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pagar pasaje. La casualidad o su fortuna le sirvió a pedir de boca en aquel apuro. Su– cedió que el individuo que desempeñaba el oficio de fogonero, se enfermó en la travesía de Panamá a Puntarenas y andaban buscan– do una persona que quisiera sustituirlo. La

ocupación era recia; pero nada asusiaba a

don C¡nuto cuando Se trataba de ganar di– nero. ,Se ofreció, fue admitido, y alimentó los hornillos del vapor desde Puntarenas a Amapala.

Deserhbarcó llevando el bolsillo regular– mente provisto y el corazón contento, en cuanto podía en su situación. Felicidad com– pleta no la habría para él, mientras no atra– pase a Hajacuero y le hiciera soHar el úHi– mo centavo de lo que lE¡, debía.

Dispuso marchar a Tegucigalpa sin pér– dida de tiempo. Pero, ¿y el gasto? ¿Cómo haría para excusarlo? El engaño de la clere– cía no' había de tener éxito ya. Reflexionó. Cavó y cavó en la profunda mina de su ima– ginaciqm y al fin dio con la veta.

--peré médico -se dijo-, curaré o ma– taré gente, recibiré lo que me den, y ¡ade– lante!

Desde aquel momento, don Canuto Del– gado fue para todos un estudiante de rnedi– cina que se había visto obligado a abando– nar su patria por un disgusto de familia, cuando ya iba a obtener el grado de docior.

Desde que tocó en Honduras comenzó a ejercer la profesión, recetando aguas cocidas

o sin coc~r, ungüentos, sal1grías, pediluvios!

suministrando píldoras de miga de pan, pol– vo de ladrillo en papelitos, !y sobre todo mu– chas lavativas y de todas crases.

Le daban tortillas, frijoles, y cuando el paciente era acomodado, no perdonaba el

Pl'SO de la visita. YO·.no sé cómo vino a ser que don Canuto alcatl;zó gran fama de sabio médico en aquel viaje. Contaban maravi– llas de suS curaciones. ,.:Al$baban sobre todo. los polvos colorados (de ladrillo), que ha– cían prodigios, un caldo d;'gallo negro gon que había salvado a un agonizante y la be–

bida de "las siete sedas", que consistía en un

poco de agua caliente, con siete hilachas de seda de diversos colores, con ra cual había

resucitado a un niño muerto.

Ejerciendo así la profesión por los pue– blos, llegó a Tegucigalpa, donde lo esperaba un nuevo desengaño semejante a los muchos que había sufrido en aquel viaje. Supo, a no dudarlo, que Rajacuero había estado en la ciudad, abierto su barbería que llamó la atención y tuvo parroquianos, pero que tres días antes, sin saberse por qué, había vendi– do los pocos muebles que tenía y marchádo–

se a Gracias.

Allá tuvo que dirigirse también don Ca– nuto, representando la comedia del "Docior imaginario", que yo escribiría si fuera Mo– liére o cosa parecida. En cuanto al resuHa– do, debo decir en conciencia que de los en– fermos que se pusieron en sus manos, unos

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A bordo de fogonero y en tierra

"Doctor Imaginario"

Don Canuto Del– gado no es el prime– ro que ha corrido ni será el último que corta en busca de un objeto que no podrá alca,p-zar. To– dos cuantoa vivimos en este mtihdo fan– tástico, vamos per– siguiendo alguna sombra impalpable que Sé nos escapa y s'" desvanece cuando ya vamos a tocarla. Pre– guntad a los conquistadores, a los polificos, a 16s sabios, a los COdiciosos, a los enamora– dos, y si son sincerOS os confesarán que cada cual escucha una voz misteriosa que le grifa.

",Marcha, marcha!"; y obedeciendo a esa or–

den del destino, sigue en pos de una quimera que se va y lo deja, como se va el barbero de esta historia, dejando siempre burlado a su perseguidor.

Si don Canuto hubiera sido filósofo, se habría consolado probablemente con esa re– flexión, pero era simplemente esclavo de don Dinero y rabiaba al ver que al amo a quien servía y a quien trataba de alcanzar, se le eS– capaba cada vez que creía llegar a él.

Obedeciendo a la ley de su destino, cuan– do fue tiempo de que llegara al puerto el va– por que debía llevarlo a Amapala, Se rnar– chó de San José con el salario íntegro que había ganado como sirviente del hotel. A Puntarenas llegó al mismo tiempo casi que el vapor, y desde luego se dio a pensar cómo se gobernaría para que lo llevaran sin

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tas, lo acusan de andar metido en un plan de revolución, lo buscan, se esconde, lo atra– pan y lo mandan a Puntarenas, donde se ha– brá embarcado ya.

-Entonces yo debo haberme cruzado con él én él camino -dijo Canuto-, pues acabo de llégar del puerto.

-Así deberá ser -replicó Tijerino, y si– guió tranquilamente su interrumpida opera–

ción.

-¿Y no dijo -preguntó Canuto-, dón– de pensaba estableCérse?

-Sí, va a desembarcar en Amapala y de allí a Tegucigalpa, donde se propone abrir tienda.

-Es decir que tengo que emprenderla para Honduras, -exclamó Delgado, llorando de ira-o Pero todos estos pasos y gastos han de costarle un ojo de la cara.

Dicho esto se marchó y fué a acomodarse como criado de un hotel, por los días que de– bían pasar hasta que regresara el vapor de Panamá.

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