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« Previous Page Table of Contents Next Page »Compañía Hamburgo magdeburguense .... Banco ...
Aquí me interrumpió mi amigo, dicien– do con mal humor:
-Dale con el banco. Ese ha de ser el mismo que me ofrecía aqu~l niño .con quien aposté en Joco±enango. Slga, veClno.
-A ver. . (continué leyendo) "Soli±a– ría " Un perro cazador... Pacific Mail S±eamshp Company ..
-Eso -dijo tío Climas- debe ser grie– go, corno el nombre del "hidógromo". Sál–
tesela, vecino, no lo lea.
-"Se ha perdido (continué yo), una chachoverra color de ratón, ojos azules cla– ros orejas cortadas, una manchi±a sobre el
pe~ho, cuerpo largo y delgado... se dará
una gratificación . .
-"Chachogua" -interrumpió mi am.i–
go- debe ser mentira del "impren±ero". Lo que quiso decir es que se ha perdido una "chichigua" color de ratón, pues he visto mu– chas así, con los ojos claros, corno dice el pa– pel, y manchitas en el pecho; largas y delga– das y coriadas las orejas. Deje usted, voy a popér cuidado y corno yo "±ope" una que es– ±é criando y que tenga las demás señas, la llevo, para que me den la gratificación.
-"Muebles y cajas mortuorias .. (se– guí leyendo). ConvQca±oria. Joyería fi– na Leña de encino. .. Un buey berme– jo. . Vino con extracto de hígado ..
-¡Achís! -dijo mi amigo-; no lea eso, y siga a ver si está mi avisó, qUé eso no re– vuelve el estómago.
_."Discursos de Cas±elar. .. Sanguijue– las .
-'-Y:, apor qué no pondrán también. -di· jo do'" Clímaco arrebatándome el dia,rio– sapos y cuiebras? Pero mi anuncio, nada. Voy a d,ecirles a los del "Vicario" cuántas
son cinco.
Se fué y tardó poco en volver con un pa– pel roto en la mano.
-Vecino -me dijo con el mayor des– consuelo y casi saltándosele las lágrimas-; iodo lo que usted ha hecho para encontrar mi anuncio, fue tiempo perdido. No han querido ponerlo y me devolvieron la paga.
-.-aY qué razón le han dado a usted pa– ra rehusarlo?
-Dicen, vea usted qué salida, que mi
aviso no es cOSa seria, sino alguna broma o
sátira, que no me lo insertan por ningún di– nero, porque se desacredita el "Vicario". Pe– dí que me lo devolvieran y lo sacaron de un montón de papeles sucios que #enen bajo el mostrador de la tienda. aQué hacernos ve_
cino?, yo no me voy sin rnis p re n d a S,
aunque para hacerme de ellas tenga que de– sacreditar al "Sunsuncordia".
10
El mon~epío
-Vamos -le contesté, ±omando mi sombrero y mi
caña-, a ver si da–
rnos con el dichoso chaquetón. Sali–
y¡ mos a la calle, an– duvimos arriba y abajo y después de una marcha fatigosa, pasarnos delante de un Mon±epío. '
-En±remos -dije a mi amigo-, tal vez aquí esté lo que bus.camos., . ,
-Bueno -me con±es±o-, y Sl aqUl me salen también con que los desacredit?, les diré muy claro que quien se desacredl±a es quien coge lo ajeno contra la voluntad de su dueño, y no el que cobra lo que es suyo.
Una multitud de personas de ambos se– xos y de diferentes clases se agolpaba de– lan±e del mostrador. Era día de remate y es– ±aban pregonando la heterogénea colección de objetos empeñados.
_"Una guitarra, ~in clavijas y sin cuer–
das, rajada en la boca" -gritaba el dueño del establecimiento. --"Ofrecen un peso. aHay quién puje'? aHay quién dé más?".
Corno nadie chis±';' palabra, la desencor– dada y desclavijada guitarra fue entregada al que ofreció los ocho reales.
-'-"Un tomo de 1", His±oria de Ber±oldo, Ber±oldino y Cacasenq, a la rústica y trunco, en un real. aHay quién dé más?".
y fue ±ambien entregado al postor. _.-"Una jeringa de bomba,. ?-esc:o~pues
fa, por cuatro reales. .¡Hay qUlen pUJe? . -"Un. paraguas l;lin fOrro, \1n retrato dEl Napoleón, un florero quebrado, un acor¡ieó"
qu~no suena, una muñeca sin cabeza y un ar:e±e de caucho zon±o; iodos por doce reales. aHay quién ofrezca más?
--"Una chaqueta de pana verde, usada, un rosario de perlas falsas, una baraja y una espuela poblana, iodos por tres pesos, dos reales y cuartillo. aHay.. ?" .
-Eso eS mío -gritó don Clímaco. -A ver mis prendas y los trece pesos que car– gaba en las bolsas de la chaqueta, o nos oirán los sordos.
Trabajo me cosió calmar a mi vecino y convencerlo de que si quería recobrar sus co– sas, no había más arbitrio que comprarlas. Por fortuna no hubo quien las pujara, ni se presentó el que las había empeñado. Mi amigo dijo que no daba más que doce reales por los cachivaches, pues era lo sumo que va– lía iodo, pero el almonedero se mantuvo fir– me, y al fin, jurando y renegando, ±Uvo don Clímaco q\1e largar lo que pedían. Cargó con sus cosas y arrancando un profundísimo suspiro, dijo al salir del Montepío:
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