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cas mujeres enfraron en el río como a cin– cuenta yardas arriba de los rápidos, llevan– do consigo una batea corriente conteniendo una infusión de un bejuco machacado hasta hacerlo pulpa y conocido como "chilpate", (posiblemente el Sapindus saponaria), y el cual puede recogerse en la cantidad que se quiera en los llanos y a lo largo de las már– genes de los arroyos. Este bejuco tiene la singular cualidad de atolondrar los peces cuando se le mezcla machacado con las aguas corrientes de un río, haciendo que aquellos floten impotentes en la superficie. Cuando son llevados hacia abajo de la co– rriente se les recoge con la mano de las re– des colocadas abajo. A la señal dada, este nuevo aparato de pesca fue dirigido contra los habitantes del Almendares.

Así que la infusión extendía su efecto en la corriente, nli compañero me gritó que ob– servara los resultados. Todas las nliradas se concentraron en el agua. A los pocos nli– nuíos hubo una conmoción bajo la superficie con frecuentes colazos de los peces intoxica– dos bajo la influencia de la droga.

Los nafivos ahora corrían a las caídas para coger las víctimas que venían flotando hacia abajo, algunos sacudiendo las aletas o las colas por sobre del agua, otros de medio lado, otros boca arriba y otros como si estu– vieran borrachos, luchando contra los efectos del enervante y aparenterrtente deten:nina– dos a permanecer firmes hasta el último aliento. Había pescado de todos tamaños, desde el cuyamel hasta olominas. Fue la más risible y al mismo fiempo la más extra– ña escena que yo había presenciado en Olancho, y me pareció una corrupción im– perdonable en los pobres peces, que normal– mente son abstenlios.

Abajo de los rápidos las maniobras no eran menos curiosas. Con la rápida acumu– lación de peces, todos nos metimos al agua a tirarlos fuera, a las orillas. Hubo COrrtO cinco docenas en total, entre las cuales, ade– más de los ya mencionados, había guapotes, machacas y unos pescados bonitos COrrtO la trucha moteada. A los más pequeños de los prisioneros Se les tiraba de nuevo a las aguas y después de flotar un poco gradualmente volvían en sí y errtpezaban a nadar de nuevo.

El deportista genuino llamaría a esto un crimen y los discípulos de Sir Isaac harían un gesto de desprecio a tal profanación de los regalos de la Naturaleza, pero es que ellos no han vivido por unos pocos meses en Honduras porque si tal hicieran sus escrúpu– los se echarían a un lado frenfe al apetito que se adquiere en Olancho. Al menos yo me consolé de esta manera, paladeando a la mañana siguiente una gloriosa fritanga de nuestras víctimas.

Estaba felicitándome de haber suscrito al fin nli confrato con los Zelaya cuando un

correo llegó de Juticalpa con la noficia de que los hermanos que estaban allá no qui.

sieron firmar bajo condición alguna. Los guatemaltecos habían invadido Gracias con Guardiola, enenligo jurado de todos los ame. ricanos. Tenlian su venganza y corno Con. secuencia una guerra entre Olancho y el res– to de Honduras. La famosa Expedición Kin. ney, con sus pretensiones sobre la Costa de La Mosquitia (que posiblemente podría el!:. tenderse a Olancho mismo) había llegado ya a San Juan del Sur. La noticia acababa de recibirse de Trujillo y había un cese en las negociaciones. En Lepaguare los hermanos rehusaron firmar el contrato, a menos qUe todos lo hicieran y ahora veía todo mi cas_ filIo de sueños derrumbarse por los suelos sin gloria. '

No gasté mucho tiempo para convencer al General que fuéramos a Juticalpa, a don. de llegarrtos ya de noche, siendo recibidos con la cordialidad de sierrtpre. Otra serna. na más hube de pasar aquí alegando, per– suadiendo y arreglando, por último logré que los hermanos disidentes convinieran en dar su asentinliento al contrato. Este fue firmado, sellado y autenficado por las auto. ridades respectivas.

En la última noche nli viejo amigo el se. ñor Francisco Ayala, Jefe Político, me permi. fió exanlinar los registros del departamento de Olancho. No llegan hasta los primeros establecimientos de los españoles. En Man· to, la anfigua capital después de la destruc– ción de Olancho Viejo, están depositados los registros anteriores a 1671, que fue probable– mente el año en que el asiento del gobierno departamental fue trasladado a Juticalpa.

El papel era áspero, pero fuerte, rrtOS– trando el sello del Gobierno. Los documen· tos estaban escritos en español anfiguo y

abreviado y casi borrados por el fiempo y las incursiones de los insectos. Varios de ellos eran ininteligibles. Los títulos de la corona española, cediendo las tierras actuales de los Zelaya al señor Jerónirrto Zelaya en 1540, se dice, se hallan bien preservados en Manto. Este caballero, como Don Santiago, su des– cendiente afirma, vlno con Don Pedro de Al– varado y fue el primer colonizador que hubo en el valle del Guayape. Como la historia de los primeros colonos en Centro América está detalladamente descrita por los historia– dores españoles, el hecho, si es verdadero, bien puede ser verificado. Don Santiago me dio un detallado recuento de la expedi– ción de su valeroso ancestro en Olancho, los ataques y el robo de ganado por los salva– jes, el descubrinUento del oro y la rápida po– blación de estos valles ubérrimos por los ex– fasiados españoles, que por lo menos hicie·

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