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da, callejón por callejón; y visto que no daba con el barbero, resolvió andar la República

enfera, si fuera necesario; y si no daba con

él, hasta encontrar al infame, cruel, desagra– decido, que le había chupado su más precio– sa sustancia.

Diremos c6mo llevó Canuto a cabo esa determinaCión y 10 que le sucedió en sus viajes.

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Peregrinación en busca de

Teodoro Rajacuero

Pensativo se que– d6 el bueno de don Canuto Delgado durante un cuario de hora en la es– quina de la calle donde estaba si– tuada la casa de doña Tomasa Ma– labrigo, dudando hacia cuál de los cuatro vientos dirigiría su excursión.

Puesto el sombrero del tío clérigo, echa– da al hombro la capa que fue manieo, volvi6 a tocarse el pecho por la centésima vez en aquel día, a fin de asegurarse de que estaba allí la llavecita de la caja de hierro. El cui– dado por aquel adorno había aumentado mu– cho desde que guardaba, además del nume– rario, los pagarés extendidos por las perso– nas a quienes el banquero había suministra– do fondos. El único documento que llevaba consigo don Canuio, era la escritura que le había dado Rajacuero, y que debía servirle para cobrarle d6nde y cuándo lo hallara.

Al despedirse de doña Tomasa y de sus compañeros de posada, les dijo Delgado que iba a hacer una temporada de salud, por po– cos días, a un pueblo de las inmediaciones. Que hacía el viaje a pie, porque los caballos de alquiler, con ser tales, estaba dicho que eran malos, y que a las diligencias, le alza– ba pelo, por los accidentes que sucedían en ellas con frecuencia.

Pendiente del brazo izquierdo llevaba una bolsa con vituallas, y sin más prevención se dispuso a emprender la caminata.

Después de vacilar un rato, resolvi6 nues– tro héroe tornar el camino de la Antigua. Cualquiera dirá que don Canuto Delgado se condujo como un tonto al tornar ese camino, sin tener el menor dato de que hacia allá hu– biese volado el pájaro; y tal vez ese cual– quiera tendrá razón al decirlo. Pero como en este mundo nadie sabe las reglas ocultas que gobiernan eso que llaman casualidad, no se podrá explicar satisfactoriamente có– mo fue que don Canuto acerió a elegir el rumbo que llevaba el sujeto cuya pista se– guía. A veces estoy tentado a creer que exis-

te un fluído que nos conduce hacia una per– sona a quien buscamos, exceptuando, por s':'-– puesto, los infinitos casoS en que nos I:ace lr

en una dirección en!eram.ente contrarIa.

Pero aquella vez el fluído, o lo que sea, dio en el clavo; pues en Mixco supo don Ca–

nuto, por un conocido con quien "topó", que

hacía dos horas había pasado por aquel pue– blo el consabido barbero, caballero en una huena mula y atadas a la grupa unas alfor– jas que parecían contener cosa pesada.

-Lo que ese hombre lleva en las ,;,lfor– jas -exclam6 Delgado-, es carne de ITIl car– ne y hueso de mis huesos; y sin perder tiem– po continuó su marcha.

llegó a la Antigua y se detuvo a la puer– ta de un mesón, donde pregunt6 al mesonero si no había visío pasar a un ~ombre monta– do en una buena mula y con un par de al– forjas a la grupa.

-¿Cómo es? -pregunt6 el mesonero, que debía ser un gran socarr6n, corno la ma– yor parie de los de su oficio-o ¿No es uno alto y flaco?

-Así es -contestó Canuto. -¿Trigueño? -Un poco.

-¿En una mula grande, de dos colores? -Supongo que sí.

_y las alforjas, ¿no son de esas de pita, que

-y bien, sí; ¿le ha visto usted? -inte– rrumpió Delgado, ya impaciente.

-Pues señor -dijo el mesonero, rascán– dose la cabeza y como dudando-; para no mentir, no le he visto.

Se daba al diablo don Canuto e iba a emprenderla con aquel pícaro, cuando inter– vino otro sujeto que estaba en el zaguán de la casa y había escuchado la plática.

-La persona -dijo-, por quien pre– gunta este chancletudo (y no era poco exacto el epíteto) pas6 hará unas tres horas y cogió el carnina de Chimaltenango.

-¿Está usted seguro? -preguntó Del. gado. .

-Tan cierio -replicó el otro-, como que le hablé y le ayudé a amarrar unas al· forjas llenas de pesos que llevaba a las ano cas de la mula y que ya se le iban a caer.

Don Canuto se puso pálido, luego rojo, y después verde, al considerar que su dinero (pues por tallo tenía ya), había est,;-do ": punto de perderse. Sin aguardar mas, r;l

despedirse de aquella gente honrada, conti– nu6 su marcha; pero por más que apretó el paso, no pudo llegar a Chimalfenango antes de las nueve.

El pueblo estaba desierio. Ni una alma a quién preguntar por el hombre de la mula y las alforjas. El infeliz estaba medio muer– to de hambre y de fatiga. Consumió parle de las provisiones que llevaba en la bolsa, Y tendiendo el ex-manteo bajo el alero de ur;a

ó casa, con el sombrero por almohada, durIYU de una pieza durante siete horas.

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