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no le duraban más que un mes, había estado a pUnÍo'de desmayarse del susto.

-No es ésta -se dijo-, la mujer que a mí me conviene. ¡Guarda, Canuto! Fuera de 10 del Socarra, que no es flojo, hay lo de la gastadera, que no es de menos. En dos meses se iria mi corto haber en trajes de cola, joyitas y otros adornos. lA otro perro Con ese hueso I

Hecha esta reflexión, pensó y repensó cómo saldria ileso de aquel peligro. Su prin– cipal empeño fue descubrir las relaciones en– tre la inocente tortolita y el hambriento ga– vilán que anidaba en la casa bajo la figura de estudiante. Sus observaciones del primer dia confirmaron sus sospechas, y al segundo estaban éstas convertidas en certidumbre. La amorosa paloma acudía de vez en cuando a la jaula del ave de rapiña, en visitas de otro género, sin duda, que aquella con que él fue favorecido. Pero el caso era sorpren– derla in fragantí, y para eso se propuso des–

velarse una noche, dos, diez, cuantas fuese necesario.

Se puso en acecho y no tuvo que esperar mucho tiempo. A la segunda noche de vi– gilia, entre doce y una, advirtió que por la puerta entreabierta del estudiante iba en– trando una especie de serpiente cubierta de mil colores y de más de una vara de largo. Fijando bien la atención, cayó en la cuenta de- que aquello que parecía serpiente, en la obsGuridad y a la distancia, era la cola de un fraje cuya propietaria debia haber entrado antes de su respectiva cola.

Asi como suele decirse que por el hilo se saca el ovillo, dedujo lógicamente don Ca– nuto que pues aquell<i cola no debia mover– se por si sola, era preciso que alguna perso– na la arrastrará. Infirió igualmente que esa persona habia de pertenecer al sexo femeni– no, pues el airo no usa semejantes apéndi– ces, y por último, que la propietaria de la cola, la que entraba en el cuarto de Socarra, no podia ser oira que Gabriela, pues doña Tomasa no habia adoptado aquella moda, ni tampoco las criadas, a quienes las ena– guas no les llegaban al tobillo.

-Es necesario cogerlos, que n1e vean,

que no puedan negarlo, se dijo el acalorado Canuto y se lanzó tras la cola, en lo cual hu– bo de salir burlado.

Llegó, pues, a la puerta del cuarto, antes de que tuvieran tiempo de cerrarla, entró; pero no encontró más que el estudiante, sen– tado junto a una mesa y al parecer embebi– do en la lectura de un gran libro.

-~Oué buen viento -dijo Socarra-.-, trae a estas horas por acá a mi amigo don Canuto?

Este tuvo tiempo de recobrar un poco su sangre fria y contest6:

-Un gran dolor de muelas que no me deja descansar, es el que me obliga a buscar a usted. Me levanté desesperado, vi luz en

su cuarto y he venido a pedirle algún re– medio.

El estudiante sonrió IrlaliciosaIrlente, y se disponia a decir a don Canuto que proce– deria a sacarle las Irluelas, cuarido Delgado vio en una de las esquinas del cuarto un ob– jeto en que no se habia fijado al entrar y

que lo hizo estremecerse. Era un esqueleto

en pie, znedia cubierto con una corno capa.

encarnada. El espanto de don Canuto cre– ció al advertir que aquella osamenta huma_ na levantaba un brazo y lo llamaba. Se pu– so a temblar de pies a cabeza y su horror lleg6 al colmo, al advertir que el esqueleto se movia lentamente hacia él. Socarra vol–

vió la cara

COrrLO horrorizado.

El esqueleto avanzaba. Don Canuto no se movía. Sentía Corno si tuviera un quintal de plomo en cada pie. Uegó hasta él aque– lla íerrible imagen de la muerte y levantan– do los brazos, los dejó caer sobre los hom– bros de Delgado.

Dio un grito; hizo un gran esfuerzo so–

bre si mismo y sacando fuerzas de flaqueza, ech6 a correr y no par6 hasta su cuarto, don– de se encerró bajo llave, pues le parecía que el esqueleto le pisaba los íalones y que iba a repetir su espantosa caricia.

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Sencilla explicación del esqueleto

Si don Canuto al sa– lir del cuarto del estu– diante se hubiera que– dado un momento junto a la puerta, ha– bria podido oír las mal comprimidas car– cajadas con que la hermosa Gabriela y el estudiante Socarra ce– lebraban el lance del esqueleto.

La explicación de aquel extraño caso es muy sencilla. El esqueleío estaba alli, por– que servia a Socarra para sus estudios ana– tómicos. La especia de capa colorada que íenia en los hombros, era una carpeta que por capricho le habia puesío aquel estudian– te, capaz de jugar, no digo con un esqueleto, sino con el mismo diablo en carne y hueso, si lo hubiera a mano. Gabriela entr6, y sin– tiendo que llegaba alguno, no encontr6 dón– de esconderse sino iras el esqueleío, favore– ciéndola la capa colorada que pendia hacia atrás. Cuando vio que el que eniraba era Canuto, quiso hacerle una travesurilla, por una parte, y por otra obligarle a salir més que de prisa de la habitación. Hizo mover el brazo al esqueleío, y después, tornándolo en peso, avanzar hasta donde estaba Canu– to, petrificado de espanto, y por último, que le dejara caer los brazos sobre los hombros.

Remos visto que la burla le sali6 a las

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