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-,!Por dónde queda esa hacienda? -me preguntó.

-No es hacienda -le dije- sino un país dis*ante, y para venir de allá, es necesario embarcarse.

, -Entonces -replicó mi amigo- esos caballos vienen de la otra isla.

Como sé que los campesinos emplean esa frase para designar Europa, comprendí lo que quería decirme y le contesté que no venían de la otra isla, sino de un punto más cercano.

-Y, ,!cómo vinieron? -dijo él. -Por el vapor.

-Eso sí que no me lo hace usted tragar,

vecino, aunque :me mate. Que vengan ca–

ballos en "napor", cuénteselo a otro. ,!No sabré yo lo que es "napor"? ,!No lo habré visto salir de la olla de los frijoles cuando se

esfán "cueciendo"?

, -Pues ese mismo vapor -le dije yo– que usted ha visto salir de la olla, u otro se– znejante, es el que ha hecho venir aquí esos caballos y muchas cosas más.

Pero advirtiendo por el aire de incredu– lidad con que me escuchaba, que sería inútil entrar en más detalles, puse punto final a las explicaciones.

-,Y, ,!no sabe usted, vecino -me pre– guntó don Clímaco- si venderán esos caba– llos? Yo me arriesgaba a dar un par de cho– rros de cien pesos por ellos.

_Si diera usted dos mil -lé coniesté– acaso se los venderían.

-Dos mil palos les diera yo -exclamó mi vecino enojado. -El mejor caballo no vale más de cien pElsos, entre dos amigos. Con do!! mil compraba yo. . . a ver (y se puso a contar con los dedos). Doscientos novillos que tr$yéndolos a la feria de Agosto, por lo menos redoblaba el "pisto". IDos mil peses! -repeiía-'-' estas gentes creen que porque uno es de fuera, se deja meter el dedo en' la boca, así no ",ás.

-No creo -le repliqué- tenga el due– ño necesidad de venderlos. Puede usted, pues, amigo don Clintaco, estar tranquilo y divertirse, sin pensar en los caballos.

Calmado con esto mi vecino, se puso a observar la concurrencia. Lo veía todo con la curiosidad de un niño, y de vez en cuando tiraba la cuerda al mono que llevaba en el ojal, con no poco entretenintiento de los pa– seantes.

-Vea usted, vecino -me decía- seña– lando a las damas que pasaban a pie o en carruaje. -IQué "chapinas" éstas I Si más parecen ángeles de los que ¡lacan en las an– das. Hasta en las colas son iguales.

-Yen lo demás también, -le contesté. -Ahora que no nos oye la Brigida --aña-dió- le digo a usted, vecino, que si yo en–

viudara, o sí pudiera uno casarse con dos,

me llevaba una de esas "chancletudas" al

'·Purga±orio" .

-Y, ,!cuál de todas -le pregunté- ele– giría usted?

-Allí entraba el aprieto -dijo él- por– que no quisiera quedarme sin ninguna. Lo que haría para no errar, era decir "sexta ba– llesta", o que me taparan los ojos corno cuan– do juegan "gallina ciega", y me casaba con la que agarrara.

3

Nueva invitación

Era ya tarde. Pro– puse a mi amigo que

nos retiráramos, y ha–

biendo convenido, nos

dirigintos a la ciudad,

abriéndonos e a rn i n o

con trabajo y al través de la masa compacta de los concurrentes. Al llegar junto a uno de los arcos que habían colocado en los extre– mos del paseo, observé que mi vecino se empe– ñaba en no pasar bajo el armazón de ma– dera y lienzo pintado.

-Pasemos por aquí -le dije- tratan– do de hacerlo pasar bajo el arco.

-Por bobo -me contestó_ que pase otro. Ese anintal está en el aire, y si se cae al tiempo que yo pase, no quedo ni para pol–

vos.

Había creído que el arco era de mampos– i.ería y r¡o pude hacer que pasara dehajo. Entrapa ya la noche. Acompañé a don Clí– maco hasta el mesón, donde Se informó de la señora Brígida y supo que no había: lle– gado.

-No se ha de perder -dijo mi amigo. Prenda con boca nO la quiere nadie, y se metió en su cuarto.

-Mañana -le dije- estará Jocotenan– go tal vez más concurrido que hoy. ,!Quiere usted que vayamos?

-(Cómo no! -me contestó. -Pase us– ted por nosotros y verá lo que hago con mi mujer para que no vuelva a perderse.

Me propuse no faliar, pues había comen– zado a tornar gusto por las rarezas de aquel hombre original, y me despedí de él hasta el día siguiente.

4

La feria otra vez

Fiel a mi promesa, pasé el znartes 30 a las 10 de la mañana, al mesón de San Agus– tín y encontré a don Clintaco de Cacho con el vestido de los días grandes. Se había puesto una eSpElcie de saco o chaquetón de

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