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« Previous Page Table of Contents Next Page »do 'f bramando con rabia. Sus contorsiones
'f sus grandes brincos no logran desalojar al diablo a horcajadas sobre sus lomos, cuya vida depende de su propia agilidad y san– gre fría. Exi±a el aplauso de los espectado– res acostándose a todo lo largo en el lomo de la bestia, o golpeándole en la cabeza y
en los cuernos con un pequeño leño que pan
ra ese efecto lleva. Cuando está cansado, el cornúpeta es llevado como antes al cerco,
el muchacho se apea, afros toman su lugar, o el animal es araeado corrtO se acos±un1.bra
en la.s "corridas de foros".
Por la noche el aire eslaba en llamas con los cohetes, buscapies y petardos. Du– rante siete días las festividades continuaron
con carreras 'a cabaHo, procesiones, el ban– queteo durante el día y las danzas y reunio– nes sociales dut-anie la noche. Mis ITlucha–
chos Víctor y Robedo, estuvieron locos de
aleg~ía durante este tiempo. En la sobria
Tegucigalpa 81los nunca habían visto nada igual al alboroto y al esiilo sjn ceremonias de Julicalpa. Ambos hubieran sacrificado
sus sueldos anie la fascinación del llrnon1e"
si yo les hubiera adelantado dinero. Al re– husarrne, los bribones apelaron al ardid y me pidieron dinero para comprar una medi–
cina. Pronio vi a mis caballeros apostando sus monedas en las irresistibles mesas. Los españoles y sus descendientes son tahures de
nacimiento. Heredan la pasión del espíritu aventurero de los viejos "hidalgos".
Mientras observaba las caraS excHadas
de los jugadores duranie la fiesta, vi que uno de la multitud sacó un pedazo de oro y lo apostó en la mesa, ganando un puñado de monedas Este hecho me hizo recordar lan– Jo el "49" y el "50" en California, que casi
me imaginé estar en el famoso El Dorado de
San Francisco o en el Round Tent de Sacra– mento. Observé al n.uchacho hasta que ier–
minó su juego, y luego, llevándole aparie,
le pregunlé dónde había obtenido el ejem– plar que yo había 'lisio. "Cerca del Río Es–
paña", rrte coniestó. "Yo a menudo voy allá cuando no tengo dinero, cavo un día o dos, pero eso de escarbar oro es un negocio pro–
pio de mujeres", añadió con desdén. Le pe– dí que me enseñara el pedazo de oro que había apostado en la mesa de juego, a lo cual él lo sacó con otros pedazos más peque– ños. El más grande tenía poco más o me– nos el tamaño de una nuez de nogal y pesó más de media onza en la balanza de la tien– da del señor Mateo Pavón. Ya había él ven–
~ido otros pedazos a los comerciantes pequ:,; nos de Juticalpa y con todo gusto me camblO los que aún le quedaban por monedas de plata.
Este oro, que yo llevé junio con otras muestras a California, y que desde entonces ha seguido enviándose a Nueva York, era de
una exlrema pureza. Lo mismo puede de– cirse del que se encontró en todo el valle del Guayape. Su color es amarillo canalÍo y só– lo las más pequeñas partículas están brillan– les por el desgaste. Los fragmenios más
grandes se obtuvieron evidenielTIen±e de ex– cavaciones en seco, porque exhiben un exte– ríor áspero y solo están gastados en pocos
lugm-es por la acción de las lluv\as o de las arenas húmedas. Algunos de los fragmentos sacados del lecho de los ríos tienen la forma
de las semillas de melón, lTIits, la ITIayoría de ellos Son irregulares, brillantes como rnone– das nuevas por haber descansado, al pare–
cer, en algún hueco o remolino donde la 1'0–
:lación del agua y las arenas los han bruñido por ét"Í1.0S y años. Estas rnueslras lenían 910
milénimos de lino, igUal a un valor de $ 18.81
por onza, lo que es considerablemente más
a110 que eJ promedio del oro de California. El ensayo de Mr. Heston, de la Sucursal de la Casa de Moneda de los Estados Unidos, se hallará más adelanle, e'. las pág\nas que de–
dico a asuntos mineros.
Durante mi pelrnanencia en. Olancho a
menudo encontré la telnperatura incómoda– mente fría, tanio que la ropa de cama con que había pasado a través de las tierras ba– jas de Nicaragua y del Sur de Honduras era insuficienle, viéndome obligado a echar ma– no de abrigos y airas prendas para poder ca– lentarme durante la noche. Hubo lluvias a
intervalos, pero por regla general había un
cielo claro y frío por la maftana que, al as– cender el sol, suavizaba la fresca atmósfera para hacerla ielsa y balsámica, poseyendo una influencia peculiarmenle sedanle sobre la mente y dejando en la piel un efecto como el de un chorro de agua de lluvia. Tal cli– rna prevaleció duranle la función. La bara– hunda de los celebradores tempraneros siem– pre me sacaba del lecho a un aire escalo– friante y había por lo general una med\a do–
cena de muchachos medio desnudos a±izan–
do el fuego en el patio. En las noches, las fogaias de la plaza servían el doble propó– sito de iluminar y calentar a los grupos cir– cundantes. Hasia los vestidos que usaban las clases más altas eran exactamente lo opuesto a los que deberían llevar en el iró– pico. En lugar de los trajes blancos, de tela delgada, con mucha pechera en el jubón de gaza abierio para recibir cada soplo del aire caliente, las ciases altas de Olancho, en cuan–
±o se refiere a los varones, vesiían con trajes
de paño, chalecos del mismo material y los
sombreros "tubo de chirnenea", ya fuera de uso. En una palabra, los trajes de moda eran más bien para usarse en un clima lern.–
plado.
Las campanas de la iglesia de Juticalpa fueron fundidas hace n1uchos años y ioda– via se repiten las leyendas de las piadosas contribuciones de las mujeres, quienes, para
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