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A LA BARBERIA NUEVA RAJACUERO, TIJERINO y CIA.

barberos había en la ciudad. Le contestó que se contaban cuatro o seis del país, y que uno de Guatemala que había estado allá cerca de dos semanas, cababa de marcharse para Co– rinto donde habría tomado ya el vapor para Puntarenas. Nueva desesperación del des– venturado Canuto.

-¡Al;t Costa Rica! -decía-; ¡tendré que ir hasta Costa Rica!

Por fortuna suya no iuvo que hacer el viaje por tierra. Había en la ciudad un ca– ballero ciego que iba a San José en busca de un acreditado oculista para hacerse batir las cataratas. El cura recomendó a Canuto para que fuera sirviendo al ciego, y fue aceptado, pagándole el pasaje y abonándole doce rea– les de salario por el viaje. No Se habló de ropa limpia, porque dijo Canuto que no la necesitaba.

Tomaron el vapor en Corinto; llegaron felizmente a Puniarenas y luego a la capital de la República. Delgado iba leyendo con atención las :muestras de las tiendas en la ca– lle de la entrada. De repente Se paró. Se restregó los ojos; temía ser vícti",a de una ilusión. Sobre una puería de tienda estaba un tarjetón pintado de azul y sobre él escrito 10 siguiente en grandes letras doradas:

Costa Rica

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Y A Nicaragua

Dejó Canuto al ciego plantaqo en medio de la calle y de un salio llegó a la puería de la tienda. Allí estaba su hombre. Vuelto de espaldas a la puería se ocupaba en tras– quilar a un prójimo. Canuto se lanzó sobre él y lo agarró por el cuello, gritando:

-Al fin te cogí, infame Raj~cuero. De-Sin dar las vuélveme lo que es mío, ladrón de camino gracias, sin vol- real, si no quieres que te esirangule ahora

ver a mirar si- mismo.

quiera a la per- El sujeto insultado y agarrado se volvió sana que bon- a mirar a quien tan mallo trataba. Canuto dadosamente le cambió colores. El barbero era un viejecillo había impedido que se parecía a Rajacuero como un huevo a el ha c e r un una gallina, y dijo con mucha calma: enorme dispa- -Este hombre está borracho, o es loco. rate, don Canu- -Borracho no -replicó Canuto-; loco to Delgado, 110- quizá, porque tal me está poniendo la mala randa de rabia, pasada que me ha hecho un pícaro cuyo ape– se dirigió a la población y volvió a tomar el llido está escrito con todas sus letras en la camino de San Miguel. muestra de esta tienda. Dispense usted, mi

Cuando llegó a la ciudad Se había tran- amigo, que por un error muy natural, me quilizado algún tanto y formado la resolu- haya propasado un poco con usted, y si es ción de seguir a Nicaragua por tierra, con la cristiano, dígame dónde se ha metido ese in– esperanza de que allá se fijaría al fin el in- fame Rajacuero, que el diablo cargue con él, constante y andariego barbero y que fuese siempre que antes me pague lo que me debe. aquella República el término de su penosa -El sujeto por quien usted pregunt~

peregrinación. -replicó el viejecillo-, es, o por mejor dl-

Calculaba que en todas paríes donde fue- cho, ha sido mi compañero hasta antes de ra hay curas, y contando con este recurso pro- ayer. Yo soy Diego Tijerino, para servir a

< videncial, emprendió heroicamente aquella usted. Hice compañía con el maestro Teodo, larga jornada. Al cabo de no sé cuantos días ro Rajacuero; el negocio iba muy bien; pero llegó a León y lo primero que hizo fue pre- fíjese que mi socio da en componedor del guntar al cura en cuya casa se hospedó, qué mundo. Critica, murmura, concurre a jun-

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estado allí efectivamente un barbero tal co– mo el que buscaba; pero que pocas horas an– tes había salido para La Unión, con el objeto de tomar el vapor que debía tocar al siguien– te día en el puerío y seguir a Corinto.

-Si camino de prisa lo atrapo -se dijo Canuto, y apretó el paso.

Llegó al puerío a otro día entre oscuro y claro. El vapor estaba próximo a partir. Un bote atestado de pasajeros atracaba al costado del buque. Comenzaron a trepar por la escalera.

-¡Ahl ¡Eh! ¡Ih! ¡Oh! ¡Uh!

Tales fueron las exclamaciones en que prorrumpió Delgado al observar al cuario pasajero, que subía con unas alforjas al hombro. ¡Era Rajacuero!

-¡Allá voy! -gJ;'itó Canuto-, ¡aguárden– me! Aunque me arruine, ¡doy dos pesos por– que me aguarden!

En aquel momento resonó un cañonazo. Una espesa columna de humo que salía de la chimenea se elevaba en espiral y se deshacía en la atmósfera serena. El vapor se movía ya y un ITlomento después hendía las olas ITlás veloz que el pájaro marino. Canuto con un ITlovimiento irreflexivo e impelido por aquella voz interior que le gritaba: "¡Mar–

cha!", quiso arrojarse al mar; pero una mano

caritativa lo agarró por la capa y lo detuvo. El alado ITlonstruo Se perdía en la distancia y no se veía ITlás que el surco luminoso que trazaba sobre la tranquila superficie de las aguas.

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