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parie alcohólica que conienía, del esióznago al cerebro de xni aznigo. No diré que esiu" viera borracho, esiaba alegre y nada znás.

Saliznos y nos zneiimos enfre la znuliifud de los paseanfes, llevando sieznpre don Clí– maco la punia de la cuerda con que iba aia– da la señora Brígida.

En la calle que de Jocoienango va a San Sebastián advertí que la mujer de mi amigo caxninaba delanie de mí y que la cuerda arrasiraba por el suelo. Me volví a uno y oiro lado para ver qué había sido del iío Cli– mas, pero ni su sombra. Lo buscamos por iodas partes sin dar con él, hasia que, cansa– dos ya, nos seniamos en uno de los sofás de la plazuela con la esperanza de que al fin

aparecería.

Fue así, efeciivaznenie. Gozno una hora después, vi llegar a don Clíznaco, pero len qué esiado, oh cielos! Venía dando iuznbos a uno y oiro lado cozno un buque en el znar agitado por la borrasca. Había perdido el chaquefón verde y una de las cufarras. Al

vernos, quiso, en un arranque de ternura

conyugal, abrazar a la niña Brígida, que es– quivó la carícia exieznporánea, dándole al consorie un empellón que esiuvo a punio de hacerle coznprar ierreno en la plazuela.

-¿Conque ahora vos fuisie el perdido'? -dijo la niña Brígida. -¡Lástima que no ienga yo aquí el chicoie de arreador, para ajusiarte las cuenfas. Vaznonós; y para que no volvás a perderte, voy a hacer con vos lo que hicisfe con yo.

Diciendo esio, se quitó la cuerda y la,aió a

la cinfura de don Clíznaco, que estaba inca– paz de hacer la znenor resisiencia, ial había puesio al desvceniurado una perversa boiella de aguardienie del país que acababa pe CQn–

sumir en un esianca.

Acompañé a xnis vecino'sl:tasfa,el znesón y foznando en peso al, e,briQ enfre la señora y yo, diznos con él en la cazna, donde no iar– dó en dorznirse, fartamudeando en sueños, no sé qué de apues~as, de banco, de Gamo, de parejas y oiras cosas que danzaban en aquel cerebro alcoholizado. Sólo la palabra "hipódromo" se le enredó de ial modo enire los dienies, que nadie hubiera podido decir 10 que era, ni en qué lengua hablaba.

y con esio iermina, queridos leciores y amabilísimas lecforas, la relación de las aven– furas de tío Climas en la feria de Jocofenan– go, siendo muy posible que vuelva yo a en– conirarlo en oiros punios de la ciudad, an– fes de su regreso a "El Purgaiorio".

7

El chaquetón verde

Algunos días habían iranscurrido desde el 30 de Noviembre, y como en aquel lapso no enconiré en ninguna parte a zni amigo don Clímaco ni a su cosiilla, comenzaba a

sospechar que se hubiesen vueHo a "El Pur–

gatorio", largándose corno suele decirse, a la

francesa. Pero no era así. El 4 del corríen!e

mes, en momentos en

que zne disponía yo a salir de mi hoiel con el objefo de dar una vuel– fa por la ciudad, vi apa–

recer a mi vecino, que

después del saludo de

costumbre, me explicó

la caUSa de su rnOrnen–

iáneo eclipse.

-Adivine, vecino, -m.e dijo-, qué he

andado haciendo desde que nos viznos.

Le coniesié que no podía saber en qué se había ocupado, y añdió:

-Pues he andado buscando por ioda la ciudad el chaquefón de mi "agüeliio" que

"me se" perdió, no sé cómo, en la feria; que

malhaya sea ella, y yo, por ionio de haber

ido. Yo sabía que esíos "chapines",. sus pai– sanos, son muy satíricos para eso de robar¡

pero no había observado nunca que fueran ian vivos que le quitaran a un cristiano la ropa del cuerpo sin que lo sintiera. Si hu– biera yo esiado "bolo" aquella farde, pase;

pero, ¡quéf, "n ían" había olido el aguar–

diente.

-Y, ¿qué diligencias -le pregunié- ha hecho usied para enconfrar la prenda'?

-He andado -me coniesió- pregun– tando de tienda en tienda y hasia por las ca– sas, si han llegado a venderla. Por consejo del mesonero, fuí a pegar unos papeles en las puertas de las iglesias, aunque tuve que pagar seis reales al escribano que los hizo, pero todo fue de balde. Aquí iodos son muy hombres de bien; pero zni chaqueia no apa–

rece. Y le aseguro, vecino, que no me voy

sin ella, aunque fenga que ir al Juzgado, a la Suprezna Corte, a la Asaznblea y hasta con el Obispo a reclaznarla.

-Y, ¿corno en cuánio la esfima usied'? -le dije.

-Mire, vecino, -.me con±estó-; nueva,

cualquiera hubiera dado por ella quince pe– sos; pero ahora que ya esiá algo usada, la daría yo por caiorce con siete y medio y cuar– tillo; y de ahí no rebajo más, "que me hor– quen". Eso pido por la chaquefa, y además me han de entregar trece pesos que tenía aznarrados en un pañuelo en una de las bol– sas de afuera, un rosarío de perlas de la Brí– gida y una baraja que tenía en la otra y una espuela poblana que cargaba en la de pe– cho.

-Pudiera ser -le coniesié- que se en– confrara el chaquefón y aun los objeios que esfaban en dos de las bolsas; pero en cuanfo a los irece pesos, ya es otra cosa; creo que debe usted despedirse de ellos para siempre.

Don Clímaco se puso pálido, después ro– jo y luego verde, al oír que no volvería a juniarse con su dinero en esie mundo.

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