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él 110 podía dejarla. Sin embargo, recibí una amable carta del viejo hidalgo en la que me promeiía estar en la ciudad durante la

"función" .

Regresamos con la familia y llegamos al galope cerca del mediodía. Las muchachas montaban en sillas hechas en Guatemala. Las dos hijas de Don Santiago, nombradas

antes, me hicieron recordar las vigorosas don–

cellas de GreeJ;J. Mountain, prototipo de la sa– lud

1 ubicundo y de la afabilidad. Tenían,

respecfivamen±e, diecisiete y diecinueve años

de edad y estaban tan rozagantes y tan en– cantadoras que parecían gatitas. ¡Qué ma– nera de montar a caballo! Después de ver– las mi único deseo era el de apartarme del

ca~ino para ocullar mi torpe equitación, por

más que alardeara de que estaba matizada con el estilo ranchero de California. Desde

5U niñez estas jóvenes han vivido entre jine–

tes y lodos los dlas han cabalgado por las llanuras herbosas, hasta que el bien monlar se ha hecho en ellas segunda naturaleza. Ahora eran atendidas por media docena de galanes campesinos de las haciendas veci–

nas, va rios de los eua] es, al oír los requie–

bros que yo les hacía, fruncían el entrecejo. Pero, independientemente de otras conside– raciones, si yo hubiera deseado lomar algu– na decisión al respecto, lo único que ellos hu– bielan necesitado era darle un pequeño io– que con sus espuelas a sus briosos caballos y con unas cuántas cahriolas habrían sella– do mi destino como rival. Ser un buen "ji– nete" en Olancho liene muchísimas ventajas!

Al volver a la ciudad encontrarnos a va– rios caballeros que corrían de arriba abajo en las calles con el más grande entusiasmo, cuyo significado nos apresurarnos a averi– guar. Don Toribio pronto me dijo que una partida de loros de una de las haciendas del señor Garay había llegado y que esiaba a una milla fuera de la ciudad, de acuerdo con una costumbre inmemorial, todo hombre a caballo en la población tenía que salir al en– cuentro y conducirlos hasta el "corral" pre– parado para su recepción en la plaza. Sólo esperaban nuestro regreso para salir al tope de los toros.

A una señal, no menos de trescientos ji– netes salieron por la parle Este de la ciudad, por Un llano sin límites, bellamente cubierto can flores y pastos e interceptado con montí– culos y alamedas de árboles frondosos Era

una cabalgata loca, sin orden ni concierto,

con el recocijado "Hoo-pah'" saliendo de cen– tenares de gargantas, algunos iban monta– dos en caballos medio chúcaros de los lla– n?s, todavía con la mirada salvaje en sus oJos, otros confiando en la superioridad de s:'s animales, Se desprendían del grupo prin–

~'pal describiendo grandes círculos a nues– ro alrededor, para luego reunirse a la mar··

cha progresiva de la muchedumbre; aquí un muchacho iba montado en su caballo trotón,

como un mono; allá se veía un indio en per–

netas a horcajadas sobre un potro igualmen– te cerril, sin silla y sin freno y lan solo con una banda que pasaba alrededor de sus mus– los y de la barriga del animal y un utensilio a manera de garriarrón, llamado "jáquima" con la cual lo guiaba. El terreno material– mente temblaba con el golpeteo de los cas– cos.

A los pocos minutos frenamos al pie de un cerro bajo, donde el ruido de nluchas vo– ces y el bramido del ganado indicaba el ob– jeto de nuestra expedición. Sin esperar el concierio de algún plan de acción, todo el

mundo, ahora rnedio loco con la excitación,

se metía entre los árboles, desde donde al po– co Hempo salían varios toros bravos de los llanos y doblemente salvajes por el aguijona– miento y otros maltratos de que habían sido objeto en el camino. Con las cabezas bajas y los rabos al aire, saltaban en opuesta di– rección de la ciudad y después de ellos iba la multitud que metía espuelas llenando el

aire con gritos y cai"cajadas.

De cuando en cuando uno de los toros cargaba con sus pi:lones a sus perseguidores y entonces tenía lugar una estampida gene– ral para librarse de su alcance. Gradual– mente la pariida Se dirigía hacia ,Tuticalpa y

después p'e medIa hora de andar, con nUlTIe–

rosas desviaciones para inlercep±ar a los de–

ser±ores, los monarcas del rebaño fueron con–

ducidos a la ,dudad, donde miles de personas salieron a verlos desde lugares seguros. Aquí el señor Garay, montado en una mula man–

sa y de paso suave, se unió a nosoiros y ayu–

dó en la ceremonia del encierro de los toros, consistiendo su apode en gritar con los pul– mones de un contramaestre de acorazado y respondiendo con sonrisas radiantes a los sa– ludos de todo el mundo Era universalmen– te conocido y desde hacía medio siglo se ha– bía irrogado el privilegio de obsequiar los toros para las funciones, sus antepasados hi– cieron lo mism.o antes de él, por derecho he reditario.

Para este tiempo las ceremonias de la iglesia habían comenzado y todo el que no podía entrar al templo se quedaba en la pla– za con la cabeza descubierta, respondiendo con fervor y persignándose a intervalos. Don Toribio nos metió de conlrabando por una entrada lateral, desde donde ascendimos al coro. Toda la luz del día se había elimi– nado del edificio y un millar de velas de– rramaba su luz pálida en los oropeles y do– rados del allar. Esta gente me parecía a mí

menos camandulera que las oiras secciones

de Centro América que había visto, fieles ob– servadores de los ritos, pero no esclavos de los mandatos de la iglesia.

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