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dó nas un indio desnudo con una vela de se~

bO Y yendo otro, en igual traje, a la retaguar-dl

' a comenzamos el descenso dentro de la

, "

¡'Cueva.

Antes de entrar a la mina anoté el voca– bulario que usan los mineros, el que incluye

rrtuchas expresiones técnicas. La veia mis–

¡tta la llaman ellos broza, que eS una mezcla

de minerales cristalizados: piedra e a 1 iza, ua rzo sulfuro de plomo, antim.onio, hierro

c ' 1 1 . . 1 cobre, que 1 erran as grIetas lrregu ares o

~lItran en la masa de respalde o roca viva. Ulla vena de broza o veta puede yacer entre doS estratos de roca plana como una sábana ell tre dos colchas y penetrar dentro de la ¡ttontaña; o puede ser simplemente el conte– nido de una grieia o hendidura, que descien– de hacia las regiones más bajas de la tierra a una profundidad incalculable.

El metal a veces descubre hilo de plata pura y penetra las hendiduras de las rocas como las raíces fibrosas de una planta; pero la canJidad de éste nunca es grande, y las

mejores minas son las que dan una produc..

ción estable de broza. Es probable que los sulfuros de plata, aniímonio, cobre, mercu– rio, plomo y hierro, que se hallan en estas hendiduras, hayan subido, ya en forma de vapor o de lava (roca líquida) desde el hor– nO volcánico de las cámaras profundas de la fierra.

Entrmuos primeramente por lo que se llama un frontón, cámara horizontal, o soca–

v6n, que terminaba en la

boca de una cavi...

dad perpendicular que en la jerga es conocida como pozo. Precedidos por nuestro guía des– cendimos por un tronco de roble colocado verticalmente al cual se había hecho incisio– nes para poner en ellas las manos y los pies. A esio se les llama escaleras y, por lo gene– ral, son de cuairo varas de largo cada una. Son exadamente iguales al llamado "Sanson post" que en los barcos conducen de la esco– iilla a la bodega de abajo.

Al pie de cada escalera hay una pequeña plataforma de tierra, apenas lo suficienie pa– ra servir como lugar de descanso; desde allí el Socavón sigue horizonialmente por unos pocos pies y luego comienza una segunda es– calera. El descenso en la silenciosa lobre– guez de una de estas minas no es nada agra– dable. La reflexión de que otros las han ba– Jad? antes y las recorren todos los días sin peligro, no es lo suficienie corno para que uno se sienta seguro. Al pie de la segunda escalera la obscuridad se había hecho impe– n;>irable y aquí fue el comienzo de un fron– iio n

! con galerías divergentes y con techo sos– enldo en ambos lados con muros sólidos de respalde, coriados con gran regularidad y aPuntalado, además, con pilares gruesos de rnadera de roble, en los cuales brillaba la

broza cristalizada. El aire de esta caverna tenía la humedad pegajosa de un calabozo descuidado. A medio camino hacia abajo,

oímos un tenue y continuo sonido, como el

eco de pisadas en una bóveda vacía. Este surgía de los golpes de los mineros abajo, le– jos de nosotros.

Después de un fa±igoso descenso, noS en–

contramos en el fondo de la mina, a una pro– fundidad de 164 pies; la iemperatura en este punio era de 68 9 Fahr. De la base de la es– calera más baja, la veta había tornado una dirección más horizontal y la excavación se hacía en forma de cavernas de techos ar– queados, que volvían a hacer eco a los gol– pes que los mineros daban contra la roca con puntiagudas barras de hierro, rompiendo porciones de broza y emitiendo cada golpe un quejido hueco, molesto para uno no acos– tumbrado a ese sonido, pero corno me lo ase– guró un individuo de complexión hercúlea, necesario para el barreteo porque material– mente facilita su labor.

La fría humedad, la expresión macilenia que comunicaba a nuestros rostros la luz de la vela reflejada en las brozas brillantes, el aspedo bárbaro y antinaiural de estos tra– bajadores subterráneos, las brechas obscuras que conducían a profundidades y distancias desconocidas en el sólido corazón de la tie– rra, la idea de que la monfaña colganfe so– bre nuestras cabezas pudiera en cualqui<;>r momento desplomarse para privarnos de la luz del día -accidente para el cual en la jerigonza minera existe la palabra campa– na- el a suficiente para esta mi primera ex– ploración de una mina de plata en Honduras.

Uno de los trabajadores introdujo su ba– rra en el saliente de una veta, y, después de hincarla y de darle un tirón, sacó una espe– cie de arcilla suave, que caía en pedazos co– rno de diez a treinta libras de peso. Torné de ella cuanto podía aguantar en la subida. Después de irepar por abismos abiertos, que parecían pozos de noche líquida, llegarnos jadeantes y sudorosos a la luz del día.

Cada quien repitió su dosis de aguar– diente, que el viejo patrón parecía conside– rar corno una panacea a la cual echar mano en foda ocasión. Mientras estábamos des– cansando, el coriés e inteligente mayordomo me dio cuenta y razón claras de los métodos que se usan en la extracción de la plata y cuya descripción doy en oira parte. Las muestras de broza de Santa Lucía y de las oiras minas del departamento, en total siete

lotes, promediaron cuando fueron examina–

das por los químicos norteamericanos $72.00 por tonelada; el más bajo de $17.97 y el más más alfo de $218.58 por tonelada. pero los trabajadores del señor Ferrari no se dan cuenia, ni aproximada, de tales cifras.

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