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pocos sanaron, ofros cuanfos murieron, y los más se quedaron corno esfaban. 8No es es– fo, poco más o menos, lo que les aconfece a los verdaderos docfores en el mundo enfero?

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Terrible aventura en la montaña

llegado el Docfor Canufo a Gracias a Dios, no pudo darlas por el resulfado de su pesquisa. El impalpable barbero se había desvanecido corno un fantasma. Pasó por aquella ciudad sin dejar ni el polvo, y fomó el camino de Guafemala.

-Me alegro -dijo el Docfor-, allá no se me escapa. 8Dónde se ha de mefer que yo no dé con él?

Le siguió, pues, la pisfa, y según iba sa– biendo por las personas con quienes topaba, el fugifivo no debía ir muy distanfe. Por su– .puesto ya no mon±a.ba aquella buerta mula qué había sacado de Guatemala y que ven– dió, sin duda, al embarcarse. Iba, según in– formes fidedignos, en un caballo más viejo y mañoso que el de don Quijote, aunque no destinado, por desgracia a igual celebri– . dad. Lo que sí conservaba eran las alforjas, al parec:er, repletas, lo que consolaba a don 'Canufo de lo ruin de la cabalgadura, de que se proponía apoderarse.

Caminando así el uno tras el oiro, llegó el barbero a airavesar la cadena de monta– ñas que separa la República de Honduras de la de Guatemala, y a muy caria distancia, siguiendo el mismo camino, el infatigabl!3 don Canuto, que tuvo cierio presentimiento de que en aquella serranía había de atrapar al fin el que perseguía por mar y tierra des– de tantos días.

En efecfo, una tarde, comenzaba el sol

li declinar, pero el calor de sus ardientes ra– yos se hacía sentir aún con mucha fuerza. En el corazón de la montaña, rodeado de unas rocas nluy alfas y espanfables, había un pradecillo por el cual corría un limpio y claro arroyo que manando de las peñas, res– balaba mansanlente por la llanura y se de– rrumbaba con estrépifo en una hondonada allí vecina. Lo agreste y pintoresco del si– tio, la hora y el calor, convidaban al viajero fatigado a tornar algún descanso. Al del ro– cín hubo de parecerle adecuado el punto pa– ra comer y pasar la siesta, pues apeándose,

aflojó las cinchas y quífó el freno a su cabal_ gadura. Desató en seguida las alforjas que llevaba a la grupa, y sacando algunos comes– tibles, se disponía a matar con ellos su ham– bre y apagar su sed con el agua del arroyo.

En aquel momenfo llegó don Canuto Delgado, que a una disfancia corno de veinte pasos, vio y conoció perfecfamenfe a Raja– cuero. Iba a lanzarse sobre él corno un ti– gre de aquellas montañas sobre el descuida_ do cabrifillo, cua,?-do vio Canuto estupefacfo, salfar de una qU1ebra que hacían las rocas en la parte opuesta, a cuatro hombres arma– dos de machetes, que cayeron sobre el des– prev€inido viajero. Apenas tuvo tiempo Del– gado para o~ultarse .detrás dO; una peña, des– de dunde, Sln ser VIsto, podla presenciar la terrible escena de que iba a ser featro sin du– da, aquel agreste y solifario sitio de la mOn– taña del Gallinero.

El barbero corrió a su silla de monfar y foman.do un cuchillo que llevaba, se puso ~n

guardla. La lucha fue obstinada, y aunque tan desigual, sostenido por Rajacuero con la desesperación del que pelea por su vida.

Canufo comprendió que aquellos crimi– nales, que aguardaban sin duda a su vícti– m,;" ~ quien. debían haber visto, tenían por pnnc1pal objeto apoderarse del confenido de las alforjas. Su propio interés le aconsejaba salir y ayudar a defender aquel tesoro. Tu– v'? imp,;lso:,! de hacerlo, pero reflexionó y se dIJO. a Sl mIsmo que un hombre solo y desar– mado no podía ser de auxilio alguno al ata– cado, y que si él se presentaba en la lucha serían dos las vícfimas y no una. Resolvió' pues, ayudar a Rajacuero desde su escondií~

con sus fervientes votos, los que por desgra– cia no podían serle de mucha utilidad.

Pocos minutos antes, don Canuto habría dado cualquier cosa por estrangular a Raja– . quer'?" ah",ra deseaba ardientemente verlo sa– .lir sano y salvo y sobre iodo con' las alforjas infacfas, de aquel terrible lance. .

.. 1'\0 sucedió así por desgracia. El valor del barbero no bastó conira aquellos cuatro

.~alh",c!",o:es .. Hirió. a dos de ellos, pero al

fin cayo Sln v1da baJO los golpes de los asesi– nos. Contaron ésfos el dinero que contenía las alforjas y se lo dividieron, llevándose también el caballo y la montura. Canufo presenció la operación llorando a lágrima viva. Veía desaparecer aquellos doscientos pesos por los cuales había abandonado pa– tria y hogar, cruzado tierras y surcado ma– res. Se despidió de ellos con la mayor fer– nura, y cuando se alejaron los ladrones, se acercó al cadáver y fuvo valor para registrar– le los bolsillos, donde encontró unos veirtíe reales, que trasladó a los suyos, diciendo con voz enfrecoriada por los sollozos: . ,-Del lobo un pelo.

He ahí la oración fúnebre que el desco– razonado esclavo de don Dinero pronunció sobre el cadáver, aun caliente, de su antiguo amigo.

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