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La hermosa Gabriela
Abrumado de dolor continuó su viaje don Canuto Delgado, ga– nándose la vida en el
carnino honradamen–
te con el ejercicio de su profesión. Estoy
por creer que a fuerza
de pasar por médico y de hacer -veces de tal, el bueno del hombre había acabado por ser él mismo víctima de aquella farsa, persua– diéndose de que real y verdaderamente cu– raba. ¿No vemos a muchos poseídos de ilu–
siones semejantes?
Con su polvo de ladrillo, su caldo de ga– llo negro y su bebida de las siele sedas, vino Delgado haciendo maravillas por los pueblos, comiendo y ganando algún dinero. Llegó a Ocotepeque, luego a Esquipulas y llamándo–
se sieITIpre "Doctor", hizo al fin su en.trada
pública (porque lo vieron cuantos andaban por las calles) en esta capital.
Cuando se presentó en casa de la Mala– brigo, salió ésta a saludarlo y abrazarlo, llo– rando de alegría. Los otros huéspedes lo ro– dearon y saludaron, informándole de su sa– lud. Hasta los criados de la casa salieron a darle la bienvenida.
Detrás de la patrona iba y venía una jo– ven a quien don Canuto no había dejado en la casa y a quien no conocía. F\epresetaba
corno diez y ocho años, era de rnediaup. es–
tatura, cabello castaño, cortado y rizado so– bre la frente; el color del rostro pálido; los ojos grandes, lánguidos y avell",nados; la bo– ca no muy pequeña, pero graciosa y con dos hileras de menudos dientes, que ella gustaba
;de mostrar, sin duda, pues sonreía con fre–
cuencia. La mano fina, el pie breve, el talle
esbelto; en fin, una mujer herm.osa, agracia–
da y zalamera.
Observando que don Canuto veía a la joven con alguna extrañeza, le dijo doña To–
!TIasa::
-Esta niña es mi sobrina y se llama Ga– briela, para servir a usted. Ha corrido cor– tes; ha estado en San Salvador, Nicaragua, Costa Rica, medio mundo, y ha venido a bus–
car mi so:rnbra¡ quiero decir, a vivir cristia–
namente bajo mi protección. Es inocente co–
rno una palolUa¡ y si no se ha casado, no
crea usted que es por falta de pretendientes, pues muchos y muy buenos le han salido; sino que no ha tenido voluntad, pues corno dice el dicho, "casamiento y mortaja del cie– lo baja".
La hermosa Gabriela se puso roja como una pitahaya, en la parte del discurso de do– ña Tomasa relativa a lo del matrimonio, y bajó los ojos con una modestia que no esta-
ba muy de acuerdo con lo de haber andado medio mundo, que contaba la tía.
Don Canuto, que no se había encontrado
hasta entonces frente a frente con más mu–
jer que la misma doña Tomasa y doña Lu– garda, la del incidente de los pantalones, se quedó medio extático en presencia de las gra– cias de la doncella. Experimentó una sensa–
ción nueva, extraña, desconocida en el cora– zón, en el cerebro, en la sangre, en los ner– vios; no sabía dónde, y echando una mirada
a su traje mugriento y a su capa raída, tuvo
una cosa corno vergüenza o mortificación de
verse en semejante trapillo. Balbuceó algu– nas palabras entre cumplimiento y saludo y
pidió perm.iso para retirarse a descansar.
Habían cambiado el cuarto a don Canu– to. La Malabrigo ienía un nuevo huésped, que llegó al misrno fiempo casi que Gabriela, el cual era un estudiante de medicina, que ofrecía pagar bien. Para alojarlo, echaron fuera las prendas del ausente y las llevaron
a una pieza interiol
A ,
que tenía puerta de co– municación con las hahitaciones de las cria–
das; puerta que doña Tomasa condenó por la parte de adentro, por el qué dirán, y no
por dosconfianza, pues le constaba, dijo, la
hombría de bien de don Canuto. Esie Se es– tremeció al considerar que la caja de hierro había andado de un cuarto a otro; pero lue–
go que se encerró en su camarachón, y regis–
tró el cofre-fuerte, iuvo el gusto de encontrar– lo todo como lo había dejado.
En ¡¡eguida procedió a hacer la inspec– ción de su caja, o mejor dicho, de su talega, contando lo que lraía en la bolsa que le ha– bía servido durante el viaje, de almacén de
víveres y de tesorería, y encontró dosci~.:n,tos
diez -y nuéve pesos, seis y medio reales. De esa Stlmai diez pesos era lo que había sacado al p",rtir en busca de Rajacuero, y el resto producto del salario que ganó como sirviente
del ciego en Nicaragua, como criado en un
hotel de San José, como fogonero a bordo del vapor y como médico en los pueblos. Si no logró, pues, recobrar los doscientos pesos del barbero, traía algo más, ganado con su industria en aquel viaje. Pero no estaba sa– tisfecho. Lloraba la pérdida de aquella su–
ma y decía que si conociera a los ladrones,
volvería a emprender la caminata en su per– secución, hasta sacarles lo que le habían ro– bado.
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Un avaro expuesto a las flechas de Cupido
Don Canuto Delgado durmió muy mal aquella noche. Tuvo pesadillas en que se le representaron el barbero asesinado, las al– forjas robadas, la caja de hierro y caminando
de un punto a otro, corno por el aire, y en
medio de aquella extraña confusión, la figu– ra bella y simpátca de una poven blonda que cruzaba arrastrando una larguísima cola y
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