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del estudiante, que en±r6 en funciones desde luego, desplegando un celo, un esmero, un cuidado, que arrancaba lágrimas de gra±i±ud a la buena cíe doña Tomasa.

Llam6 Socarra corno enfermera a la her– mosa Gabriela, que se prest6 con la mejor voluntad a asis±ir día y noche a su tío Canu– ±o, corno ella lo llamaba desde que se había casado con su tía.

Mas, a pesar del empeño del médico y del cuidado de la enfermera, el mal se pro– longaba y parecía rebelde a los recursos de

la ciencia. Doña TOIllasa coménzó a cansar–

se de la asistencia del enfermo y poco a poco fue dejándolo entregado a Gabriela y a So– carra, que le inspiraban, por otra parie, la mayor confianza. Ellos lo asistían durante el día y lo velaban por la noche, mientras doña Tomasa descansaba. Más aún, acon– sejaban a la señora que no empeorara la si– ±).laci6n, exponiendo su salud; repi±iéndole que harían sus veces con el mayor gusto, a la cabecera del enfermo.

La fiebre no disminuía. Don Canuto co–

menzó a delirar, lo que se conoció en que re–

petía a cada momento la palabra "Zape", y

medio incorporado en la oaIlla se volvía a la

caja de hierro, que estaba a la cabecera. Pa–

recífl como si viera un gato que se acercaba

al cofre, y lo espantara.

,-'-'¡Zape!; ¡zape! -repiti6 don Canuto du– ran±e toda la noche, ejecutando siempre aquella evoluci6n significa±iva hacia la caja.

Socarra y Gabriela espiaban los menores movimientos del enfermo. Despué,s de un largo rato, con±inuando el delirio y, repi±ien– do siempre aquella palabra, dijo el estudian-te a la joven en voz baja: ;,

'--aOyes? "Zape". Son cuatro leiras. ¡Esa es la clave!

, Un rayo de alegría diab6lica ilumin6 el rostro de Gabriela quien poniendó el dedo ín– dice sobre los labios, hizo seña a Socarra de que callara. '

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"Zape"

Pas6 la noche

sin que se advir–

ti e r a alteraci6n alguna favorable en el estado del enfermo. Do ñ a Tomasa fué a re– levar a Gabriela y a Socarra. La jo–

ven se retiré a su

cuario a dormir Un rato y el estudiante sali6 a la calle, di– ciendo que iba a consultar a uno de sus pro– fesores sobre la enfermedad de don Canuto y que volvería pronto.

Usando de nuestro pleno derecho ·de his-

toriadores, dejaremos al enfermo repitiendo "¡Zape!"; a doña Tomasa administrándole las medicinas y a Gabriela durmiendo ±ran– quilam",nte, y seguiremos los pasos del Doc–

tor Socarra.

En vez de encaminarse a la Escuela de Medicina, en busca del profesor a quien dijo

se proponía consultar, se dirigió a una casa

de diligencias y pregunt6 si podrían propor– cionarle un carruaje de dos asientos para el puerio; bien entendido que había de estar lisio aquella noche a las nueve, y cambiando caballos, debería llegar a Escuintla al siguien– te día muy temprano.

Le contestaron que el precio lo hacía ±o– do. Replic6 Socarra que no reparaba en eso; que pidieran lo que quisieran, con tal de que el carruaje saliera aquella misma noche y llegara a Escuintla a la madrugada.

El propietario de las diligencias hizo sus cálculos y se dej6 pedir ochenta duros por el coche.

-Es caro -contest6 Socarra-; pero se pagarán; con tal de que Se cumpla con las condiciones puestas.

Le ofrecieron que aquella noche, a las

nueve en punto, estaría el carruaje a la puer–

ta de doña Tomasa Malabrigo, y Se despidi6 el estudian±e.

'Este por su lado, y la hermosa Gabriela por el suyo, estuvieron haciendo, con el ma– yor secreto, durante el día, cierios prepara±i– vos, ocupando en esto los momentos que le" dejaba libres la asistencia del enfermo.

Lleg6 la noche. Desde las siete se cons– ±ituyeron el estudiante y la joven a la cabe– cera de don Canuto, que continuaba deliran– dó y cuya fiebre no cedía. A las ocho obli– garon a doña Tomasa a que fuese a descan. sar; Socarra le ±om6 el pulso y dijo que había un poco de calentura y que la señora debía rt'\eterse en la cama ,inmediatamente. Ga– briela, que se había ag9derado d~l gobierno de la casa, para ahorrar aquel CUidado a su tía, hizo que las criadas y lqs niños se acos– taran también; de modo que poco antes de las nueve, iodos dormían, menos los dos asis– tentes del enfermo. Luego que estuvieron solos, dijo Socarra a Gabriela:

-Quitale la llave.

Introdujo ésta la mano arnlBda de unas ±ijeras pequeñas, bajo la camisa de don Ca– nuto. Este sin±i6 el movimiento, levant6 la voz cuanto pudo y grit6: "¡Zape!"; pero no tuvo fuerzas para evitar que Gabriela coriara la cuerda de que pendía la llavecita de la caja, que corno queda dicho, lleyaba siem– pre al cuello.

Entreg6 la llave al estudiante, que se di– rigía ya a la caja; pero en aquel momento se abrió la puerta del cuarto y se present6 doña Tomasa, envuelta en las colchas de la

cama.

-aUsted aquí, señora? --dijo el estu– diante en tono severo-o I Qué imprudencia I

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