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« Previous Page Table of Contents Next Page »proplclarae a la Virgen enriquecían el metal líquido duranle el proceso de la fundición, arrojando en ella polvo y chispas de oro. Cada hacendado en aquella sección del de– partamento daba algo. Hay más de 1 quin– tal de cobre y plata en las cuatro carnpanas, y sin duda alguna, una considerable canií– dad de oro. El cobre fue obtenido en las mi– nas cercanas del valle de Ulúa, pertenecien– tes al General Zelaya. Fue extraído bajo su dirección y enviado a la ciudad con gran ce· remonia durante la fundición. El tono de las campanas es dulce y profundo, denun– ciando con ello la presencia de oro y plata.
Aburrido sería que yo enumerara aquí
las vanas diversiones, reuniones sociales y
aventuras de todas clases para ilustrar el ca– rácter y las costumbres del pueblo, ya que
no sería sino repetición de escenas ya des–
critas. La rutina de mi vida entre estas gen– tes hospitalarias consistía en cmnbiar visitas formales, hacer largas excursiones a caballo por las regiones contiguas a los ríos Guayape y Jalán, escribir, buscar los viejos infolios del departamento, trazar mi mapa, tomar notas, negociar con los Zelaya y hablar so–
bre la emp1~esa e industria de los americanos
del NOlte en todo tiempo y en iodo lugar.
Personas inteligentes se interesaban en mis
proveeros y l'Tl.e insin.uaban más de un camí...
no para llevarlos a una feliz realización. Dondequiera, la hospitalidad bondadosa y
sentilla me esperaba y me sienio incapaci–
tado en este momento para recordar un acto de rudeza O un insulto durante mi visita a Olancho. Solo exceptúo un caso y fue cuan– do un indita que servía en la residencia del General Zelaya en la ciudad, se sinlió inca– paz de resistir a la tentación de coger una navaja de bolsillo que había dejado yo so– bre una mesa. El hurto llegó luego a oídos de Don Francisco; hizo traer al culpable, que llegó temblando, y dándole azotes hizo que le revelara el lugar dónde tenía escondido el objeto q\.le había hurtado. Mi intercesión fue en vano. La hospitalidad del viejo hi– dalgo había sido violada por uno de su casa y nada podría salvar al ofensor de recibir su castigo.
Ya para lerminar la función, el Gene– ral Zelaya arribó a Juticalpa, dejando a su señora en Lepaguare todavía basianie enfer–
ma. Al saber que venía en camino, una pe~
queña comitiva fue a su encuentro. Cuan–
do regresábamos todos a la ciudad, la plaza estaba llena de gente y al verlo se oyó el grito de. "Viva el General Zelaya!", hecho que patentizaba su popularidad. Montaba él un espléndido caballo color negro y reci– bía las felicitaciones de sus amigos. con or– gullo y placer.
En su casa se dió un gran baile la noche siguiente. Todas las personas que pudieron
estuvieron presentes, y después del baile cuando los invitados se habían ido, el Gene' rel suplicó a unos pocos de sus amigos qu.' Se quedaran, y yo luve la buena fortuna de hallarme incluído entre ese número. Se con
e f,:ccionó un gran tazón de ponche de aguar: dlenfe, los vapores del cual pronto subieron a las cabezas de los invitados y la noche
franscurrió entre canciones, música de gui.±a~
rras, relatos de cuentos y holgorios. Una can. ción ocasional en "bárbaro inglés" combina. da con el más fluído y argentino español
servirá para demostrar con cuan poco pued~
ser complacida una audiencia gen±il y aman_ te de la alegIia. En±onces, cualquier error en las palabras de Tom Moore o la meno, clásica irova de los negros, están en estas cir. cuns±ancias exentas de toda crítica. Esíé Se–
guro el lector que si visila el florido Olan.
cho, en Honduras, y canta una canci6n mano
fiene una cara de confianza y rasguea una o
dos cuerdas en la guitarra, tendrá éxi±o y
una amable recepción.
El General Zelaya no era una excepción a la regla del poco a poco de los Hispano Americanos. En Lepaguare habia promeJido traer consigo a Juticalpa los papeles necesa_ rios; en Ju±icalpa insistió que el plácido Le– paguare era el único lugar para concluir un contrato. Cualquier intento para apresurar a un olanchano sería el paso preliminar para destruir cualquier empresa que se tenga en proyeC±o. Una exhibición del apresuramien–
lo yankee o el hacer algo a la carrera, acre– dita frivolidad. Así que, fregué mi impa–
ciencia, nle uní a la diversión y descarté toda
ansiedad en cuanto a la espera de mis ami– gos de los Estados Unidos, y resolví permane cer en Olancho hasta lanío no tuviera mi con· trato firmado, sellado y entregado.
No estaba del todo apesarado por la di– lación, pues echando a un lado el placer ac– ±ual de hallarme en estas encantadoras ne– rras de aliura, yo tenía ansiedad por hacer un viaje a la ciudad indígena de Catacamas, así como por visitar las ruinas de "Olancho Viejo", la primera capiial del departamento, y por hacer una inspección personal de los
"rápidos" que, se decía, existen abajo de la
unión de los ríos Guayape y Guayambre (1). Tenía yo deseo de comprobar si éstos podían ser surcados por vapores de poco calado. Un
día, al oír a una vieja de La Concepción (pe– queña aldea a ocho millas al Suroeste de Ju– iícalpa) que tenía algunos "pocos" de oro, salí con el Padre Buenaven±ura hacia el va– lle de aquel nombre, esperando ver el fama' so llano a través del cual corre el Guayape y.
también para comprar las muesiras del me– lal.
Un lento viaje de dos horas nos condujo
(1) En el Portal del Infiel na
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