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de que nadie le hubiera creído capaz en su situación,' volvió a exclamar con acento de– sesperado:

-¡Desdichada! ¿Dónde está la llave de la caja? ¡Me han robado!

En±onces comprendió la señora que aque– llo no era obra del delirio, volvió a ver la caja y advirtiendo que estaba sin llave, la abrió, y al ver que no había nada, se puso pálida como un cadáver.

-¡Nos han robado!! -gritó-o Gabrie– la, Socarra, ¿dónde estarán? Han salido del cuarto y alguno ha aprovechado el momen– ±o para hacer esta maldad.

Don Canuto al oír esto, Se arrojó fuera

de la cama, metió las manos dentro de la caja, y encontrándola vacía, cayó sin sentido con la cabeza adentro.

A los' gritos de doña Tomasa acudieron las criadas y las gentes de las vecindades, que creyeron había expirado el enfermo. Lo

levantaron, le hicieron respirar éter y reco–

bró el conociInien±o, pero más le valiera ha– ber pasado de aquel desmayo a la eternidad.

-¡Zape! -dijo, y lanzó una carcajada que horrorizó a todos los presentes-o ¡Za– pe!, hermosa Gabriela, -añadió-, ¡Zape!, amigo Socarra. ¿Han visto ustedes a Raja– cuero? ¡Cuidado con los ladrones de la mon– taña de Honduras! Ja, ja, ja, -volvió a car– cajearse, mientras dos gruesas lágrimas ba– jaban por sus mejillas.

-Está loco, está loco -dijeron los pre– sen±es, y era la verdad. La razón del desdi_ chado avaro, no pudiendo resistir a aquel golpe, había zozobrado.

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Epístola de la hermosa Gabriela

Mandó doña Tomasa que llamaran a su sobri– na y al médico que asis– tía al enfermo, para par– ticiparles los dolorosos

acontecimientos; p e r o

nadie pudo dar con los dos jóvenes por ninguna parte. Encon±rando que de sus réspectivas habi– ±aciones fa1±aban la ro-pa y demás objetos de tal cual valor, surgió al momento en todas las imaginaciones la idea de una fuga, que

naturalmente se' consideró conexa con el ro–

bo de la caja. Doña Tomasa veía y no po– día creer tanta maldad de parte de su so– brina. Pasó el día en la mayor ansiedad, y por la noche recibió una carta timbrada en el puerto de San José, la que disipó sus ú1±i– mar ilusiones. Voy a reproducir ese docu– mento, para edificación de mis ledores. No tenía fecha, lo que no me choca, pues parece

que el bello sexo no acostumbra fechar sus cartas. Decía así,

Mi querida tía Tomasa:

. Cuando us~ed reciba ésta, Juan y yo Iremos muy leJOS. Vamos a casarnos a Nicaragua, contando con que usted no me negará su permiso y me dará su ben– dición.

A mi marido y a mí nos pareció jus– ±o y conveniente ±omarnos lo que tenía mi tío Canuto (que ha resu1±ado muy poco, cinco mil pesosl, porque usted re– cordará que me dijo que debía darme diez mil por lo del cuarto, y así lo ha– bíamos convenido antes de que me en– ±rara. No hago más, pues, que coger lo que es muy mío, y todavía me quedan ustedes debiendo otros cinco mil, que no dudo me pagarán, si alguna vez mejo– ran de fortuna.

Adiós, querida tía, mil cosas a mi

tío Canuto, si está vivo, pues Juan dice que quedaba en un "cris" muy peligro– so. Usted cuídese y no olvide a su so– brina que la ama y verla desea.

GABRIELA MALABRIGO

DE SOCARRA

Posda±a.-Dice Juan que le regala el es– quele±o y que desea lo disfrute ustéd mu–

chos años.

Doña Tomasa estrujó aquella carta (que recogió un vecino, que me la ha proporcio– nado), y llorando de rabia decía:-

-Eso es, el esqueleto, ellos se llevan la carne y a mí me dejan el hueso.

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Conclusión

Don Canuto Delga– do fué conducido al hospital, pues doña To– masa dijo que ella no estaba en edad ni en situación de cuidar lo– cos. Volvió a llamar a sus huéspedes, y al–

gunos han ocurrido, no

pudiendo temer ya que los mate de hambre el marido de la patrona. En cuanto al estudiante Socarra y a la hérmosa Gabriela, supongo que no pueden ser muy felices, y que tarde o temprano lle– varán la recompensa de su mala acción. Si alguna vez tuviese yo noticia de ellos, no de– jaré de comunicarla a mis lectores.

y aquí concluye la verídica y galopante

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