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« Previous Page Table of Contents Next Page »-Adiós mis frece pesos, hasfa el valle de Josafat.
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El barbero antiguo
Entre los talleres de arte– sanos de la capital que se han modificado más o me– nos perceptiblemente con el transcurso de los tiempos, ninguno ha experimentado transformación tan radical, como las antiguas barberías. La generación que está le– vantándose ignora lo que
fueron, cincuenta años hace, las :tiendas de
barbero de la ciudad y no sabe tampoco cuán múltiples eran las funciones de los que se dedicaban a ese importante oficio. Para edificación y enseñanza de la juventud, que
es la esperanza de la patria, conviene sumi–
nistrarle ciertos informes acerca de los anti– guos tundidores ·de mejillas y trasquiladores de ganado humano, antes de contar lo que en una de las modernas y más elegantes bar– berías de la capital acpnteció a nuestro ami– go don Climaco del Cacho.
He dicho que las funciones del barbero eran várias en aquellos tiempos y que el ca– rácter del personaje no carecía de importan– cia. Efectivamente, el 'que ejercía' el arte, ,a–
suraba, o rasuraba, COITlO decitnos por acá,
cortaba el cabello, sangraba y sacaba mue– las, añadiendo a esas cuádruples. funciones, la quinta, de m.aestro de primeras letras. .Para prqbar que el oficio debió ser co– rriente, bas~ará recordar que en aquellos do– rados tiempos eran poquisimas laS personas qué se hacían la barba a' sí mismas, que no había dentisfas, y que los cirujanos desdeña– ban las operaciones de sangrar y extraer muelas. Se hacía preciso, pues, ocurrir para todo esto al barbero, que venía a ser, por con– siguiente, un personaje indispensable en una sociedad medianamente organizada.
,Sombra venerable del maesfro Perfecto Rapacara! ¡Me parece fodavía que te veo, en calzón corto de paño negro y chaqueta :m.uy larga de algod6n. envuelfo en la capa, cubierta la cabeza con el sombrero de casfor, ancho de faldas y bajo de copa, que dejaba escapar sobre la nuca la coleta empolvada, atravesar con paso percipitado desde las sie– te de la mañana, las calles de la ciudad!
Tu tienda confenía una silla vieja y :m.e– dio descompuesfa, con un asiento duro como si fuera de piedra, una mesa donde estaban los útiles del oficio, un banco que ocupaban los terfulios del barbero, y uno o dos niños de seis a ocho años de edad, que aprendían a leer y afendían más a lo que se hablaba que a las lecciones del pedagogo. Pendían de las paredes cuairo esfampas de la hisforia
de la casfa Susana y del Hijo pródigo, un espejo pequeño y unas disciplinas destina– das a las frecuenfes y crueles correcciones que aplicaba a los discípulos aquel maestro, que tenía arraigado en el cerebro el axioma de que "la letra con sangre enfra".
El maestro Perfecto era un sujefo impor– tanfe en su barrio y antes de haber sido bar– bero, desempeñaba, en tiempo del Rey, el cargo de correo, haciendo viajes hasta Nica– ragua y a Oaxaca. Con razón decía, pues, que él era ho:m.bre que había andado medio mundo, que nadie podía contarle cuenfos, y cuando alguno hablaba de viajes, se sonreía
con lástima, diciendo en sus adentros: "To–
do eso y mucho más conozco yo".
Recuerdo que una vez me dijo que el clima de una de las ciudades donde había estado era muy malo, y preguntándole la causa, me confesfó con la mayor formalidad que consistía en que en aquella poblaci6n el sol salía por el Norte. Aunque niño lodavía y a pesar de mi respeto por las canas y por la experiencia del viajero, la cosa se me hizo difícil de fragar y aventuré una fírnida obje– ción al aserto del maesfro Rapacara.
Indignado ésfe de que un joven dudara de 10 que él mismo había visto, replicó en fono colérico:
-Pues si lo duda, vaya usfed a verlo, niño, y se convencerá. La prueba de que allá nace el sol por el Norte y no por el Orien– te corno aquí, es que en Guatemala sale el sol por defrás de la Catedral, y en aquella ciudad sale a un lado de la iglesia.
A juicio del bueno del rapista, era el or– den del universo el que estaba variado en la ciudad de que me hablaba y no la posición del templo principal. Esfa anécdota, que es completamente hist6rica puede dar idea ,del provecho que había sacado de sus viajes aquel sutil observador.
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Tío Climas en la barbería
Ni las barberías ni los barberos de
nuestra época son
ya 'corno los de ha–
ce cincuenta años.
Ahora, ¡qué de rotu– Iones dorados, cuyo brillo fascina la vis– fa de los que pasan! ¡Qué de aparadores cerrados con crista– les, confeniendo ja– bón de varias clases, cepillos de diferentes formas y destinados a diversos menesteres,
perfumes, peines, navajas, guantes, jeringas
de caucho, y hasfa juguetes para niños! !Qué sillones cómodos y elegantes, que podrían servir de cama en caso necesario! ,Qué de
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