This is a SEO version of RC_1965_02_N53. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »Ilecesaria para los irabajos. Una burda pie.· e de JXlaquinaria, diseñada para ser movida
zar bueyes está cerca de la entrada de la i:,ina. Todavía existen señales de viejos tra– bejos en gran escala que fueron llevados a una profundidad de cuarenta pies, por cinco seis escaleras. La veta corre de Norte a Sur y ha sido abierta en tres direcciones: un lúnel bien conslruido corre a lreinta yardas bejo la colina y sirve el doble propósito de laladro Y de camino. Cuando el señor Lar– dizábal reabrió y denunció la Mina de la Pe– ña estaba parcialmente llena de desperdi–
cids y piedras desde hacía muchísimos años
y muy dentro de las excavaciones se encon–
haron imp.lement.os de ~os ±raba)adores, co– ¡no si hubIeran SIdo dejados al11 por perso– nas que tuvieron que escapar con gran pre– ¡nura. El propietario estaba ansioso por sus– cribir un coniraio conmigo, y, finalmente lo hizo, bajo la creencia de que los americanos y lambién él harían fortuna al año de haber comenzado los trabajos. La broza que se ensayó en San Francisco dio una sasa de
$ 32.75 por ionelada y el valor de la mina eslá más bien en el gran iamaño de la veta y en la abundancia de la l;>roza, que en su inhínseca riqueza.
Cerca de esia mina están abandonadas dos o tres más antiguas. La de La Zopilota es punto de reunión de los que necesilan de dinero para jugarlo al monte y se afanan en los viejos trabajos teniendo siempre éxito en sacar algo de los muros de piedra como re– muneración a su labor. Estos rebuscas son, por lo general, en los días domingos. Un grupo de indígenas esiaba trabajando aquí cuando pasamos. Era una caverna lóbrega, abierta en la ladera de una colina poblada de añosos árboles. Una vieja, con un par de chiquillos desnudos, se hallaba hirviendo agua en una marmita sobre un fuego de ocole. El padre de la familia, con una ba–
rra de hierro en las manos, permanecía a
la
entrada esperando a que pasásemos y cerca vi varios montones de broza.
dose sobre ella, escapándose vapores sulfu– rosos, y cuando todo Se había que¡;nado y convertido en cenizas, nuesfro hijo de Tu balcaín sacó la vasija, y volcó en la lierra su
contenido, que era una masa de escoria gris,
negra y roja, y cenizas de la cual yo aparté con la punta de su palo, un tejo de plata ca– liente, que pesaba tal vez una onza. Se la compré por un poco más de la mitad de su valor en el mercado de Tegucigalpa. Estos mineros ambulantes forman una parte con siderable de la población campesina de los
nlinerales, su ocupación les da una magra
subsistencia. Sólo ellos, Se dice, conocen la
ubicación de lTtuchas minas ricas, a las que van en ciertas épocas, ±raslTliliendo su secreto de generación en generación. Por cierlo que
sólo las mejores brozas son las que pueden tratarse con los procedimientos tan primiti–
vos que usan, siendo, por consiguiente, con–
siderables las pérdidas.
La riqueza de Tegucigalpa no se limita a sus metales preciosos. El plo¡;no en forma de sulfuro es casi tan común que no atrae la atención, especialmente en el mineral de El Plomo, cuyas brozas son una combinación de plomo y plata y el primero eS tan abun– dante en proporción que las hace incostea– bIes por los métodos nativos de explofación.
La colina denominada "El Chimbo" a pocas leguas al Suroeste de Tegucigalpa, es una cl.\riosa mezcla de polvo de cobre y tie– rra. La superficie debió haber sido antaño una sólida roca de pirifas cuprosas, ahora deteriorada y convertida en trípoli. Al re– volver las masas de tierra cuprosa -pare– cida a la arcilla de los alfarems- se revela el cobre. De una cantidad de este barro, que había sido molido y extraído siguiéndose el método de lavar oro, quedó en el fondo un buen número de chispas brillantes de puro cobre. :Miles de toneladas de este material pueden ser fácilmente obtenidas y la cerca– nía de un riachuelo permanente facillíaría,
asimismo, los frabajos.
Deseando ver en acción a este primitivo mefalurgisfa, desmonté y permanecí por un momento a la sombra, observando el proce– dimiento. Unos pocos pesos de cobre y una o dos palabras de estímulo le indujeron a re– comenzar su labor. Entró en el socavón arrastrándose y pronio los golpes sordos de la barra anunciaban que estaba trabajando en la masa de broza, a la luz crepuscular de
la mina. En media hora o menos salió arras–
hando consigo un saco como con veinte li– b.ras de broza. El hombre y la mujer selec– CIO!"aron una piedra plana y poco a 'poco re– tUleron la broza a un polvo cascaJoso. El
U~go, mienl:ras fanto, era avivado por los
~hlCOS. Una vasija más pequeña contenien- h
un poco de broza fue colocada en un le– c o de brasas. La madera fue amon±onán-
Unas pocas semanas antes de dejar Te~
gucigalpa, fui presentado al Capitán Moore, quien mandó hace tiempo una fragata pero esfaba ahora retirado a media paga, y por catorce años se había dedicado al trabajo de minas de plata en Centro América. Sus ojos azules y brillantes y sus facciones enérgicas, patentizaban una acfividad y una salud que no podían esperarse de su edad avanzada y de sus cabellos y barba blancos. Reciente~
mente había importado de Ingla±erra una máquina a vapor basfanfe cO$tosa, que com– pró con el producto de sus acfividades mine– ras en la vecindad de Yuscarán, donde tenía empleados cincuenta hombres con un salario de un real por día y, al fin, estaba realizan~
do una rápida toriuna. Los nativos, entre quienes él es muy popular, le llaman El Ca-
c~ 193 ~o
This is a SEO version of RC_1965_02_N53. Click here to view full version
« Previous Page Table of Contents Next Page »