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« Previous Page Table of Contents Next Page »para el agosto. áeso dice usted que tiene cuenta? áY dos toros muy galanes que se me ahogaron en una ciénaga por la Ceibita? áY cuatro novillos sinvergüenzas que se me huyeron al día siguiente de haber salido del "Purgatorio"? áY pagar cada noche, a los dueños de haciendas por donde uno pasa a
real por diez cabezas, COIT\O si los carrUnos
no fueran de la nación? Le digo, vecino, que no sé cómo no se me ha pegado una fiebre con tantas cóleras, y me quito el nombre si
me vuelvo a mefer en negocios de cachos.
-Eso mismo estás diciendo hace cinco años y siempre volvés, -dijo la niña Brígida con esa voz peculiar de las personas que pa– decen del mal de que ella adolecía en la gar– ganta.
-Pero ahora -replicó don Clímaco– he venido por traerte a que conozcás la ciu– dad y veás la feria, y nada más.
La señora movió la cabeza, corno si du–
dara del desinterés y la galantería de su ma– rido. Llegamos en eso a las inmediaciones de la ciudad. Mi amigo se dirigió con su ganado a un potrero donde lo aguardaba el que le había comprado la partida, y yo agui– jé mi mula, despidiéndome de mis vecinos. -En el mesón de San Agustín nos tiene para lo que nos mande -dijo don Clíma– co-, y echó a correr después de dos novi– llos que, saliéndose de la partida, amenaza– ban con seguir el ejemplo de los sinvergüen– zas que se habían largado a las montañas.
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Brígida se pierde
El 29 .de No–
viembre; a las
cinco de la tar– de, cansado de recorrer los di– versos puntos de Jocotenan– go, fui a tomar
asienfo en uno
de los bancos contiguos a la plaza, para ver pasar a la mu– chedumbre.
No haría un cuarto de hora que me di–
vertia en contar los carruajes, cuanao oí que
me llamaban por mi nombre. Busqué entre la multitud al dueño de aquella voz, que no me era desconocida, y pronto descubn a mi amigo, don Clímaco, que me preguntó, con aire inquieto, si por casualidad no había yo visto a su mujer. A mi respuesta negativa, replicó el campesino:
-Las mujeres son como las mulas. lo que ellas quieren y nada más. "Guatema–
la"
J
le dije a ella, uno es el "Purgatorio"
i
aqui se pierde uno en un abrir y cerrar de ojos, y más en la feria, con tanta gente, tan– tos carruajes y tantos animales". No me hi-
zo caso, Se apartó de mí junto al "hipógro–
mo", mientras yo estaba comprando este mi–
co -y me señalaba uno que llevaba pren– dido en el ojal de la chaqueta- "dicho y he–
cho", se perdió.
-Pero conocerá el mesón -le respon– dí- y se dirigirá allá fácilmente.
-IQué ha de conocer I -contestó mi ve– cino- ni del nombre se acuerda. Pero, dé– jela que aparezca y verá usted cómo no vuel– ve a perderse.
Diciendo así y renunciando a buscar a su perdida mitad, don Clímaco apartó, un poco bruscamente, a una persona que estaba a mi lado, y se sentó.
-áQué le han parecido a usted las ca– rreras? -le dije.
-iAy!- me contestó- con perdón de usted y de los santos caballos que corren
bien; pero 10 que no me cuadra es esa "ca–
cha" en que han dado los españoles de ha– cer que estén los pobres animales dando vuelta y vuelta y vuelta en aquella ruedota, hasta que Se cansan. Si quieren divertirse, ápor qué no cuelgan un pato y lo corren ellos
misrrLos, a ver quién le arranca la cabeza?
-Pero ésa, -dije yo-- es una diversión
un poco bárbara, que no estaría bien en la ciudad.
--Será lo que usted quiera -replicó don Clímaco- pero allí sí se lucen los que saben andar a caballo. O si no quieren pato, ápor qué no corren en el llano, o en las calles, en lugar de dar esas vueltas por el "hipógrafo" que no sé cómo no se les atarantan las cabe– zas a los "patojos" que van en los caballos?
Al decir esto, mi amigo se puso en pie y lanzándose sobre una mujer de pañolón ama– rillo yema de huevo y enagua carmesí, que acababa de pasar delante de nosotros, le dió un tiróh tan fuerte, que por poco no dió con ella en tierra.
-Bríg. .. -exclamó don Climas, y co– mo a eSe tiempo la del pañolón amarillo vol– vió la cera para ver quién le daba semejante tirón, conoció que se había equivocado y dijo:
-Dispense, chata, pensé que era mi mu– jer. Un diablo se parece a otro. áNo me la ha visto por "hay". Son idénticas, hasta en lo regordito de la gargan ...
No acabó mi vecino de pronunciar la
frase, pues la irritada matrona le lanzó un
aguacero de injurias, en las que "guanaco",
animal de monte, salvajón, bestia y otras se– mejantes, fueron las más pulidas.
El pobre don Clímaco volvió a sentarse un poco amostazado y Se propuso no volver
a "jalar'" a ofra Inujer, aunque viera que
fuese la suya propia, en carne y hueso.
En aquel momento pasó un coche tirado por dos hermosos caballos negros, que lla– maron la atención del hacendado, y me dijo:
-Con perdón de Dios y de usted, áesos caballos de dónde son?
-Vinieron de California -le contesté.
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