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das Y marcaban una elevación de veinficin–
ca pies arriba del nivel presente del río, es decir, una profundidad capaz de permitir el pas? d~ vapores corno los que surcan el Mis– SiSS1PPl.
El señor Morano había abierto un hoyo en el cerro, junto al río, del cual había ex– lraído con la ayuda de dos trabajadores, una especie de piedra roja y suave en la que es– laban contenidas partículas de oro. Yo ad– miré tal muestra de energía, pero rápida– mente rne dijo: ",Yo soy guatemalteco, se– ñor; los olanchanos escasamente podrían
construir, creo, una máquina como ésta!".
Yo no hubiera cambiado su perorata por el producio de una semana de trabajo con su
miserable armatoste de rocas, ±iras de cuero
y lroncos; El p~día, dijo, moler poco ,;"ás o
men.oS, CInco qUIntales de rocaS por dla, de
lo cual a veces sacaba de dos a cinco dóla–
res de oro, y, a veces, nada, nadita. Nunca
había usado el azogue y, por lo general, re– ducía las rocas pulverizadas por el proceso corriente del lavado en bateas. Tenía mu– chos deseos de que me quedara y examinara la región de aquella vecindad y "sobre to–
do", me dijo, "no deje de traer su gran em–
presa aquí para que irabaje esta veta". Des– pués partimos y oí maravillosas historias acerca de El Retiro y de su aniigua riqueza.
Pero ví lo suficiente, sin embargo, para convencerme de que, con un molino de cuar–
zo de California, capaz de moler de treinta a cuarenta toneladas de roca por día en re– emplazo del primitivo artefaGio del señor
Morano, a éste, entre otros lugares, un mi–
nero emprendedor podr\a hacérsele produ–
cir una fortuna.
Mi nuevo conocido me prometió tener– me algunas muesiras para mi regreso. Des– pués de un cambio de cigarros y de un cor–
dial "adiós" del señor, entrarnos en el río y
lo vadeamos, con el agua tan profunda que nueslros aninmles nadaron De la orilla Es– le empezamos a subir suavemente por la se–
rranía a Monte Rosa, cuyas laderas están ar– boladas con pinos, cedros, caobas y la varie–
dad corriente de los bosques de Olancho, Fue aquí donde por primera vez vi el boj, qUe se emplea para grabados. El árbol eS alfo, con una corteza brillante, suave y de color amarillo. Se me dijo que en Comaya– gua Un norteamericano había hecho el re– irato del Presidenie Cabañas en boj que en– contró en los valles del Occidente de Hon– duras.
Monle Rosa Se halla a 1.600 pies sobre
el llano de Juticalpa, y desde su cima se ob– tiene la más soberbia vista que se pueda ima– ginar: cadena tras cadena de azules monta– ñas inierceptadas con fajas argenlínas que denolan el curso de los principales ríos, y los llanos de ganado regados como jardines floridos entre ellas. Abajo de nosolros, a de– recha e izquierda. fluyen los ríos Guayape y Jalán, y allá lejos, los quebrados riscos mues– tran dónde aquéllos y el Guayape unen sus aguas hacia el Noreste formando el gran Pa–
tuca, bien pasando a través de extensos va–
lles o colándose entre las gargantas rocosas
de las serranías divisorias.
Descendimos por un camino torluoso, to– nlarnos por el Noreste hacia la hacienda de
San Francisco, distante ocho millas, a donde
llegamos cerca de la puesta del sol, habien– do recorrido desde la mañana, via El Retiro, una distancia de unas veintidós millas. San Francisco pertenece al señor Busiillo y es una de sus varias haciendas. Era ya bastante obscuro cuando llegamos; después de una
cena apresurada, lTIe fue grafo echarme, me– dio dormido, en la hamaca, sin rnoles±anne
por tomar nota de la belleza y rarezas del lugar.
Roberto me despertó temprano de la ma– ñana y después de tomar un baño en el arro– yo que desemboca en el Jalán salimos al "carie", La hacienda queda en la entrada de una densa arboleda tropical, en la que la caoba era el árbol que más abundaba. Las montañas vecinas, densamente pobladas,
eran, como nos informó el mayordomo, lu–
gar famoso por la vainilla. Estas monlañas
consisten de una baja serranía semicircular
que nace de las de Monte Rosa y Carbona– les. Don Apolonio negoció unas pocas cabe· zas de ganado, lo que compensó su desvia– ción al Norte del camino a Corte Sara.
El río Jalán, en el CorÍe Sara, es de volu– men considerable. Corre tranquilo y pro– fundo hacia el Norte, a través de un terreno ondulado y de colinas, y se cruza en "pipan– tes". El ganado bordea el río adonde acude para abrevar. Por varias millas al Norte y
al Oeste, y por una distancia desconocida al Este hacia el C;uayambre, la región es un denso bosque, de donde se obtienen las grandes balsas con caoba y airas maderas preciosas, que se transportan por ese río y el Jalán al Guayape,
Imposible es dar una idea adecuada de la solemne grandeza de estos bosques: la obscuridad los envuelve, aún al mediodía níngún templo erigido por el' arÍe puede igualar la sublimidad inspiradora de sus ar– cos catedralicios ni órgano alguno que pu– diera compelír con los himnos graves del viento vibrando y susurrando entre sus árbo– les añosos. Lianas largas como lazos cuel-
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