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A San Salvador por la costa

La del alba seria (corno dijo Cervan– tes), cuando volvió en sí el perseguidor de Rajacuero. L a s parleras avecillas co– menzaban a saludar con sus arpadas len– guas 1 a s primeras vislumbres del na– ciente Febo, que sobre las parduzcas torres del viejo campanario de la iglesia se refleja– ban. Don Canuto Delgado, que no estaba de

hUrrLor para recrearse con pajarillos, ni para admirar crepúsculos, agarró un grueso bas–

tón que en el camino se había proporciona– do, y buscó la salida del pueblo, por el rum– bo que guía hacia Patzún.

Se detuvo delante de una casa de las úl– timas de la población, a cuya puerta estaba una vieja desgranando maíz para unos puer–

cos, cuyos sordos gruñidos contrastaban de–

sagradablemente con los gorjeos de las men– cionadas avecillas. Le hizo don Canuto la acostumbrada pregunta respedo al hombre de la mula y las alforjas, a la que contestó la de los puercos:

-Por tantito se juntan. Hará una hora larga que estuvo parado donde está su mer– ced, tornando un trago que le vendí sólo por ser él, que no ha de ir a contárselo a la po–

licía, y siguió su camino. Dijo que iba a co–

mer a Sololá, a dormir a Totonicapán, y que mañana, primero Dios, llegará a Ouezalte– nango. y usted, ¿no gusta de hacer la ma– ñanita?

Sin hacer caso de la invitación, por no

gastar un medio real, determinó Canuto se– guir adelante, por el itinerario que el mis– mo fugitivo había trazado, a 10 que decía aquella vieja porqueriza y clandestina. Pe–

ro en aquel momento se presentó a su ima– ginación una cuesÍÍón grave. Las provisio~

nes que sacó de la casa de la Malabrigo esta– ban casi agotadas. Verdad es que había cuidado al salir, de ponerse algunos reales en el bolsillo; pero al hacerlo, juró solemnemen– te no gastarlos, sino cuando ya no hubiese recurso humano a qué apelar para vivir a costo de los demás. Se puso, pues, a buscar medios de cumplir aquel juramento; y corno el hombre era fecundo en expedientes, pron– to encontró el medio de no desatar el nudo. -Viviré --se dijo a sí mismo-, sobre la iglesia; esto es, al llegar a cualquier pueblo, me iré derecho a la casa parroquial, diré al cura que soy un pobre estudiante, que voy a ordenarme a Chiapas, y muy inhumano ha de ser, si no me da la posada y la comida sin que yo 10 pague.

Como 10 dijo 10 hizo. Almorzó en Pat– zún a costo del cura; comió en Sololá ídem;

se alojó y cenó én Totonicapán, ídem per ídem. En todas paríes, al oír la historia que contaba y que él sabía presentar con toda la apariencia de la verdad, tenía el novicio abiería la despensa de los curas. Además, cuidó de informarse en aquellas poblaciones del hombre de la mula y las alforjas, y en todas le dijeron que acababa de pasar.

Mas, como por mucho que ande un pe– destre que no está habituado a largas cami– natas, debe quedarse bastante atrás del que lleva la delantera, montado en una buena bestia; sucedió que don Canuto llegó a Oue– zaltenango dos días después del de la mula. Perdió otro día en hacer investigaciones, y por último, tuvo la grandísima pena de oír que el barbero chapín no había estado más que un día en la ciudad, y pareciéndole que no haría negocio, se había marchado hacia Mazatenango.

Allá fué también Delgado en pos de Ra– jacuero, y cuando llegó a la población, supo que el barbero tan viajero, descontento del lugar iba ya con dir·ección a El Salvador por la costa. Le siguió el incansable don Canu– to. Llegó a Sonsonate, y allí le informaron que tres días antes había pasado un sujeto corno el que él describía, y que iba a la capi– tal de la República.

Delgado fué también a San Salvador; se hospedó en casa dé un cura, corno de costum– bre, merced a la estratagema de la clerecía, y después de comer, preguntó con aire dis– traído, si no estaría por casualidad en la po– blación un barberito paisano suyo que había salido con dirección a aquella tierra.

-Me alegraría -añadió-, de encon– irarlo; porque tiene la mano más suave de

este Inundo para sacar muelas, y a InÍ Ine

dan muy malas noches los colmillos.

Le contestó el cura que estaba allí un maestrito nuevo, cuya tienda se había abier– to dos días antes y que creía que se apellida– ba Rompecuero.

-Rajacuero -gritó Canuto, que vió el cielo abierío-; ¡él es, él es!; voy ahora mis·

mo a que me saque los colmillos -(o a sa– cárselos yo a él)-, añadió en voz baja, y sa– lió corriendo, dejando al cura con la idea de que debía ser muy agudo el dolor de colmi– llos de aquel pobre estudiante de teología.

Al primer sujeto que encontró, pidió se– ñas de la barberia nueva. Se le dijo que es– taba en la calle principal, a media cuadra de

la plaza, a la derecha; y sin oír lTLás, corrió

allá.

¡Oh dolor! La tienda estaba cerrada. Se informó en las vecindades y supo que el con– denado barbero se había marchado aquella mañana muy temprano para San Miguel.

Don Canuto no vacilió. Se echó al hom– bro la capa raída, se apoyó en el bastón y ca–

minó. Nuevo judío errante, creía escuchar una voz que le grifaba: "¡Marcha, marcha!" i

y no le consentía un instante de reposo.

Al llegar a San Miguel, supo que había

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