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En brazos de un esqueleto
esperanza de un pobre y la manzana <;le Adán tan gr«nde, que más era membrillo que manzana. Corio de cuerpo, y piernas desmesuradamente p'í0longadas, don Canuto era lo que me figuro yo seria Don Quijote en sus veinte años. Agreguen ustedes, bellas lectoras, a tan extraña efigie aquel pantalón y aquella chaqueta que quizá hubiera aban– donado un pordioserq, aquella capa y aquel sombrero que denunciaba a una legua su origen clerical, y digan si el sujeto era corno para que lo deseara por marido, no digo ya mujer joven y bonita, sino una a quien diera el sol por las espaldas y que fuera fea por añadidura.
Con razón consider6, pues, don Canuto, que, el tiro iba dirigido, !;[tás que a su desgra– ciada persona, a la caja de hierro, y se pro– puso defenderla con todas las potencias de su alma. Al efecto, pasó en vela meditando el resto de aquella noche infeliz, y cuando comenz6 a clarear el alba, había trazado ya su plan de operaciones.
reparará usted, monstruo de ingratitud y de incontinencia, el mal que nos ha causado? Escuche usted, hombre cruel y bárbaro, mi resolución: o se casa usted dentro de tres días con mi sobrina, o la dota con diez mil
pasos. y agradezca usted mi moderación; pues nadie ignora ya que usted es tan rico como avaro, y que esta caja Iy la golpeaba con el mango de la escoba), está repleta de oro' de arriba abajo. Conque, decídase us– ted pronto. O matrimonio, o dote, y ni un sentado (centavo quería decir doña Tomasa) me1"10S de los diez mil pesos.
-y a usted- continuó la irritada ma– trona, dirigiéndose a la doncella-, válgale su inocencia y falta de mundo, pues le digo que si no fuera porque sé que no ha hecho más que caer en las redes de este seductor astuto, otro gallo le cantara. Vaya usted a recogerse.
Los huéspedes parecían horrorizados de la conducta de don Canuto; las criadas de– cían que a ellas nunca les había caído bien aquel' sujeto piojoso, y los niños lloraban a grito herido, sin saber por qué.
El pobre Delgado quiso protestar su in– culpabilidad; pero nadie parecía creerlo; y la verdad sea dicha, si usted, respetable lec– tor, o usted, amable lectora, hubiesen entra-
do con doña Tomasa en aquel cuario, y en- Tres días había contrando lo que ella encontró, no habrían dado la Malabrigo metido las manos en el fuego por la inocen- a don Canuto Del-cia de don Canuto Delgado. ¡Oh, falsas apa- ga!io para que, o riencias! ¡Con cuánta razón aconsejaba un repa,ara con el ma-poeta amigo mío que se desconfiara de vo- trimonio la honra sotras! mancillada de su
Se retiró doña Tomasa con su acompa- casa, o indemniza-ñamiento, dejando a don Canuto solo, ence- ra la ofensa con rrado en su. cuario y' lleno de confusión. Se una suma qul' era puso a reflexionar y se dio a buscar en su fe- superio, a su l!>osíc cunda imaginación la manera de salir bien biijdad. En efecto, el haber del avaro ascen– de aquel apuro en que lo ponía su enemiga dí~, con las ganancias que había hecho des– estrella. d~ la muerie de sus padres, a unos cuatro
Preci¡¡o es confesar que él amor que co- 'mil quinientos o cinco mil peS!!lS, y le exigían menzaba a sentir por la sobrina de la Mala- diez. ~Cómo era posible que los pagara? brigo, descendió muchos grados con aquella Pero es el caso que Canuto juró aquella aventura. El hombre no era tan tonto que noche, dos, tres, diez, cien veces, que no le no conjeturara que la escena había sido pre- sacarían un centavo, y tampoco queria en parada por la vieja hipócrita, en conniven- manera alguna pagar con su persona. Para cia con la doncella y quizá también con el esto tenía razones de gran peso. La prime– estudiante de medicina (que, entre parénte- ra, aquellas inteligencias sec,etas entre la sis, se llamaba don Juan Socarra), a quien moza y el estudiante Socarra, que le pare– Delgado creía haber visto contener la risa cían muy mala base para un matrimonio. con dificultad durante el lance. La segunda, que había notado en la hermo-
-Mi apariencia- se decía a sí mismo sa Gabriela, una propensión al despilfarro don Canuto-, no es corno para enamorar a que chocaba altamente con los hábitos de la sobrina de doña Tomasa. Me creen rico economía del esclavo de don Dinero. La es– y quieren concluir la obra comenzada por pléndida doncella se mudaba de limpio dos Rajacuero y por los ladrones, dejándome en veces por semana, lo que parecía a don Ca– la calle. Veremos. Trabajo ha de costarles nuto un lujo criminal. Después, gastaba en desplumarme. los vestidos colas de dos varas; lo cual, ade-
En efecto; la parie fisiológica del esclavo más del desperdicio de la tela, traía consigo de don Dinero no era de las más atractivas. la ruina de los trajes. Le chocaba igualmen– Alto, flaco, huesoso, con un bigotillo y una te la profusión de adornos baratos que se barberita cuyos pelos podían contarse alojo colgaba, y habiéndolo oído decir que había desnudo; con el pescuezo más largo que la dado cinco pesos por un par de zapatos, que
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