Page 136 - RC_1965_02_N53

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El propietario ha conservado la posesión de esta mina por varios años y después de hacer los primeros gastos se encontró con que le faltaron recursos para continuar tra– bajándola, y, simplemente laboraba lo ne– cesario para asegurar sus derechos de pro– piedad, desde entonces, como Mr. Micawber, ha estado esperando que "aparezca" alguien en la forma de un extranjero especulador, con recursos y voluntad suficientes para pro– seguir los trabajos.

cuidara de las bestias, seguimos s pie. El

viejo gruñía por este modo de proceder pero luchando y a intervalos apelando a la bote. lliia del eslimulante usual en Centro Amé–

rica, pronto llegamos a la cumbre.

Difícil es describir el magnífico panora. ma que se ofreció ante nosotros. A una al. tura no menor de 5.000 pies y no muy por debajo del pico más alto de la cordillera de Lepaterique, permanecimos gozando de la más extensa perspectiva. La vista estaba li.

mitada por el Sur y Oeste por la cordillera de Lepaterique, que forma el lado Este del valle de Comayagua. Más lejos aún, el ha. rizonte aparecía tras una depresión en estas montañas, precisamente el pico de Comaya. gua antes mencionado. Al Este, desde don. de venía un viento fuerte y helado, había aparentemente un laberinto interminable de montañas que se perdían en la distancia y

todo aparecía alfombrado de verde. Al Nor. te, la vista todavía se encontraba con cerros y valles, como las olas de un mar agitado pero bañado en la luz brillante del sol. Ha: cia Olancho se veían los conos del Guaimaca y de Teupasenti. Hasta don José cesó de quejarse de sus piernas y se divirtió hacien. do vanos esfuerzos por distinguir su casa en. tre la masa de edificios de Tegucigalpa, que se miraba con sus iglesias blancas y con las verdes palmeras diseminadas como en un mapa a miles de pies abajo.

El estampido de un trueno nos avisó que una tormenta se estaba formando en la se– rranía más cercana y nos apresurarnos a vol· ver a nuestras mulas. Estaba obscuro y 110'

vía cuando volvimos a la ciudad y con mu– tuas "Buenas Noches", cada quien se despí. dió en la calle en busca de su casa.

Un pequeño río conocido con el nombre de Ouebrada de Jacaleapa desemboca en oiro más grande y proporciona toda el agua

En otra ocasión, con el señor Lardizábal visité el mineral de Villanueva, situado como a seis millas de Tegucigalpa. El objeto de este viaje era el de ver la Mina de la Peña, llamada así por la extrema dureza de su bro– za, que es una combinación de sulfuros y

substancias ferruginosas que le da aparien· cia de una piedra de arenisca roja.

El camino nos condujo entre pinares, pe– ro pronto se perdió en una maraña de arbus– tos y malezas y tuvimos que mandar un hom– bre adelante para que con su machete hicie– ra una abra y, dejando al otro para que

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Habiendo llenado un saco con la broza del Gatal, regresamos a casa. A los lados del camino y en un declive vi donde habían sido echadas no menos de mil toneladas de desperdicio de broza mezclada con respalde, considerada pobre para ser transportada a lomo de mula hasta el molino. Esta broza desperdiciada podría producir un ingreso re–

munerativo si se la beneficiara con buena

maquinaria y puede conseguirse gratis con solo pedirla. El señor Perrari me aseguró que él no levantaba del Gatal más de una tonelada de broza al día, empleando varios trabajadores. Esta tonelada diaria da em– pleo ocasional a su molino, y produce un promedio de doce y medio marcos, igual a cien onzas de plala. Un marco vale nueve dólares de la buena moneda acuñada en Te– gucigalpa. Escasamente hay una mina en el distrito de Santa Lucía que no prometa un marco por quintal de cien libras, aún con el burdo método de trabajo que ahora se em– plea.

Los mineros activos que no tienen em– pleo rondan las viejas minas, y con un pro– cedimiento burdo de fundición en vasijas de barro, obtienen tejos de plata cruda, que va– len intrínsecamente un poco menos de un dólar la onza. Estos tejos son traídos todos los días a Tegucigalpa donde se cambian con un gran descuento en las tiendas por artícu– los de primera necesidad. Esta es una de las fuentes de la plata que se exporta de Be– lice y de San Miguel hacia Londres. El ma– yordomo del Gatal me dijo que él estimaba el rendimiento de la broza de esta mina y la de San Martín en un promedio de diez onzas de plata por arroba. Esto creo que es una exageración porque equivaldría a una pro– ducción por tonelada que, aunque algunas pocas minas de Honduras la exceden, ni la de Santa Lucía ni las de cualquier otra sec– ción de aquella vecindad se acercan a ella.

Después de cargar mis muestras en una mula que llevé para ese efecto, dijimos adiós al mayordomo y a su pequeña grey de des– nudos trabajadores y regresamos a Santa Lu– cía. Poco más o menos a una milla hacia el Sur se destacaban los dos picos de Santa Lu–

cía sobre las serranías vecinas y, teniendo

aún tiempo para una caminata, le propuse a don José que subiéramos y coronáramos las aventuras del día con un vistazo desde la ci– ma. Rió de mi idea y dijo que nadie, a no ser los salvajes de los viejos tiempos habían ido allá, pero pronio lo convencí y aceptó, y volviendo nuestras mulas hacia la cuesta las aprontamos a subir.

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