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« Previous Page Table of Contents Next Page »escritura y que le perdonara generosamente aquellos doce pesos cuatro reales.
En aquellos mismos días ocurrió un su– ceso que no debo pasar en silencio, por es– tar enlazado con la historia de la vida de mi héroe.
Sucedió que habiéndose establecido el
"Diario de Centro Atnérica", don Canuto, sea
que le llamara la atención la parte de anun– cios, por ver si se ofrecia alguna ganga, o por novedad, tuvo la idea de suscribirse al periódico. Pero entre tener esta idea y for– mar el propósito de pagar la suscripción, hay una enorme distancia. Delgado quería leer el "Diario" sin pagar, y este problema lo lle– gó a resolver de una manera que haría ho– nor al más hábil financiero.
Los huéspedes de doña Tomasa eran ocho, contando con don Canuto, y corno to– dos tenían igual deseo de leer el "Diario", les propuso formar una compañía para com– prarlo. El proyecto pareció bueno y en dos horas se suscribió el capital, que ascendía a la respetable suma de un duro, para cubrir la suscripción del primer mes.
Pero aquel real mensual que tenía que pagar era una espina atravesada en el cora– zÓn sensible de don Canuto, y se echó a pen– sar cómo evitaría el gasto. ¡Escuchad voso– tros todos los que tenéis necesidad de encon–
±rar un recurso suprerrto para salvar una si–
tuación difícil. Canuto propuso a los demás huéspedes que leyeran todos el papal y se lo entregaran cuando lo hubiesen concluído, pues le gustaba, dijo, saborearlo muy despa– cio. La idea fue aceptada. Los siete com– pañeros de Delgado leían el periódico uno tras otro, desde las seis de la tarde hasta las ocho de la mañana del siguiente día, y no entregaban a don Canuto. Este lo despacha– ba en veinte minutos y lo pasaba a cierto barberito llamado Teodoro Rajacuero, que había convenido en recibirlo a esa hora, que era la de abrir la tienda, y pagar la suscrip– ción a Delgado, que de esta manera realizó
su proyecto de leer "graiis".
Las relaciones entre don Canuto y aquel barbero eran antiguas. Habían sido compa– ñeros de escuela, y Delgado tomó cariño a Rajacl.\ero, porque le pareció muchacho tra– bajador, activo y económico. Cuando abrió su barbería en un barrio de la ciudad, Canu– to se declaró protector del establecimiento y ayudó mucho al nuevo barbero, celebrando la suavidad de su mano, lo bien afilado de sus navajas, y la limpieza de cepillos, peines y toallas. Este fue el gesto que hizo por en– tonces el generoso capitalista en favor de su antiguo condiscípulo.
El oficio comenzó a correr y Rajacuero reunió algunos reales, lo que no se ocultó al ojo perspicaz de don Canuto, que olía a don Dinero, aunque estuviera a cien leguas y ocul– to en las entrañas de la tierra. Desde que
vio "fondeado" a su antiguo amigo, se le
mostró más adicto, y un día que los senti– mientos magnánimos no le cabían ya dentro del pecho prorrumpió en el siguiente dis–
curso:
-Amigo Rajacuero: ya has visto cómo con la ayuda de Dios y la rnia tu estableci– miento barberil ha ido prosperando y se ha hecho famoso en el barrio. Debes este re– sultado a mi protección y a tu trabajo; pero es necesario que no duermas sobre tus lau– reles. En el siglo en que vivimos, el que ade– lante no mira, atrás se queda. Debes pen– sar en ensanchar el negocio, establecerte en un punto central de la ciudad, adornar la tienda, comprar buenos útiles, en una pala– bra, ponerte a la altura de tus compañeros, y así harás fortuna. Con tus ahorros y algo que yo pueda, en mi pobreza, proporcionar– te, pagarás los gastos del nuevo taller. Por mi parte no te pido gran cosa por el nuevo servicio qúe voy a prestarte. Me contento con tu gratitud y .. , las dos terceras partes de las utilidades.
Rajacuero abrió desmesuradamente los ojos y la boca al bír la generosa propuesta de don Canuto. Su primer impulso fue echar– lo fuera de su tienda. El segundo fue me– nOs enérgico. Reflexionó. El tercero lo in– clinó a aceptar. Continuó reflexionando y
el cuarto acabó de decidirlo. Hizo sus cálcu– los, formó su presupuesto, que montaba a trescientos veintinueve pesos siete reales, de los que debería prestar don Canuto los dos– cientos y el resto se cubriría con los ahorros de Rajacuero.
Ocho días después, el nuevo estableci– miento estaba abierto. Delgado se instaló en la tienda y llevaba una cuenta exacta de los que llegaban a afeitarse, a cortarse el pe– lo, o a sacarse muelas. El producto era bue– no. Canuto se restregaba las manos cuan– do, al volver a su casa por la noche, contaba las ganancias del día.
Pero es condición de las cosas humanas el estar sujetas a mudanza. Antes de que se cumpliera un mes desde que se había abierto el establecimiento de Rajacuero, amaneció una mañana en el lado opuesto de la calle otra barbería de un italiano que ofreció, en
un anuncio que circuló, hacer maravillas con
cabellos y barbas. Todos los clientes acu– dieron al nuevo taller, y el de Rajacuero no veía ya entrar por sus puertas síno a uno u otro descendiente de los antiguos señores del país, que se afeitan y cortan el pelo por mi– tad de precio.
Delgado estaba medio muerto de pena; pero el desventurado debía agotar hasta las heces el cáliz del dolor. Un día llegó a la tienda a las ocho de la mañana como de cos– tumbre y le llamó la atención el ver la puer– ta cerrada. Empujó, Se abrió, y encontró la pieza vacía. Dió voces, gritó que lo habían robado, asesinado, estaba medio loco. En tres días casi no comió ni durmió. Recorrió la ciudad calle por calle, avenida por aveni-
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