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El aguardiente
c:ampana y partieron, guardando el más pro– fundo silenco la numerosa concurrencia que rodeaba el circo. Mi amigo lanzó un agudo
y largo silbido
y comenzó a co–
menzó a ani–
mar e o n sus
gritos al retin– tillo, siguiendo los diferentes sucesos de la carrera con tal
inquiefud, CD–
el valor de sus tres-
Eran las treS y media. El ejerci– cio nos había des– pertado el apetito, y habiendo pro– puesto a mi amigo y a su esposa que comiéramos en el restaurant y acep– tado ellos la invi– tación, diez minutos después nos c:oloqa.rnos delánte de una meSa bien provista de platos y botellas.
Ahorraré a mis leciores la relación de las excentdcidades que tío Climas dijo e hizo durante la comida, pero estoy obligado a de–
cir, com.o historiador verídico, que el vino
fue abundante y que muy pronto subió la
mo si fuera en ella todo cientos novillos.
-¡Qué viva el Gamo! -gritó de repen– te. -Perdió el inglés, a ver mi peso.
Era así, en efecto. El caballo del país había llegado el primero a la raya.
El individuo que apostó con mi vecino sacó un billete de su cartera y lo alargó a don Clirnaco, sin decir palabra.
Mi amigo lo miró con sorpresa y le dijo: -¿Y ésto qué es? Pisto quiero yo y no papel sucio.
-Pero si es un billete de banco -res– pondió el otro.
-Y, ¿para qué diablos -dijo don Clima– co- quiero yo banc:o de papel? Yo nunca he necesitado de esos instrumentos para ..
Una carcajada del dueño del billete, a la que hicieron coro unos cuantos individuos a quienes habían atraído los grifos y c:on.±or– siones de mi amigo, c:ortó Inuy a tiempo la frase, qemasiado naturalista que iba a soliar don Climas. .
El,sujeto sacó una moneda d<;l ocho rea– les y laentreg6 al campesino, que la <;lxami– nó por amba~ caras, y viendo una pied"a ~hí
cerc"" levanto en alio el duro y lo dejó c:aer, para asegurarse' por el sonido de que no era ,falso. • ... ..
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La carrera de caballos
En aquel momento los caballos ocupa– ron sus puestos. La ansiedad, hija más del aInor propio que del interés, Se revelaba en los semblantes de sus propietarios. Sonó la
ocupaban en combinar una carrera. Se cru– zaban las apuestas, preparándose los jockeys o jinetes, y estaban inscritos cinco caballos para la próxima pareja. Nos acercamos a examinarlos. Don Clímaco vio muy despa–
cio dos californianos que iban a correr, y InO–
vió la cabeza de una manera significativa.
-Muy galanes son los ingleses -dijo– pero pierden.
Consideré aquel juicio de mi amigo co– rno efecio del espiritu de localismo, y le con– testé:
-Pues yo pongo por uno de esos que usted llama ingleses-, y en efecio, aposté cinc:o pesos por un alazán californiano.
-Vecino, -me dijo don Clímaco- ¿en cuántos "credos" corren los caballos la rue– da del "bicógromo"?
-Aquí -le contesté- el fíempo no se
mide por "credos", sino por segundos-; y sac:ando mi reloj, añadí: -vamos a ver lo que tarda la carrera.
-A mí para nada me sirve ese aniIYl.a–
lito -replicó mi amigo. -Voy a contar uno, dos, tres, c:uatro, cinco y asi para adelante. Desde que salgan hasta que lleguen.
-¿Hay quién quiere apostar al Gamo? -dijo una voz-, yo voy contra él.
-¿Quién es Gamo? -preguntó mi ve-
cino.
-Ese caballito retintillo cerezo, del país, que va a tornar parte en la carrera.
-¿En el que está montado el "patojo" de chaqueta y montera colorada?
-El mismo.
-Pues a ése sí qUe apuesto yo un peso -dijo mi vecino-, y sacó un pañuelo de algodón en que llevaba "t",das unas cuan– tas monedas.
-Convenido, .-.-r'i'spondió el que había promovido la apuest",.
--'Pues, "casémonos" -replicó c;ion Clí–
maco.
-¿Qué quiere usted decir? -preg~ntó
el otro.
-Que saque la plata y ql.\<;l se la demos a mi vecino para que la guarde junto con la mia.
Advirtiendo que el sujeto comenzaba a enfadarse con aquella desconfianza de mi hombre, le dije que la precaución era inne– cesaria, y que yo le respondía por el peso.
-¿Se obliga usted -Ine dijo- con to– dos sus bienes habidos y por haber, "apote– cando" al animalito que fíene en la bolsa?
-Me obligo.
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