódico "ilus–

trado", mientras concluía uno de los maes–

iros y podía operarme. Una de las personas a quienes se afeitaba, hablaba inglés con su barbero, y la aira conversaba con el suyo en alemán.

No habría pasado un cuario de hora, cuando que decían en la pueria que da a la calle:

-¿Aquí será donde "pelan" a la genie? Conocí al momenio aquella voz y levan– iando la cabeza, vi a mi vecino don Clímaco, a quien no había vuelio a enconirar desde el ree,obro del chaqueión verde. Sin aguardar respuesia, mi amigo había enirado y repeiía la 'pregunia.

-Aquí es -le cOniesió uno de los bar– beros-, siéniese, usied y aguarde el iurno.

-Lo aguardaré, con ial que vuelva lue– go -dijo el dU,eño de "El Purgaiorio", que habiendo advertido mi presencia, me saludó y se senió sin, ceremonia, en una silla que es– iaba ocupada .,con el sombrero de fieHro de uno de los afeitados.

Lo que ocurrió después y lo que mi veci– no hizo y dijo en la barbería, será objeio de airo capítulo, a fin de que no sea ésie ian largo como la espera que iuvimos que hacer, para eniregar nuesira cabeza y nuestras me– jillas a la tijera y a la navaja de los suceso– res del ilusire Rapacara.

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El alemán

Con inquieia curiosidad recorría don Clí– maco desde la silla en que se había seniado, los diferenies objeios expuesios en el estable– cimienio, sin descubrir la necesidad o utili– dad de la mayor parie de ellos.

-~y todos esos "cuentos" -me dijo mi

amigo, después de haber pasado revisia a la

colección de útiles de iocador- para qué

son?

-Todas esias COSl;lS -le coniesié-, tie–

nen su oficio, sirven pa–

rl;l coniribuir al aseo o al adorno de la persona, y las que no son de uso del esiablecimienio, esián a la disposición de quien quiera comprarlas. -No seré yo -repli– có-, el ionio que dé un real partido por la mitad, por iodos esos cachiva– ches. Si quiero asear· me, en ninguna parie faHa l;lgua clara, y pa– ra adornarme cuando se me anioja, basia y sobra con mi "mudada" de pana verde y mis boiones de escudiios de a cuairo reales. Mucho "pisio" han de iener esios "chapi– nes", cuando lo gasian en iodos esios "iili– ches", que malhaya la falia que hacen para comer, beber y esiar uno aseado.

Volviéndose luego a uno de los barberos, le dijo,

-y por fin, maestro, el "furnio" aviene

a pelarme o no viene? Ya me canso de aguardarlo.

Comprendí la equivocación de mi amigo

y le dije que el "turnaN y no IIfurnio", que

se le había dicho que aguardara, era su vez de $er llamado al sillón, luego que hubiesen concluido los que habían llegado anies que él.

-Yo creí -me dijo- que era alguno de los barberos que iuviera los ojos iorcidos, y que ése habia de venir a pelarme, pero ya 'Se ve como ésios no hablan bien la "cas– tilla", y le llaman "iurnio" o iurno a coriarle a uno el pelo y "resurarlo".

, Habiendo concluido uno de los qUe se esiaban afeitando, que era Ull alemán de ia– lla,colosal, se levanió, pagó y comenzó a bus– ca,r su sombrero por iodos lados. No encon– irándolo y recordando que lo había puesio en la silla en que esiaba senia,do don Clírnaco, suplicó a ésie, en casiellano chapurreado, que se levanlara.

-¿Qué es lo que quiere ésie? -me pre–

guntó m.i vecino.

-Que le dé usied su sombrero -le con– iesié.

-¿Y qué sombrero le iengo yo? -repli– có el campesino, moniando en cólera. -Pre– gúniele si me lo ha dado l;l gUl;lrdar para que me lo cobre.

El ieuión, que medio comprendió la ne– gl;liiva de mi hombre, lo levanió en peso co–

rno si fuera un muñeco, fOlTLÓ su sombrero

que esiaba hecho una pasa, y con la flema propia de los de su nación, se ml;lrchó sin decir una palabra.

Los que presenciamos el incidenie no pu– dimos dejar de reírnos, así de la calma. del alemán, como de lo amosiazado que quedó

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