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fió un sonido largo enire gruñido y rugido,

y sea por desagradarle el brillo de mi rifle, o ;'1fluenciado por aquel misierioso instinto que a veces disuade al bruio de asal±ar al hombre, se fue despaciosamente y desapa– reció en la espesura que bordeaba la colina.

El jaguar es cobarde por naturaleza y muy rara vez se le vé, excepto en lugares no

frecuenfados, de donde hace incursiones noc–

iurnas a las haciendas causando daños a los ganaderos. Media docena de balas no siem– pre bastan para maiarlo.

Una de esias fieras, que lenía la reputa– ción de haber sacrificado un centenar de ga– nado duranie su vida, fue muerta hace algu– nos años cerca de la Hacienda del Ulúa. Su piel estaba colgada en la sala del señor Ga– ray, quien me la obsequió cuando dejé Olan– cho. Esta, corno oiros muchos artículos, me fueron robados de mi albarda, en Nicaragua.

Vícior airibuyó la feliz escapada de esta aventura a la invocación que él hizo a su santo patrón y a la Virgen, quienes, nUnca permiten que un jaguar destruya a los cr's– iianos o buenos caiólicos.

Este animal eslá provisto de uñas formi– dables que usa con una rapidez y fuerza sor– prendentes. El ágil salio del jaguar es lo que da terrible poder a su alaque. Como el leopardo, se agarra de un brinco al lomo de sus víciimas y con su in.pacio quiebra la co– lumna vertebral de una vaca. Dunn cree que hay poca duda de que el Hgre y el ja– guar, que se par·ece tanio a la onza, son el mismo animal en Ceniro América. Esiá, sin embargo, muy equivocado en esia opinión.

La onza es un animal lUucho :más pequeño.

El Hgre centroa=ericano, como lo asegura Byam, quien vivió dos años en los bosques más despoblados de ese país, es la paniera y el jaguar es el puma o león de Sur y Centro América (1). El Capitán Henderson divide las fieras de Honduras en el felis onza o tigre del Brasil, y el felis discolor o tigre negro. El Sr. Squier describe al Hgre negro, al ja– guar (felis onza), al pu=a y al ocelote, co– mo cuatro disHnlos ani=ales. Esios, creo, son las dos únicas auioridades que hacen mención del Hgre negro como un habiiante de Honduras. "Ningún animal", coniinúa Byam, "salla más rápidamente y ninguna besiía salvaje ataca al hon"lbre de manera ,:,ás audaz que la pantera o ligre, pero no bene la peculiaridad o vicio que disHngue r

l puma, que es el de que ni sigue ni esquiva as pisadas del hombre". Frecuenta las =on– iañas más solitarias y los bosques de la cosia del Pacífico. Honduras está llena de histo– nas espeluznanies sobre el tigre". ---

no. <¡l, Pf\I<1CQ C¡lle en ~to no ncierta Wells: el punlll ell el león 1\1lIelica.–

,e JngU(1l e~ distinto

El jaguar es una criaiura que obra con bajeza, igual=enie fiero en sus hábilos, pero menos valienie que el tigre Cuando se via– ja a iravés de los pasos solitarios, el rugido de esie =erodeador de medianoche llega con una distinción que espanta y previene al via– jero rezagado a buscar las viviendas del hom–

bre. No conozco un grifo sino el del mono

colorado o mono barba-roja, como a veces se le lla=a, que produzca tan aierrador efedo, como el prolongado grifo del jaguar. La huella de esie animal se puede reconocer por un rnonlonclto de arena o tierra que deja donde ha puesio la paia. Es más pequeño que la paniera y no ian airevido, pero sigue el raslro del hombre a la caída del sol y hay relaios de personas que han sido muertas por ellos en el bosque. Byam describe el rugido del jaguar como "lo que una persona pueda concebir que salga de un enor=e gaio ma– cho, pero con varios pares de pulmones adi– cionales" .

En Olancho abunda una variedad de ii– gres, algunos bellamenie adornados con fran– jas y manchas. El auior =encionado arriba describe uno que él maió en la Segovia, di– ciendo que lenía el vienire y el fondo de la piel de un color amarillo pálido, el lomo casi negro y una serie de manchas negras de dis– iinias forma!> desde la espalda hasia el vien– 1re, pero las manchas disminuyen en .tama– ño cuando se aproximan al abdomen. Esia fiera tenía el iamaflO de un perro de mues– ira.

Los abundanies coyoles y lobos peque– ños son incansables cazadores de venados. A veces llegan a asediar en manadas al iigre obligándolo a subir a algún árbol y le ponen silio hasia que, hambrienio, le compelen a bajar al suelo donde es hecho pedazos no sin anies haber desiruido a varios de sus ene– migos.

En Olancho nunca faHa la caza, desde el tigre hasia la ardilla, y enire iania variedad, la joven América, en sus generaciones fu±U~

ras, hallará oportunidad para su rifle, y la caza del iigre en Olancho podrá ser iema pa– ra algún colaborador del "Knicherbocker" o del "Spirit oE ihe Times".

Después de esia aveniura con el puma o jagual-, proseguimos nuesiro viaje a 10 lar– go de una cadena de cerros y descendimos al llano y de ahí en adelanie seguimos por un carnino finne.

La ciudad indígena de Cafacamas tiene poco más o menos mil habiianies y esiá ubi– cada en la margen orienial del río de ese nombre y no lejos de la unión de ésie con el Guayape. Posee una iglesia que es casi una copia de la de Julicalpa, y un gobierno mu– nicipal del cual un indio venerable, el señor

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