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« Previous Page Table of Contents Next Page »La ±area de dirigir con seguridad las ±ro· zas hasta el mar comienza ahora. Como se advierte en todas partes, hay varios "Chiflo– nes" o rápidos en el Guayape, abajo de la boca del Guayambre. En época de las aguas crecidas éstos se salvan con seguridad por las balsas de caoba, y me aseguró el señor Ocam– po que raramente ha perdido una troza en!re las miles que ha confiado a la corriente. Son atendidas por algunos de las cuadrillas en pipan±es, generalmen±e de árboles de cedro o de "ceiba" ahuecados.
Una vez que llegan al río, las ±rozas Son arrojadas en és!e y si el embarcadero es!á en cualquiera de los ±ribu±arios del Guaya· pe se las deja que las lleve la corrien±e a un punto cerca de una legua arriba de su unión con el Guayape. Se colocan tapones de ce· dro o de pino a cada extremo de las trozas, anies de ser arrojadas al río, para que las ayude a flotar. Las primeras lluvias hacen crecer los ríos, a tal grado que pareciera ha– ber escasa salida para las aguas ±urbias que caen en ellos de los bramadores afluentes de la montaña.
Cuando las puyas, que a cada chuzazo le sacan sangre, no logran levantar al ani. mal cansado, se desenyuga éste y se le re. emplaza por o±ro del corral y el animal in. capacitado es des±inado a dar su carne para el consumo del siguien±e día. La vacilan!e llama de las an±orchas arroja un extraño res. plandor sobre la escena, alumbrando las ate. zadas y macilentas caras de los hombres, pe. ne±rando por los pasadizos gó±icos de los obscuros bosques y derramando una luz ro– jiza sobre los rudos implemen±os, pechos y
brazos desnudos y ves±idos grotescos de los trabajadores.
En ±ales ocasiones el grifo de los condue– ±ores y el pesado roce de las ras±ras, hacen eco al moverse len±amente a través de la I\1a. raña de la selva. Los bueyes van precedi. dos de muchachos que llevan en la mano ha. chones de acote para alumbrar los caminos que, de otro modo, serían de una obscuridad de ±umba; porque hasia al mediodía, los ra. yos del sol apenas si pene±ran en es±as espe. suras silenciosas por las cuales los conducto. res a veces gas±an iodo un día para recorrer una milla y el ±erreno es casi impene±rabl e por la alfombra que lo cubre de enredaderas y apre±adas malezas. Mien±ras la procesión avanza lentamente, los bueyes, ocho yuntas
para una rastra, a menudo caen al suelo, o
se fracturan en los huecos profundos del ca.
rrLÍno.
Es±a embarcación de río varía en±re vein– ±e y cuaren±a pies de longi±ud por cua±ro o
cinco de anchura, poco más o menos. LoS
ex±remos son levan±ados y pun±iagudos. En la popa se extienden varias costillas semio ir -
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Después de las primeras lluvias, que du–
ran por 10 común una semana, los caminos,
no importando lo bien que hayan sido cons– ±ruidos, se vuelven in±ransi±ables. La adver– ±encia de las neblinas espesas y la presencia de grandes nubes cargadas son seguras indi– caciones, para los cor±adores de caoba, de que una ±ormen±a se aproxima. El ±rabajo es ahora con±inuo, noche y día. Los domin– gos y "días de fiesta", duran±e los cuales su credo ca±ólico no les permi±e laborar, se sa– crifican por la urgencia del caso y se ofrece aguardien±e, raciones y pago dobles, y cua– lesquiera o±ros es±ímulos que parezca ±en±ar a los ±rabajadores. El calor del mediodía en las partes bajas de los ríos no permi±e el ±ra– bajo de jun±ar las ±rozas, excep±o de noche. Las ras±ras son, por consiguien±e, cargadas y pues±as en marcha a una hora que permi±e llegar al río ±emprano por la mañana.
Cuando se han derribado suficien±es ár– boles para ocupar el resto de la temporada en la. aserrada y el corte, se separan en tro– zas de ocho a dieciséis pies de largo; muchos árboles dan cinco, otros no más de dos tro–
zas. Estas se asierran a través de su circun–
ferencia y cuando hay muchas trozas del mismo ±amaño, toda la cuadrilla usa sus fuerzas a fin de colocarlas en las rastras. Las sierras que se emplean para los cortes ±ransversales, corno todos los implementos industriales que se usan en Honduras, son importados de Inglaterra. Después de ha– berse escuadrado para quitarles iodo peso superfluo, las trozas se levan±an por medio de palancas de madera, a un plano inclina– do que está a nivel de la rastra, que es muy resisten±e y permanece a lo largo de las tro– zas. Cuando ya está arriba, la carga eS fá– cilmente rodada y ahora comienza la parte más laboriosa del trabajo. Muy a menudo no se necesi±a la rastra y las ±rozas por se– parado se echan atadas con cadenas en el lecho del río. Deben ser llevadas al embar– cadero antes de que comience la estación de las lluvias, en el mes de Mayo, y si las ope– raciones del corte y aserrío han ±omado más ±iempo del normal, el arrastre Se lleva a ca– bo con gran actividad.
en los ±rópicos no ±iene las ven±ajas de las regiones más ±empladas y que la labor en ellos, en la acepción norteall1ericana del ±ér–
mino, es casi imposible. Esta aseveración es
absurda corno lo demues±ran los cortes de caoba. No solamen±e es±a labor requiere, a ±ravés de ±odas sus fases el esfuerzo muscu– lar más severo, igualando al de los alma– dieros y cor±adores de Penobsco±, sino que en iodo Cen±ro América la fama de los cor– ±adores de caoba, por su fuerza y resis±encia, se han divulgado y es reconocida por iodos. En realidad yo dudo si, en iguales circuns– ±ancias, los mejores leñadores del Norte pue– dan compe±ir con éxi±o con los de Honduras.
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