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braba por alquiler del cuarto en los ires me– ses que había estado auseroe.

4'-La Malabrigo no podía esperar mu– chos años, quizá ni muchos meses de vida. Es verdad que tenía dos hijos¡ pero contando con la influencia que su condici6n de marido le habría de proporcionar, esperaba que la buena señora 10 nombraría tutor de los me– nores, 10 que vendría a ser para el honrado don Canuto, 10 mismo que nombrarlo here– dero.

5'--Sabía que doña Tomasa tenía aho– rrados, cuando él le manejó sus cuentas, unos doscientos pesos. Calculaba que en los ires meses que había estado ausente, habría eco– nomizado otros cien, y contaba con que esa suma iría, desde luego, a su poder.

6'--Se proponía introducir economías ra– dicales en los gastos de la casa, pareciéndole excesivos los que hacían. Por la mañana daban a los huéspedes café con leche y dos platos. Debía suprimirse la leche y un pla– to. Al medio día, cuairo platos. Con ires bastaba. Por la noche, café con leche y dos platos. Ahorraría la leche y un plaio. Ha– ría, además, una tentativa de aumentar un poco las pensiones, alegando que iodo es– tá muy caro.

7'-El mismo se alojaría y comería de balde.

En contra de estas siete razones, no ha– bía más que una, la edad de doña Tomasa. Pero de ésta se reía don Canuto, o mejor di– cho, era la ociava razón en favor del matri– monio proyectado. Si la novia fuera un po–

co menos vieja, se decía, la cosa sería mala¡ pero con cerca de setenia años, no había ni

qué pensarlo. ~Quién no carga con una an– ciana que tiene un pie en la sepuliura, con tal de salvar su caudal y aumentarlo en otro tanio?

Hechas estas reflexiones, se decidió el profundo y sabio. economista don Canuto Delgado, a pasar el Rubicón, esto es, a hacer a doña Tomasa Malabrigo la foi'Tnal deman– da de su blanca mano.

E! que· diga que el mairimonio que iba a coniraer don Canuio, no era un mairimo– nio de amor, se engañará medio a medio. Cada uno ama 10 que le acomoda. Delgado amaba el dinero, y por amor a él, iba a ca– sarse con la que podía ser su abuela.

-Para luego es tarde, se dijo el avaro, cuando tuvo formada su resolución, y diri– giéndose al cuarto de su futura, entró deci– dido a declararle su atrevido pensamiento.

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Don Canuto pasa el rubicón

Estaba doña Tomasa Malabrigo sentada en un sill6n, con el pie izquierdo descalzo sobre una taburete y los anteojos puestos, ocupada en la interesante operación de aira-

par, con una pelota de cera, las pulgas que anidaban por centenares en las costuras de sus medias.

Al ver entrar a su enemigo, a quien ha– bía despedido de su

casa muchas veces

sin lograr que Se fue: ra, se qued6 la res– petable matrona, co–

rno suele decirse, de

una pieza. Asom– brada de tanta des–

vergüenza, sin acordarse en que estaba con

el pie desnudo y el vestido levantado hasta media pierna, no se movi6 del silla, hecha una estatua, con la media en la mano y re– cogiendo con la oira la indiscreta falda.

Don Canuto saludó, bajando los ojos mo– destamente para no ver las gracias de la se– ñora de sus pensamientos. Esta, pasado el primer estupor que le causara aquella ines–

perada visila, se pu~o en pie, y sietnpre con

la media en la mano, prorrumpió en un agua– cero de injurias. No hubo vocablo insultan– te en el diccionario de la Academia y en el del mercado, que no lanzara a don Canuto, que recibió la descarga con la serenidad del verdadero filósofo, sin interrumpirla, y cuan– do la iracunda señora se hubo aliviado y agotado los insultos, le dijo con mucha cal– ma:

-Vengo a proponer a usted un medio de que concluya ese condenado pleiio que me ha puesto¡ que nos está costando a los dos un ojo de la cara y en el cual el único que saldrá ganando es ese lagarto de Matra– ca. Usted, mi buena señora, me ha puesto este dilema: o dote p matrimonio. Vengo a decir a usted, amable doña Tomasa, que me decido por lo segundp.

-¡Ah! -replic6 la señora, comenzando a aplacarse-, se decide usted a casarSe con mi sobrina. Eso ya es otra cosa. Usted ha reflexionado, ha oído el griio de su concien– cia, y al fin está resuelto a reparar el mal que ha hecho a esa desdichada. Bien. Voy a llamarla, y no dudo que todo quedará arre– glado ahora mismo.

-~Qué va usted a hacer, mi querida To– masiia? ~Quién le ha dicho a usted que

quiero casanne con su sobrina?

-~C6mo?, ~cómo? -replicó la señora, sin acertar a comprender 10 que aquello sig– nificaba-. ~Que no quiere usted casarse?

~Pues no me ha dicho usted muy claro que se decidía por el matrimonio? ~Pretende us– ted acaso burlarse de mí?

-No, mi adorada Tomasiia --dijo Ca– nuto, hincando una rodilla en tierra-, lejos de querer burlarme, ofrezco a usted formal–

nten±e mi corazón, mi mano, mi caudal, y

no me levantaré de este sitio, mientras usted

no consieroa en ser nú esposa.

-~Qué?, ~cómo?, ~quién?, ~a mí?, ~yo?,

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