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Ouiso la desgracia que un día que ha– blaba Matraca en su oficina con doña Lugar– da Ouintañona y que Canuto tenía los pan– talones donde acostumbraba, le mandó el Licenciado a que fuese a la pieza inmediata a buscarle sus anteojos, que había olvidado. El mozo no se movía. Matraca repifió la Or– den, y fue necesario obedecer. Se puso en pie. Doña Lugarda vió, lanzó un grifo y ca– yó desmayada en brazos de Matraca. Ca– nuto huyó con los pantalones en la mano y no volvió jamás.
Habia estado tres meses al servicio del Licenciado. Liquidado sus cuentas, resultó que había ganado 25 pesos de sueldo y 45 de "caídos". Esa cantidad fue a acompañar a los 3,000 en el (jofre-fuerte de don Canuto Delgado.
Viéndose sin ein– pleo, comenzó don Canuto a pensar cómo haría para ganar algún dine– ro. Después de mucho reflexionar, resolvió dedicarse a los negocios de banca, dando so– bre prendas o con otras buenas segu– ridades, al moderado interés de un real por peso.
No le faltaron clientes. Un pobrete que andaba cierio día apuradísíino y a punto de ahorcarse por cien duros, se dirigió a don Ca– nuto, qUe le conocía muy bien. Le pidió la cántida.d por nueVe meses y le presentó en garantía la. escritura de unacasifa que valía dos mil.
-Por servirte -le dijo Delgado~ haré el negocio, pero ya sabes el interés que ca" bro, y que además lo descuento íntegro de la cantidad que doy.
El necesitado se puso de acuerdo con to– do, con tal de recibir el dinero. Canuto abrió la caja con muchas precauciones, puso los cien duros sobre SU cama y comenzó la ope– ración del descuento, a su manera.
-Esto es por el primer mes -decia-, y separa.ba una cantidad. Esto por el se– gundo, y separaba otra; esto por el tercero, y así sucesivamente. Cuando llegó a contar el noveno mes, los cien duros estaban COn– cluidos y faltaban doce pesos cuatro re!ll'es para completar el capital.
-Hombre, a ver -dijo Canuto-, eS co' mo que sales debiéndome; y repifió la ope–
ración.
No había duda. El pobrete quedaba endeudado. Trabajo le costó arrancarle la
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Por introducir al cliente cuan– do el Licenciado duerme la siesta . . . . . . . . . . .., . . . 4 rs. Por copiar un alegato 6 rs. Por poner un expediente a la
vista ... .. .. ... ... 2 rs. Por hablar a la 'niña' a quien visifa el Licenciado e intere-sarle en favor del cliente .. 4 rs. Por convencer al Licenciado no se encargue de defender también a la parte contra-ria . , $10.
Por ese estilo eran los demás artículos de aquella justa y moderada tarifa. Con el patrón era otra cosa. Delgado no hacía más qUé huriarle al descuido algunas hojas de papel sellado, y decía que las habían comi– do los ratones, los cortaplumas, la tinta y la arenilla, y como de estos pequeños robos no podía culpar a los ratones, decía que debían andar duendes en la casa. Matraca sabía que el ratón y el duende eran su escribiente, pero se lo disimulaba, porque el mozo era listo y el salario cómodo.
Canuto había tomado la idea de poner– se una especie de mangas de cuero para no gastar las de su saco en la oficina, y a fin de que los pantalones no se le usaran con el ro– ce de la silla, se acostumbró a bajárselos al sentarse a escribir. Esto hacía, decía él, por el calor, y cuando entraba alguna dama de las clientes del Licenciado, el púdico joven se cubría bonifamente con la carpeta de la
lUesa.
Conservar no es bastante. Es ne– cesario adquirir. Pariiendo de es– t o s luminosos principios de eco–
norrúa política,
determinó Canuto ocuparse seria– mente en la ope– ración de convertir las blancas en amarillas. Se acomodó como escribiente de un abogado famoso, el Licenciado Mairaca, que le ofre– ció ocho pesos mensuales de sueldo y "uñas libres". Esto quería decir (al menos así lo entendió Canuto) que podía desplumar a los clientes, si se dejaban, y a su mismo patrón, si se dormía él.
Delgado no era tonto. Formó una tari– fa que decía cuánto cobraba por prestar cier– tos servicios a los clientes. Aquí sigue una muestra de los precios:
muchacho de veinte años, y que el protago– nista de la novela promete.
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Como escribiente del Lic. Matraca
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