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mil maravillas, pues Canuto nO volvió en sí del susto, ni acertaba a explicarse cómo aquella mujer que él casi había visto entrar

en el cuarto del esfudiante, se convirtiera en

la feísima figura que se había tornado con él tan desagradables libertades.

Pasó una noche cruel, peor mil veces que si en realidad hubiera tenido el dolor de muelas que inventara para justificar su ex– temporánea entrada en el cuarto de Socarra. Tornaba aquel abrazo de la muerte corno anuncio de su pr6ximo fin, y temblaba den– tro de su chaqueta y sus pantalones charola– dos, que no se había quitado, echándose ves– tido en la cama.

El lance no alteró, sin embargo, su reso– lución de defender la caja con todas las fuer– zas de su alma, ni la idea firme que tenía de que por ningún concepto podía convenide el matrimonio con la coqueta y despilfarradora sobrina de la Malabrígo. Hizo saber, pues, a doña Tomasa, en términos explícitos, que ni se casaba ni pagaba, lo que dio lugar a una escena tremenda, que alborot6 no sólo la casa, sino el barrio entero. La irritada matrona lo ,llen6 de insultos, y él a todo res– pondía con la mayor calma: "Ni me caso, ni pago", de lo que se daba al diablo la se–

ñora, que ferrr\inó la borrascosa conferencia

anunciando a don Canuto que le presentaría

acusación cri:rninal.

y cumplió su palabra. Comenz6 el plei– to, que amenazaba ser largo y ruidoso. Don Canuto, por no gastar en abogado, hacía por sí mismo sus escritos, que ya se deja enten– der CÓmo serían, siendo obra de quien no ha– bía estudiado más que gramática y algo de filosofía. Don Canuio hizo prodigios como médico, pero en' aquella ocasión se acreditó de menos que mediano jurisconsulto.

En cambio, doña Tomasa se había pues– to bajo la dirección del célebre Licenciado Matraca, que' ~ndaba enojado con don Ca– nuto desde el lance de los pantalones, que le había hecho perder muchas de sus clientes. El rencoroso abogado aprovech6 aquella oportunidad para castigar a su antiguo y po– co honesto secretario.

Estirando un poco el artículo 295 del Có– digo Penal, le hacía una acusación bastante grave, y éuaIldo lleg6 el término probatorio, present6 Matraca ocho testigos (los huéspe– des de doña Tomasa), que declararon unáni– mes haber encontrado de noche, y tarde, en–

cerrados, en su cuarto y a oscuras, a don Ca–

nuto Delgado con la señorita Gabriela Mala– brigo. Por más que hizo el acusado, no pu– do desmentir a aquellos testigos, ni desvane– cer el cargo, y si bien describía el lance tal cual había pasado, este dicho no estaba apo– yado en prueba de ninguna especie. El ne– gocio presentaba, pues, muy mal aspecto pa– ra don Canuto, tanto que él núsmo, leyendo y releyendo el abultado expediente, lleg6 a convencerse de que estaba en grave peligro de que lo sentenciaron a pagar, si no la enor-

me suma {quince mil duros) en que había fijado Matraca la dote de la ofendida, al me– nos alguna cantidad que absorbiera todo su hab,lr.

En aquel conflicto, el más grave de su vida, ape16 Canuto a los recursos de su inven– tiva. Se propuso un plan, y lo abandonó, imagin6 otro y lo dej6, combinó un tercero y tampoco le satisfizo, hasta que al fin, des– pués de tanto pensar, llegó a fijarse en la más inesperada, la más extraña, la más osa– da, la más heroica de las resoluciones que hombre alguno en sus circunstancias pudo haber discurrido. Esta fue la de .. " pero es– te capítulo de la novela va siendo ya bas– tante largo, y debo dejar para el siguiente la explicación de lo qu'i' resolvió hacer en aquel apuro don Canuto Delgado.

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Un matrimonio de amor, apoyado en ocho

razones de corweniencia

Los hombres grandes, los gen i o s extraordinarios no obran en las situaciones difí– ciles como el común de los mortales. Sus resoluciones llevan siempre cierto sello de originalidad, y cuando no los salvan de los peligros (que esto suele depender del des– tino de cada uno), al menos hacen aparecer sus actos con un carácter de superoridad y elevaci6n que excita el asombro de los pre– sentes y el aplauso de los venideros.

Don Canuto, en el gravísimo apuro en que se hallaba, tom6 una resolución digna de cualquiera de los hombres de Plutarco, una resolución que ha admirado a sus contempo– r$>;leos y que consigna la historia con la ala– banza que se debe a los hechos heroicos. Es– ta resoluci6n magnánima fue . la de casar– se, no con la joven y hermosa Gabriela, sino con la vieja y fea doña Tomasa Malabrigo.

Las razones que, después de un maduro examen, lo decidieron a aceptar, a él, joven

de poco más de veinte años, a una anciana

que barbeaba en los setenta, fueron ocho, a

saber:

l'-Oue casándose con doña Tomasa, se cortaría el pleito que ésta le había 'entablado y que llevaba trazas de terminar de una ma– nera desastrosa para él, causándole la pér– dida de su caudal.

2'-Oue viniendo la Malabrigo a ser su esposa, entraría a manejar los intereses de esta señora, que era más rica que él, pues la casa era suya y valía más de seis mil pe– sos.

3'-No paaría los quince pesos que le co-

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