Page 126 - RC_1965_02_N53

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Mostrar el más pequeño apresuramiento sobre algún punto importante era provocar la sospecha y de ahí resullaba una demo¡-a adicional. Se pesaba el valor de cada pala– bra. Entre las cualidades que deben tenerse para entrar en un arreglo con los hispano–

americanos, está aníes que fodo, la pacien–

cia. Luego no mosirar ansiedad o apresu–

ramiento; dejar el asunto, reclinarse en el

asiento, encender el cigarro y platicar sobre temas generales, tomar un traguito de cuan– do en cuando, contar una anécdota que ilus– tre el rápido ritmo de la vida y del comercio en el Norte, y entonces los asuntos marcha– rán bien, pero nunca trate de apresurar a

un centroamericano.

Allá por las dos de la tarde, después de frecuentes intervalos, habíamos discutido tres artículos, que habían sido releídos y rescri– tos, al punto que con las alteraciones en es– pañol e inglés las leiras bailaban frente a nuestros ojos. Aquella noche me acosté pen– sando en el progreso que habíamos hecho durante el día, y en las revisiones que haria a la mañana siguiente. Recordé varias bo– tellas de coñac enviadas desde Belice, que había el señor acampo colocado en las alfor– jas la mañana en que salí de Juticalpa.

La mañana siguiente, muy temprano, saqué una de las botellas y descorchándola invité al General a que probara su contenido. Siendo de aguardiente del país sus tragos diarios, pronto descubrió la superior calidad del coñac. Antes del almuerzo por tres ve– ces más había vuelto a presentar sus respec– tos a la botella obscura.

Apenas habíamos recomenzado la revi– sión del contrato cuando a la mitad del cuar– to artículo, el General se paró y dirigiéndose

a con una sonrisa dulce me dijo: "Va–

mos a besar la viuda!". El resto del grupo deseaba saber a qué viuda se refería el Ge– neral, en eso la viuda fue introducida y co– locada en el centro de la mesa. No pasó mucho tiempo sin que todos los presentes le rindieran sus respetos a la viuda, que quedó exhausta de tanto otorgar sus favores.

De aquí en adelante la viuda fue el árbi– tro en todos los puntos de discusión, y fue tal su calmante influencia que en tres días el contrato había sido escrito, copiado y remi– tido a Juticalpa para su registro. L .. sa– lió para Tegucigalpa con Víctor porque los

rumores de r:evolución le pusieron nervioso.

No obstante, la famosa viuda no limitó su influencia a la terminación del contrato sino que la extendió a poner de buen humor a todos los hermanos hasta que el regalo de Don Apolonio se agotó por completo.

Durante estas pocas semanas en Lepa– guare, que fueron en los meses de Diciembre

y Enero (meses que se suponen que quedl\~

en medio de la época seca en Centro Amé.

rica) tuvimos aguaceros frecuentes, noche y día, con truenos y relámpagos. Los vaque. ros llegaban temblando alredededor de las fogatas hechas en el patio, quejándose de lo cortante del frío. Con los vientos del Norte era indispensable el fuego para la comod¡: dad. Se me aseguró que hacía poco en las montañas habían caído piedras de granizo - . ,

y que era raro que pasara un ano SIn qUe cayeran granizos en las altas serranías.

El General hacía compras anuales, en Trujillo y Omoa, de paños y driles, los CUa. les traía en sus trenes de mulas desde la costa y con los que suplía a todas las ha. ciendas de los alrededores. Los días domino gos el patio se llenaba de gente de todos rumbos que, por turno, eniraban a la casa y cuidadosamente examinaban las mercadeo rías. De estos visitantes obtuve numerosas noticias sobre las minas de oro y muchos de ellos hablaban de su propia experiencia, por lo que parecían merecer crédito.

Cerro Gordo está en el valle de Lepagua. re frente a la hacienda y aquí una mujer, que fue lavadora, me señaló desde donde estábamos un cerro de roca de cuarzo que, dijo, contenía oro. En la quebrada que pasa por su base, grandes cantidades de oro, agre. gó, han sido lavadas. Otra sabía de velnle lugares en donde ha sido encontrado oro Se· co. El mayordomo de Ulúa, que fue un bus· cador de oro en sus tiempos, me aseguró que los depósitos de oro en el Guayape eran na· da en comparación con los de Mangullle y

Mirajoco, en las cabeceras del Río Aguán o Romano. Allá, me dijo, se han hallado cero ca de la superficie pedazos de oro que pesan más de una libra. Estas minas, dijo, pue· den ser alcanzadas por la vía del río Aguán. A lo largo de las lomas se han hallado ma– sas de barro con pedazos de oro que pesan de dos a tres libras y en la misma masa más de media de puro oro". Los descubrimien· tos recientes en la costa Norte de Honduras, en el Río Papaloteca, corroboran parcialmen· te las historias sobre el oro en aquella región.

El señor Bustillo, de JuticalJila, había re· cibido del Presidente Cabañas el nombra– miento de Superintendente de las Tribus In– dias de Olancho, siendo el objeto de esa ofi– cina el de protegerlos, tanto corno fuera po· sible, en sus relaciones con las otras razas. Este caballero, para quien fenía una carfa de

presentación de Cabañas, en una larga con– versación que con él tuve sobre el terna del oro me aseguró que fenía averiguado mú– chos hechos espeluznantes en relación con la producción rendida por las minas de oro. Libras de oro puro se traían en los viejoS tiempos y Se vendían por los indios de Olsn– cho Viejo y especialmente de la población

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