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ledas y adornada con una iglesia nítidamen– le blanca. Las milpas y trigales se deslaca– ban en las faldas de esla serranía, y el se–

ñor me mencionó un Inclino harinero que

lrabaja con fuerza animal en una de las al– deas de más abajo.

Al descender al Valle nos desviamos pa– ra examinar la Mina Grande, célebre por la anchura de sus velas. Es propiedad conjun– ia del señor Ferrari y de los herederos de don Francisco Lozano. La veia principal iiene once varas (33 pies) de espesor y produce un buen porceniaje de meial por lonelada de broza. Hasia ahora, sólo se han hecho

cua1ro escaleras, aunque la mina fue antes

propiedad de los Rosas, una fa:milia rica eS– pañola. Ellos emprendieron los irabajos du– ranle dos años hasla que, por la Independen– cia de 1821, se cariaron iodas las relaciones políiicas con España, por esa y airas causas, abandonaron la mina, como iambién las de Galal y San Madín, dejándolas perderse. La enirada a la veia principal se halla en una rueseia arbolada de pinos, cerca de la cum– bre de la lnoniaña de piedra caliza en la ruia hacia Sania Lucía y a más de 4.100 pies sobre el nivel del lnar.

Cuando llegamos, dos indios viejos iri– iuraban la rica broza enire grandes piedras; y hasia con esie procedimienio primiiivo e ineficaz lograban su susienlo y obienían una ganancia para su propieiario. Los irabajos lnejor organizados emplean una lnaquina. ria sencilla de iriluración, que consiia en dos piedras de lnolino raslreadas alrededor de una piedra circular, movidll:s por mulas o bueyes, que iiran de una larga viga que da vuelias en un posie ceniral, lo mismo que un antiguo molino de sidra. A esio se le llama a veces irapiche pero lnás a menudo rastra. Las que vi en airas partes se movían muy despacio e imperfecíamente. La broza

rnolida se frata con fuego o con azogue, o con

alnbos, de acuerdo con el iipo de mineral. Una buena máquina moderna para triiurar,

cozno las que usan los mineros del cuarzo en

California y Australia, haría veinle veces el trabajo de esios molinos destartalados y con un costo casi igual Un solo lnolino prepa– raría broza suficiente en la Mina Grande co–

lnO para producir inmensas sumas, si uno

juzga por los beneficios que se consiguen con el presente lnétodo tan rústico.

El mayordomo me dijo con una emoción muy hispana, que ellos perdian la miiad de la plata debido a la mala maquinaria y a la mala adminislración. Corno prueba de la exlensión de los viejos trabajos y de los mé– todos tan ineficaces que se elnpleaban, nolé muchos monlones de broza desperdiciada y roca (respalde) los cuales serían una foriuna para un minero yankee, con sus modernos tri– turadores y su experiencia.

De la Mina Grande descendimos, lenien. do un magnífico panorama frente a nosotros, a iravés de arbuslos y de pinos muy resino. sos. Un mar de colinas, arboladas hasla la cima se exlendía en nueslro derredor. LIe. galnOS al pie de estas eminencias y elnpeza_

mos a subir por oira, cerca de cuya cirrla Se

asienia la aldea minera de Santa Lucía.

Supe que en el invierno esla aldea es abandonada por la gente muy pobre, debi. do a su clima inclemenle y a sus frecuenies granizadas. Durante el verano eS lugar de recreo de los tegucigalpenses que van allá por las cualidades curaiivas alribuidas a su aimósfera y por los millares de rosas (1) que crecen en las faldas de sus lnontañas.

Nuesiras fuertes muliias se esfórzaban subiendo la cuesla y a las once de la ma. ñana llegamos al punlo más elevado, a 4.320 pies sobre el nivel del mar. La iemperaiura no subió de 72 9 Fahr. a mediodía. Hicimos alío en una pequeña propiedad de adobe del señor Piallos, y el sirvienle, que llevaba las

provisiones, pronto sirvió Una excelente COM

mida, que compariilnos después de la fatiga de la mañana. Después de· COlner y de sabo– rear mi pipa, proseguimos nueslro viaje por varias :millas sobre un camino fragoso, en una densa floresta y llegamos a eso de las dos de la iarde a un pequeño caserío de cho– zas de adobe, propiedad del señor Ferrari una de las cuales proiegía la entrada de l~

gran Mina de San Martín, que" según supe es la más rica de iodo el distriio. '

La cabaña más graJ;ide del pequeño gru– po, según nos dijo nuestro conducíar esiaba destinada a la bodega, en donde gu~rdaban

la broza de más valor hasia que pudiera ser conducida al molino, a ires millas de disian– cia. Oira de las chozas servía de residencia al mayordomo y una tercera a los irabaja– dores. La enirada de la mina esiá en una cresta de la montaña, que mira hacia el Nor– oesle, frente a una cadena de cordilleras lla' nlada monlañas de Lepaterique, divisoria en– fre los depariamenlos de Comayagua y Te' gucigalpa. Algunos de sus picos se cuenfan enlre los más elevados del país. A través de un portillo de esia eslribación vimos el dis– tante pico de Comayagua, cercano a la ciu– dad del mismo nombre, que se yergue como una pirámide azul en aire claro de la larde. El fo~aje de los grandes valles y laderas que nos Clrcundaban reflejaban varios finies: los fonos suaves de los robles y los arbustos, con– irastando con el verde obscuro de los pinos.

Nos preparamos para descender a la Mi–

na de San Martín, tomando cada quien un buen lrago, de aguardiente para prolegernos conira el fno subterráneo. Luego precedién-

(1) Los claveles también lhun dauo CftmB a Santa Lucla

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